Pullover azul, vaquero al tono y zapatillas grises, cabello oscuro apenas nevado y bigotes, Emiliano las puertas de su estudio Sacco Art en una galería del centro de Funes custodiado por “Tsunami” una obra de mármol blanco y dolomita azul sobre una gran mesa de vidrio y por los retratos de Diego, Messi y Di María con billetes fuera de circulación en la pared posterior.
En la cara y en la mano derecha tiene las marcas de las quemaduras que sufrió hace un par de semanas al intentar encender una salamandra en su casa de Ybarlucea. “Fue un gran susto, pero estoy bien gracias a que me atendieron enseguida entre mi pareja, María Celeste, y al gran trabajo de los médicos y las enfermeras”.
>>Leer más: El cálido sitio donde los chicos le cuentan la historia de Funes a sus padres
–¿Cómo fueron aquellos comienzos en Parque Casas?
–En una época hacíamos regalería empresarial en una piecita del Fonavi donde teníamos el taller de marmolería. Imaginate lo que no nos decían los vecinos entre el ruido del torno, con el que trabajábamos diez horas por día y el polvillo que volaba por todos lados. Un día nos regalaron un pedazo de sierra de tungsteno de una sierra sin fin que se había roto y con eso cortábamos el mármol, en un trabajo muy difícil, que nos llevaba horas.
–¿Son parientes con la artista plástica Graciela Sacco?
–Sí y no. Somos parientes porque era prima segunda de mi viejo, pero a la vez no lo somos porque primero nos desconoció aunque después hubo un acercamiento. Quise acercarme a ella cuando expuse mi obra “Parte del aire” en el Imago, el Centro Cultural de Osde, en una muestra de Gorriarena que se inauguró en 1999, organizada por el Círculo de Escultores de Rosario. Ella no me reconoció, pero también la entiendo porque era una artista importante, que exponía en la Bienal de Venecia, y yo era un pibe que recién empezaba.
–¿Qué pasó con “Parte del aire”?
–A los arquitectos no les gustó la obra. Pero cuando se hizo el concurso, los trabajos de mi viejo, el mío y el del Tati Rubén Matiasevich salieron primero, segundo y tercero. Fue una obra grande, de cuatro metros de altura. Esta obra inició una serie llamada “Parte del aire”. Jugaba mucho conceptualmente con el agua y el aire. El agua era lo físico y el aire, lo espiritual. Pero la entiendo: ella estaba en la cresta, había llegado a la Bienal de Venecia, y la llamó un pibe de 16 años que había llegado al podio.
–¿Cuál es el vínculo entre el oficio de marmolero y el de escultor?
–Yo soy la quinta generación de marmoleros, vengo de una montaña de tiza. Manuel Eustaquio Sacco era hijo de Eustaquio, quien vino con el oficio de marmolero y hacían frentes como la glorieta de Villa Hortensia. Mi bisabuelo era anarquista, vino con la movida sindical, lo mataron a los 25 años y mi bisabuela Carmela se suicidó. Mi abuelo tenía muchos terrenos en La Florida, pero se asoció con un hermano y perdió todo.
–¿Cómo retomó tu abuelo el camino de la escultura?
–Mi abuelo hizo un viaje con la Marina en el 45 y se reencontró con la escultura. Viajó a Europa y a Estados Unidos. Retomó, le fue bien y tenía terrenos atrás del Viaducto Avellaneda, cerca del Cementerio de Disidentes. Soy tano por mis orígenes y creo que la vida me tiene reservado un espacio para crear y no sólo para trabajar. Cuando estudiaba, a los 20 años gané una beca para ir a Italia, pero se cayó en 2001. En 2005 me salió la oportunidad de hacer e instalar una obra en Mónaco y también se cayó. No pude ir a Italia todavía, pero cuando vaya voy a disfrutar de mis obras.
–¿Qué significó “Parte del aire”?
–Fue muy icónica, porque era la primera vez que podía mostrar una obra y gané un premio de diez mil dólares, que para mí era una fortuna, pero me enojé mucho con la Argentina porque hay un sistema de una institución como el Círculo de Escultores de Rosario que digita a los artistas ganadores. Esto me empujaba a decir que no quiero saber más nada con la Argentina. Las invitaciones llegaban al Círculo de Escultores de Rosario, entonces mi viejo dijo: “Vamos a empezar a escribir”, en épocas en las que no había ni mail.
–¿Cuál fue la respuesta?
–Hice una muestra a los 17 años y conocí a María de los Angeles López, quien me dijo que quería que participara de la muestra colectiva de Oroño y Pellegrini, pero la presidenta del Círculo, Ana María Soler de Beltrame, le dijo: “Es muy chiquito”. Entonces la Pichi López le respondió: “Si a este chico no lo ponés, la UNR no te da el apoyo”. Y salí segundo.
–¿Cómo siguió tu carrera?
–Tuve que hacer una obra en homenaje a (el arquitecto) Ermete De Lorenzi _el autor del palacio de Moreno y Córdoba (donde está el Museo de la Memoria), del edificio de La Comercial de Rosario, de Oroño y Córdoba, y de otro al lado de la Bolsa de Comercio_, con Román Brunet, de la Revista Bío. También hice trabajos con (el arquitecto) Rafael Iglesia.
–¿Cómo era Rafael Iglesia?
–Venía y te decía: “Che, quiero que hagamos algo para acá”. Y te daba un dibujo que ya había pensado. Era un genio, hacía una obra que parecía imposible. Soy reacio a hacer lo que me dicen. Son pocos los que conocen conceptualmente las cosas.
–¿Cómo nació tu obra “Semilla”?
–Me contactó primero Maxi García, el secretario de Obras Públicas, quien quería poner algo de arte, y después José María Cimino, porque iban a renovar el ingreso por (las avenidas) Galindo y Fuerza Aérea. También me llamó Gonzalo Audet, quien financió la obra y me dijo que el (intendente) Roly (Santacroce) quería hacer una fuente. Sólo el arte puede hacer comulgar la política, lo económico, lo social y lo humano en un concepto con cuestiones técnicas. El Roly quería una fuente con agua, yo sólo quería un espejo y Audet no quería gastar. Hice algo muy dinámico, muy conceptual y abundante, que fue la primera obra de arte pública de Funes. Es una obra que puede estar en cualquier lugar del mundo.
–¿Qué significa?
–Hice la primera obra de la serie “Semilla”, que es una pieza en metal, que conceptualizo en la posibilidad de renacer y que retomé la posibilidad de escribir una historia cuando mi pareja, Celeste, estaba embarazada de Josefina. Me senté en mi estudio de Ybarlucea y pensé en una esfera con varias láminas de acero, que según desde dónde la veas es una u otra, circular o alargada, cómo explico que es una semilla y que es un mensaje de esperanza y que la esfera puede germinar y florecer. Maxi, Gonzalo y el Roly me dijeron: “Queremos una obra tuya”. Y todo fue hecho acá, sin tercerizar nada.
–¿Cómo se llama tu próxima obra en Funes?
–Se llama “Brote” y estará en Fuerza Aérea en la primera rotonda del ingreso desde Rosario. “Brote” juega a entrar y salir con una figura de articulación de seis láminas que se mueven con el viento, de siete metros de diámetro y cuatro de alto. Las hojas giran con el viento, hechas de resina, fibra y metal. Cada hoja tiene tres metros y medio por 70 y por 30 centímetros. Las dos obras están en los ingresos principales a Funes y esta salió un poco más fácil.
–¿Y cómo se te ocurrió hacer retratos de ídolos con billetes fuera de circulación?
–En mi casa paterna había un balde donde poníamos billetes de 2 y de 5 pesos que dejábamos como un ahorro para comprar materiales calcáreos. Con la inflación un día mi viejo me dijo: “Vas a tener que hacer las obras con losbilletes”. Y así nació “El vuelo de Bartolo” en las redes y con una impronta popular. Teníamos que pensar algo: como artista encontrar algo que comunique y que lo acepte la gente, y así surgió la serie “Próceres”, un personaje medio culón, nada académico ni estilizado. Mi ficción no viene por el lado político ni por la crítica a la inflación porque no es mi estilo. ¿Por qué no representar a los próceres populares con los próceres históricos de los billetes? Era como si escribiera para mis amigos. Empecé a jugar con próceres populares. Primero con Diego, segundo con Messi, tercero con el Trinche (Carlovich), con Di María, con Maxi (Rodríguez).
–¿Detrás de las obras hay una movida solidaria?
–La idea es que lo firmen. El de Maradona fue firmado por Messi. La idea es que se lo lleven, lo firmen y lo subasten para el (Hospital Infantil) Garrahan.
–¿Es una obra de arte que llega a la gente?
–Al arte se lo apropió un grupo de elite. El cantante es el que canta con la gente. En un simposio de escultores dijeron que “es un oficio como cualquier otro, como el marmolero o el herrero”. Un artesano es alguien que tiene el don del oficio. Eso tiene que tener el arte.
–¿La ciudad de Funes es tu lugar en el mundo?
–Tengo un vínculo con Funes. Y el vínculo es que me quieren reconocer. En Ybarlucea estoy establecido y tengo mi taller y la casa de mis suegros. Me gusta Ybarlucea, donde tengo más posibilidades. Va a ser un punto medio entre Funes y Rosario, que me encanta porque tengo trabajo, amigos y familia. Y en Funes también. Ybarlucea viene fuertísimo y está muy lindo.
–¿Cómo ves tu carrera desde aquel pibe que la peleaba con su padre marmolero en la piecita de Casiano a este artista con proyección internacional?
–En el primer viaje a Holanda, a los 18 años, me di cuenta de que algo había logrado cuando vi un planisferio en una escuela de Borkel, al lado de Eidhoven, y dije: “Qué loco, estoy en Holanda”. Fue un reconocimiento a una lucha muy grande. Puedo ver a mi viejo, que en la situación en la que estaba quería ser escultor aunque para él sólo era un hobby. No teníamos ni una amoladora. Un corte de 30 centímetros de diámetro era un día de trabajo. Al oficio del mármol, que conozco como ninguno, no lo disfrutábamos, lo sufríamos. Ahora tengo una amoladora y un Yale, pero sigo con el mismo entusiasmo.