Sábado 7 de enero. Junto al mar. Sorprende el estado de la plazoleta frente a los lobos marinos de piedra. A su lado el kiosco de algodón de azúcar, los mendigos, los cansados, los que llegan deslumbrados a la piedra negra de La Meca disfrazada de animalito. Una fea corte, poco milagrosa, cambia la postal. La entristece.
No es diferente a otros sitios, tan mugrientos como éste, pero sorprende porque no hay alegoría mas grande. Se llega a MDQ después de mirar los lobos que no miran a nadie. Como el Neptuno del Monumento, tan desnudo y tan airoso. Tan solitario.
Hay cuestiones fenomenales en Mar del Plata. Me asombra en Juan B. Justo el carrito, estacionado en una esquina, que solo dice El sochori de dorapa y todos entienden. Está recién pintado. Al mediodía, los días comunes. No está en zona turística. Comen muchos. Comemos. Media gamba sin papitas, salsas a discreción. Aprobado.
Asombra más y me quita lo mejor de la infancia la calesita de tres pisos, en un baldío sobre la avenida mencionada, donde instalarán una serie de juegos infantiles que, tubo sobre tubo, están montando para este enero que ya brilla como lo que es. Vacaciones, che ¿Cómo hacer con la sortija y el calesitero en una maquinaria de tres pisos? ¿Cómo entender esa magia si estás dando vueltas sobre un caballito, mientras se oye la musiquita, en el segundo piso, a la calle, de una calesita?
Alguien, alguna vez, hará el homenaje que se merece uno de los más grandes melodistas argentinos: Mariano Mores. Es con letra de Catulo Castillo que se la honra: "Gira la calesita de la esquinita sombría, que hace sangrar las cosas que fueron rosas un día... y dame de nuevo colorín tu juego, que la sortija del recuerdo toco...". Tango canción "La calesita".
El alma vuela a otras imágenes que no se pueden omitir... . "Os contaré una historia maravillosa y cierta. Una tarde (el crepúsculo lentamente caía) se me llenó la boca de soledad. Desierta era mi sangre. Mi alma ni un pájaro tenía. Caminaba. A lo lejos se oían los violines que el crepúsculo toca para verme más triste. Mi alma se vestía de lentos adoquines. (Mi alma en la soledad no se desviste.) Iba sin una luz, sin una rosa. Sin un poco de mar, sin un amigo. Me vio el caballo de la calesita. Me vio tan solo que se fue conmigo. Y ahora en mi corazón y desde entonces, transitado de niños y de risas, prisionero en mi música voltea, gira el caballo de la calesita. (Tiene el ojo pintado. Su corazón es de madera limpia.)" .
El fragmento del poema de Juan Gelman queda así, despintado, con una calesita de tres pisos. Tal vez sea de Disney y la alegría de telgopor y nerolite el sistema pero lo dicho: asombra y quita nostalgias. Como los toboganes curvos y cerrados. No son aquellos.
"Suba usted, señor. Anímese. Cuelgue el pellejo en la acera. Súbase al tordillo de madera. Olvídese de lo que fue y de qué modo Brínquese a la magia de pasar de todo. Móntese en el carrusel del Furo. Súbase. Dos boletos por un duro". Menos vuelo poético, pero todos aman tanto a Serrat.
Es, sin embargo, otro cartel el que termina por quitar la modorra del paisaje. "Mantenimiento de chalecos salvavidas". Vidriera. Negocio. En la zona del puerto, donde las quillas desnudas indican hasta que punto un dique seco es una radiografía del pasado marinero. Una confesión del ombligo de los pescadores, rascado para quitar el óxido.
¿Cómo es esto...? Les falla el carburador, se desinfla el corcho...no se vuelve feliz al centro de la ciudad (feliz) si aquello que es la última razón, el chaleco salvavidas para flotar hasta que vengan a rescatarnos, necesita pasar por "el service".
"Hola, vengo a preguntar cuánto cuesta revisar el chaleco salvavidas. ¿Cuantos piensa traer?... No sé, uno... bueno, señor, depende... Antonio, podés venir un momento...".
Dos cuestiones afligen al hombre en mitad de los misterios (Vida y muerte). La duda metódica y el principio de incertidumbre. Junto al mar deberíamos agregar la vigencia del chaleco salvavidas que, venimos a enterarnos, tiene fecha de vencimiento, como el yogur en los mercados chinos.