–Fue una forma de socializar en el barrio. Empezó con un grupo de WhatsApp para juntar gente para jugar al fútbol cinco. La mayoría de nosotros venimos de Rosario, salvo un par que son de Margarita y de Hughes, pero ya no teníamos el mismo vínculo con nuestros amigos del fútbol y había algunos a los que nos costaba volver a Rosario, así que queríamos tener un club y empezamos a armar un grupo para jugar en una canchita de (el exvolante de Newell’s Diego) Pomelo Mateo, donde al principio nos costaba juntar diez para jugar, pero enseguida llegamos a juntar 20 primero y hasta 100 en total. Hasta jugamos en cancha de 11. El fuerte era el fútbol y el asado, aunque lo más importante era quedarnos a comer un asado. Alvaro (Ariente) y el Flaco Violato tiraron la idea de fundar el club. Ahora hasta fuimos a subir el Champaquí. Grupos de fútbol hay muchos, pero la diferencia fue cuando dijimos ¿por qué no?
–¿Cuál fue el primer paso?
–Había que buscar un espacio y armar una asociación civil, nos vimos envueltos en un gran trabajo, pero a pesar de la pandemia había una buena sintonía. El primer paso fue conseguir el terreno, hicimos un petitorio, salimos a preguntar puerta por puerta y juntamos más de 500 firmas, más del 90 por ciento de los vecinos nos apoyaron para pedir este tercer rombo (una manzana con esa forma) porque el primero es comercial, el segundo es público y el tercero es municipal.
–¿Qué diferencia hay entre público y municipal?
–Es muy sutil, pero existe una diferencia en que el terreno sea de uso público, como una plaza, y que sea municipal. En realidad el desarrollador había puesto en el proyecto original que este terreno era municipal, pero que iba a ser cedido a una escuela privada, algo que hizo para vender el loteo, pero que finalmente nunca se concretó.
–Hubo un puñado de vecinos que no estuvieron de acuerdo. ¿Por qué?
–Hubo algunos que desconfiaron porque pensaron que pedíamos el terreno para un inversor privado que podía estar detrás. Presentamos un proyecto con un render (una imagen digital) que hizo el padre de Alvaro (el arquitecto Alberto Ariente), que parecía “el Bernabeu de Los Teros”, entonces un par de vecinos desconfiaron y se opusieron, pero finalmente lo resolvimos con otro proyecto de Flor (la arquitecta Florencia Rey), que lo bajó y armó uno que era más acorde a la realidad del club y del barrio, y prácticamente todos los vecinos apoyaron el proyecto, salvo uno. Hicimos reuniones públicas y la Municipalidad ofreció hacer en otro terreno la plaza que estaba proyectada en este.
–¿Çuál fue el segundo paso?
–Conseguir el terreno y, a la vez, conseguir la personería jurídica, algo en lo que nos dieron una mano enorme -porque no teníamos ni idea- los clubes de dos barrios vecinos: el Club Punta Chacra, de ese barrio, y el Club El Muelle, del barrio Las Tardes.
–Son clubes hermanos
–Tal cual. Los chicos del Club Punta Chacra y del Club El Muelle habían dado todos los pasos de la personería jurídica y nos allanaron muchísimo el camino, así que ahorramos tiempo y en seis meses armamos todo, cuestión que cuando presentamos el pedido del terreno al municipio y nos pidieron la personería jurídica ya la teníamos, la sacamos de abajo de la mesa y no pudieron dilatarlo. Y lo mismo pasó en el Concejo, donde los concejales aprobaron el proyecto por unanimidad.
–¿Cómo surgió la idea de fundar un club entre vecinos casi desconocidos?
–Acá hubo un éxodo roldanense, mucha gente que somos padres jóvenes, y hay muchas cosas por hacer porque en un barrio nuevo falta de todo, por eso se nos ocurrió que en vez de alquilar una canchita podíamos armar un espacio que fuera un club. En Roldán en siete u ocho años se fundaron el Club Punta Chacra, el Club El Muelle y el nuestro.
–¿La obtención de la personería deportiva fue una jugada de ajedrez?
–Para poder gestionar subsidios -que en esa época daban tanto el Estado nacional como el provincial- teníamos que tener la personería deportiva. Para obtenerla teníamos que estar federados en algún deporte y competir, sin importar los resultados obtenidos. Como no teníamos armado ningún deporte se nos ocurrió que podíamos jugar al ajedrez, una disciplina que varios de nosotros habíamos practicado, así que nos comunicamos con Juan Jaureguiberry, el presidente la Asociación Rosarina de Ajedrez. Ellos nos dieron una gran mano: nos armaron la escuelita, nos bajaron libros y empezamos a dar cursos de ajedrez para niños, en un tablón con cuatro alumnos en la salita de espera de los consultorios del primer rombo del barrio, que nos prestaron. Así formamos nuestro equipo de ajedrez, que empezó a crecer y a competir en el Gran Prix de Rosario y en el país. Empezamos con 15 chicos y hoy hay 30. Los Teros es el único club del Gran Rosario que tiene un equipo de ajedrez.
–¿Cómo fueron los comienzos?
–A diferencia de Punta Chacra y El Muelle, donde ellos tenían un espacio social y deportivo con canchas de tenis y pileta, acá no teníamos nada, lo único que teníamos era el hambre de hacer cosas, con un espacio libre dentro del barrio. La idea de fundar el club busca que nos identifiquemos con el barrio, donde buscamos integrarnos y vivir tranquilos para que los chicos puedan andar en bicicleta. La historia de Los Teros es como la de la mayoría de los clubes: nació porque era una demanda del barrio. Primero empezamos por cortar el pasto y nivelar el terreno donde había un gran zapallar, después nos dio una gran mano el delantero Patricio Costa Repetto -goleador del ascenso en Ituzaingó y Midland, entre otros- que vivía en el barrio y jugaba en Cañada Rosquín, quien empezó a darles (entrenamiento aeróbico) funcional a los chicos. Después hacíamos una comidita, como una pollada un domingo, y siempre nos sorprendía la demanda, un día se anotaron 120. En noviembre de 2022 arrancamos el fútbol siete con 20 chicos, con arcos que hicimos nosotros mismos. Después hicimos los baños y el cuartito (de guardado de herramientas).
–¿Cómo consiguieron los subsidios de Nación y provincia?
–Con la obtención de la personería jurídica. Éramos uno de los pocos clubes que la tenían, porque además veníamos de la pandemia y muchos no tenían ni un papel, así que obtuvimos subsidios de Nación -que ahora no los dan más- y de provincia -que por ahora siguen, aunque no sabemos los montos-. Conseguimos un subsidio de la provincia para hacer el quincho, otro de Nación para la iluminación, y otro de Nación que se llama Club en obras, con el que hicimos el cuartito (de herramientas). El municipio no da subsidios, pero nos da a los clubes el buffet un día de Carnaval, que atendemos entre todos y después repartimos lo recaudado.
–¿Cómo forestaron el predio?
–La Fundación Nativa nos donó 80 ejemplares de algarrobo -una de las especies nativas- que plantaron ellos junto a los chicos que apadrinaron cada árbol, en una jornada de concientización de la importancia del cuidado del medioambiente, que hicimos un Día de la Primavera.
–¿Qué es este bioquincho?
– Es un quincho ecológico, hecho con materiales naturales, que tiene un techo ajardinado, y la idea es cerrarlo con paredes de adobe.
–¿Tienen un buffet de alto vuelo?
– Sí, porque el buffet lo hicimos con la donación de Juan Osella, un vecino de SG Montajes, quienes retiraron un hangar de Cargill y ellos mismos lo armaron en el club.
–¿Qué deportes tienen?
–Fútbol masculino y femenino tanto para niños como para adultos, ajedrez, hóckey, vóley, iniciación deportiva, bochas y gimnasia funcional.
–¿Cuántos socios tienen?
–Tenemos más de 130 socios, que pagan una cuota de tres mil pesos.
–¿Cuál es la próxima movida?
–El 9 de julio organizamos una venta de 500 docenas de empanadas para terminar el buffet, con una mesa con bancos para el sector social.
–¿Cómo evalúan el proceso del club en perspectiva?
– En tres años pasamos de ser un grupo de WhatsApp que se juntaba a jugar al fútbol cinco y comer un asadito a desarrollar la idea de fundar un club y conseguir el espacio, la personería jurídica y las instalaciones, sin plata ni terreno. Al principio agarrábamos la pala y hacíamos todo, ahora a veces nos cansamos y cuando tenemos que hacer una obra preguntamos cuánto nos cobran, por eso necesitamos gente que se sume.
–¿Los próximos desafíos?
–El mayor desafío es terminar de materializar todo lo que hicimos hasta ahora y construir algo mejor, y entender que me tengo que meter para mejorar el barrio y la vida de nuestros hijos. Cuando lo formamos quisimos que el club fuera lo más heterogéneo posible, igual que el barrio, y a lo mejor por eso fue exitoso. Ahora tenemos mucha más experiencia, cuando uno es dirigente no puede hablar a título personal sino en nombre de la institución.
–¿Con qué sueñan?
–Con cerrar este quincho, con tener un espacio cerrado para un SUM (sala de usos múltiples) para dar (entrenamiento) funcional, ajedrez y hacer reuniones, con tener un playón para fútbol, básquet y vóley, y con todo lo estructural que falta, que vamos a realizar. Sueño con sentarme un día en el buffet a tomar un café o una cervecita y mirar a los pibes del club practicando deportes. El sentido de pertenencia a la camiseta y al barrio se construye con un club. El otro día salía de un negocio de otro barrio de Roldán un pibe con la camiseta naranja, gris y negra de Los Teros y me sentí orgulloso de pertenecer al club y al barrio. La primera vez que vi a chicos en la plaza jugando al fútbol con la camiseta de Los Teros pensé que detrás de eso hay una historia y que la cuestión es construir una identidad.
–¿Por qué le pusieron Los Teros?
–Porque este terreno estaba lleno de teros, que parecen inofensivos, pero que tienen un gran cuidado por su cría y defienden su territorio. Ojalá que con el club estemos a la altura de los teros.