Sin embargo, Reami advirtió una reducción en la cantidad de funerales y entierros tras la pandemia por coronavirus, al tiempo que se incrementaron las cremaciones. “Es una tendencia que viene desde hace varios años”, aclara.
En 2021, de 22.118 cadáveres ingresados a los cementerios porteños de la Chacarita, Flores, Recoleta, Alemán y Británico, 8.109 fueron sepultados (nicho, sepultura o bóveda) y 14.009 fueron cremados.
Dos décadas atrás, en 2001, de 29.235 ingresos, 20.184 fueron a cementerio y 9.051 a crematorio.
“La cremación es lo que está en auge, el mundo tiende cada vez más a cremar. Las tradiciones se pierden y los cementerios no sobreviven a la segunda generación, los nietos no van a visitar a sus abuelos al cementerio”, asegura Reami.
“El valor de las cremaciones varían según el punto del país, en Buenos Aires es más barato porque hay más opciones públicas, en el resto del país son más que nada empresas privadas”, detalló.
En las provincias, una cremación puede rondar los 50 mil pesos y $70 mil en empresas privadas, mientras que los parque privados van desde los $90 mil para sepultura.
Según los datos del Ministerio de Salud de la Nación, en Argentina mueren por año alrededor de 370.000 personas.
No existe un registro unificado de la cantidad de empresas fúnebres en el país ni del volumen de sus trabajadores, pero 1.500 son nucleadas por Fadedsfya, mientras que la Federación Argentina de Asociaciones Funerarias (Fadaf) tiene 2.000 empresas asociadas.
Tanatopraxia
La tanatopraxia, técnica de conservación temporal y embellecimiento de cadáveres, no está reservada únicamente a ricos y famosos y si bien no hay datos sobre cuántas tanatopraxias se realizan por año, las casas mortuorias aseguran que crecen; no llevan la cuenta porque simplemente las consideran “un extra” dentro del paquete de servicios mortuorios.
Daniel Carunchio, el embalsamador más famoso del país, dice que en su ámbito de Buenos Aires el arte de acondicionar estéticamente cadáveres a pedido de los deudos (ese “homenaje final”) llega a representar hasta el 60% de los servicios funerarios que presta.
Pionero en practicar la tanatopraxia durante cuatro décadas, la lista de personalidades cuyos cuerpos Carunchio acondicionó para su última despedida incluye a Juan Domingo Perón (cuando lo exhumaron en 2006), Raúl Alfonsín, Arturo Frondizi, Fernando De la Rúa, Luis Alberto Spinetta, María Elena Walsh, Leonardo Favio, Jorge Ibáñez y Gerardo Sofovich.
De 58 años, alto, con manos macizas y voz estruendosa, Carunchio habla con naturalidad cuando se refiere a la muerte: “Convivo con ella hace 40 años, si dejo que me afecte cada caso me muero yo”, dice ante Télam en su cochería de Boulogne. Por sus manos pasaron unos 50 mil cadáveres; más de tres por día durante 40 años.
El embalsamiento, explica con tono académico, nació con los egipcios, que tenían “una técnica excelente”, que suponía “untar los cuerpos con resina y sales de mercurio”.
En 1983 se capacitó en distintos países y, con 18 años, fue quien trajo la tanatopraxia a la Argentina. En la actualidad, da cursos en distintas provincias y en los vecinos Brasil, Paraguay y Uruguay.
Durante 15 años fue subdirector de la morgue de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires.
Mientras repasa y enseña fotos viejas en su computadora, Carunchio intenta un resumen apresurado de sus cuatro décadas de trayectoria.
Se detiene en una y, orgulloso, da vuelta el monitor: “Es el traslado de Perón en 2006, cuando lo llevamos del cementerio de la Chacarita a la quinta de San Vicente. Este soy yo”.
En la foto se lo ve al lado del ataúd, en medio del “desborde de gente”, acompañando la cureña original que había llevado los restos del expresidente en 1974.
Fue él quien se encargó de cambiar el ataúd de Perón, maquillarlo y perfeccionar algunos detalles de su cara para que pudieran verlo.
No pudo hacer “mucho más” por una orden judicial de “no innovación”, ya que el cuerpo debía ser sometido a pruebas de ADN para determinar si Martha Hidalgo, quien decía ser hija de Perón, lo era efectivamente o no. El resultado fue negativo.
Tampoco pudo colocarle las manos que meses antes había moldeado con tierra de todo el país para reemplazar las que habían sido robadas en 1987.
“Eso hubiese sido muy lindo, un detalle muy significativo”, lamenta.
Años antes, fue quien preparó los cuerpos de Arturo Frondizi y Fernando de la Rúa y ayudó también a preparar el de Raúl Alfonsín.
“Si bien el procedimiento es el mismo siempre, la verdad es que son casos que generan más presión por ser personas tan reconocidas y que están expuestas a los ojos de, quizás, todo el país”, asegura Carunchio.
Y concluye: “De todas maneras, sea en un expresidente o las 50.000 'doña Rosa' que pasaron por mis manos, cada detalle tiene que quedar a la perfección”.
Reami
Lorena Reami señaló a Télam que aún le impactan las “muertes injustas”. Las de los “angelitos”, como llama a niños o jóvenes; las accidentales; los femicidios y otro tipo de violencias.
En 2011, fue ella quien preparó los cuerpos de Houria Moumni y Cassandre Bouvier, las turistas francesas asesinadas en Salta, un caso que “la conmovió como al resto del país”.
“Para una familia y su proceso de duelo, es muy importante que el cuerpo no presente un aspecto tan traumático, en especial aquellos que tuvieron una muerte violenta”, explica Reami, quien en la actualidad vive en Corrientes.
Y sigue: “No es sólo conservar, la tanatopraxia también es restaurar y reconstruir partes del cuerpo dañadas o incluso ausentes”. Las reconstrucciones se pueden hacer por dentro o por fuera y en unas pocas horas se logra un “aspecto normal”: suturan heridas, simulan piel con una cera especial, reconstruyen huesos rotos o partes de narices, orejas y labios que faltan.
Dependiendo del estado del cuerpo, una tanatopraxia puede valer entre $ 25.000 y 100.000.
Sin embargo, advierte Reami, hay ocasiones en que reconstruir es “imposible”.
“Tengo plasmada todavía la imagen de una madre pidiéndome aunque sea una mano de su hijo para acariciar en el velorio. Ni siquiera eso podíamos darle y debió ser a cajón cerrado. Es muy duro porque uno se da cuenta de la necesidad que tienen de ese último contacto, ese último momento”, dice aún con conmoción.
Pero acomoda la voz rápidamente y continúa: “El funerario ya no es como antaño, que se lo consideraba simplemente un 'levanta cadáveres', sin formación porque venía de tradición familiar. Hoy se nos exige mucho más”, señala Lorena, egresada de la tecnicatura de Gestión de Empresas Fúnebres de la Universidad Nacional de Avellaneda, que ya no se dicta más.
En la actualidad, no hay tecnicaturas ni licenciaturas relacionadas al servicio fúnebre en Argentina, únicamente cursos que dictan distintos especialistas.
“Es necesario profesionalizar el sector porque no somos un rubro cualquiera, tenemos una función social importante al coordinar el último acontecimiento social de una persona y el proceso de duelo alrededor de él”, concluye la tanatóloga.