Alto, cabello largo y barba, una remera negra de Mazinger –“mi superhéroe infantil”–, pantalón de trabajo marroncito y zapatillas, el flaco Cirilli comparte unos mates en la cocina y habla pausado sobre su pasión por la animación digital y la música, entre muchas otras, como cocinar “de todo, desde locro hasta pan”, en su encantadora casa de Funes. Allí atesora, además de su estudio audiovisual y musical, un gallinero, una huerta, una olla de barro hecha con sus manos y la ahora conocida Renoleta verde, que le prestó a su amigo, el Kity Cabruja, para filmar la película “La Fiesta”.
¿Cómo fue tu infancia en el barrio Hospitales?
Mucha calle y barrio, con pibes y pibas. Jugábamos a la pelota y a los cinco remates. Vivíamos frente al viejo Heca, que tenía una entrada por Virasoro donde jugábamos a las escondidas. Lamentablemente ahora no hay vida de barrio.
¿Sos futbolero?
No. He jugado y me gusta, pero no soy el prototipo del futbolero. Miro los partidos de los Juegos Olímpicos, pero no soy el hincha tipo. Eso me dejó afuera de muchos grupos.
¿Tuviste influencia de tu papá en tu oficio?
Seguramente algo hay ahí. Mi viejo tenía un taller en el fondo de mi casa donde hacía máquinas. Las diseñaba y las fabricaba. Me crié entre máquinas y armazones de cartón en el patio. Mi casa, que era grande y estaba a medio terminar porque todo lo quería hacer mi viejo pero nunca llegaba, era la casa del pueblo, venían todos a jugar. Todo era difícil porque surcábamos la pobreza: siempre me acuerdo que cuando tenía ocho años mi viejo tuvo que vender el auto y nunca más pudo comprar otro.
¿Y de tu tío Arnoldo, que trabajaba para Hanna Barbera, también tuviste influencia?
Pasaba lo mismo. Mi tío hacía stop motion (animación de objetos, como muñequitos) con una máquina, y mi papá también. Eran muy creativos y con una gran habilidad para el trabajo manual. Mi tío es mucho más talentoso que yo, es muy hábil con muchas cosas. Yo no tengo su nivel de excelencia. Ves sus trabajos y están a otro nivel.
¿Cuándo supiste que lo tuyo era la animación?
Nunca fue lo mío. Yo pintaba para mecánico, pero nunca fui a una escuela técnica, no sé bien por qué. En la primaria fui al (colegio salesiano) San José, un lugar que no me gustaba, aunque quería seguir en la secundaria como técnico porque ya venía de ahí, pero no aprobé el examen y como tenía un cuñado apoderado del Colegio Santa Fe de la Veracruz –un privado que ya no existe– entré al bachiller, pero la escuela no me interesaba. No quería estudiar, hacía quilombo.
¿Por qué decís que la animación no era lo tuyo?
Soy animador, pero es difícil definirme. También te diría que soy músico, pero te mentiría. Hago música, toco la batería y la guitarra y he compuesto temas, pero no me considero un músico. Una vez alguien me preguntó qué tocaba y cuando le dije que la batería me contestó: “Eso no es ser músico”. Se habla de distintas inteligencias. Soy muy bueno en algunas cosas y en otras soy un desastre.
¿Cómo comenzó tu carrera relacionada con la animación?
En 2000 empecé a estudiar cine en la Vigil. Mi papá se armó una oficina para hacer la posproducción de dibujos animados de los trabajos que hacía mi tío. Mi viejo era muy ducho con la compu y en una semana aprendió todo. Apareció un día con una Spectrum de los 70 y a los ocho años yo tenía contacto con una computadora. Cuando mi viejo empezó con ese trabajo yo tenía 20 años y ahí me enganché con la posproducción: editar y pintar. Dejé Cine por la cantidad de trabajo que había. Antes se dibujaba y se pintaba a mano, en la época del viejo animé. Después, en una época en la que había poco trabajo, me conecté con la animación ink and paint (tinta y pintar). Ahora se escanea y de digitaliza.
¿Cómo definirías tu oficio?
No soy dibujante, como contó el (actor y director) Kity (Cristian Cabruja) en la nota que publicó La Capital. Nunca tuve cierta habilidad para el dibujo y sigo sin tenerla. El equívoco nace del término inglés “motion grafic disigner”, que algunos traducen como “diseñador gráfico”. Pero hay cosas peores: cuando digo que soy animador algunos me preguntan si animo fiestas infantiles.
¿Cómo lo llamarías entonces?
Hago dibujos animados.
¿Cómo surgió el premiado cortometraje “De costumbres?
El corto “De costumbres” ganó un premio en el Festival Latinoamericano de Rosario como mejor animación en 2014. La verdad que lo hice para que me invitaran al Festival Anima en Córdoba porque te pagaban la estadía. Fui con expectativa cero y ganó una mención en el Anima. Entonces lo anoté en Rosario, pero después del Anima le tenía muy poca fe. En realidad lo podría haber hecho mejor. Soy muy autoexigente, y no es falsa modestia.
¿Cómo describirías tu carrera en perspectiva?
Tengo 45 años y 23 en este trabajo. Mi viejo empezó operando una compu sin saber nada de animación, pero se enfermó de cáncer de pleura y se murió en ocho meses. Yo tenía 22 años y quedé como el hombre de la casa porque tenía tres hermanas mayores casadas que vivían en su casa: mi vieja en trámite de jubilarse y dos hermanos más chicos, uno discapacitado que después murió, así que quedé a cargo de ellos y entré a trabajar en la empresa de mi tío para hacer la página web y ahí empecé a trabajar en la animación. Hasta que la empresa se cayó y echaron al 90 por ciento. Me quedé sin trabajo y empecé a hacer la transición.
¿Cómo fue esa transición?
Es un recorrido. Estoy en la animación porque era lo que más conocía. Esto es un río que me llevó a la animación y ya me quedé. Empecé y conseguí un cliente a duras penas. Era muy difícil conseguir clientes. En esa época mandabas mails, pero el 99% de las empresas no te contestaban. Hasta que apareció una oportunidad de animación digital con mi tío. Entré en 2006 a esta empresa como asistente de dirección para la serie española “Curro y Toro”, que mi tío dirigía y armaba. Ahí conocí a mi compañera y madre de mis hijos, la funense Verónica Páramo. Fueron dos años muy intensos, pero a niveles insalubres y de explotación laboral, como trabajar hasta 15 horas, entraba de noche y salía de noche: de 5 a 21. Volvía a comer y a dormir. Eso pasa ahora en Corea, donde en el rubro del animé duermen debajo del escritorio. Hasta que otra vez se pudrió la empresa, en 2007.
¿Cómo puede irle mal a una empresa que tiene tanto trabajo?
Digamos que el río tiene recodos y a veces te golpea. Dimos un paso al costado y empezó la etapa de la independencia. Empezar de abajo en la animación era y es muy difícil.
¿Cómo hiciste para mantenerte a flote en medio del río?
En el medio agarré un reparto de plantas para el vivero de un supermercado, trabajé en albañilería, cargué matafuegos y fui sereno en un hostel.
¿Cuál fue el trabajo más difícil?
El de albañil no lo contaría porque fueron dos semanas. Repartir matafuegos no era fácil porque tenía que cargar tres matafuegos de 5 kilos cada uno en cada mano hasta el piso 20. El del hostel fue penoso porque trabajar de noche es lo peor. De 12 a 8 tenía que hacer de todo; era sereno pero tenía que hacer todo: reponer las heladeras, ayudar en el bar, lavar los platos. Lo peor fue la actitud del dueño, que antes de contratarme me dijo que me iba a pagar 1.000 pesos, pero se arrepintió, lo tachó y me pagó 950, sin ningún motivo ni explicación. En esa época 50 pesos para mí eran mucho. Pero el trabajo más penoso y en el que más sufrí fue como repartidor del vivero.
¿Por qué?
Parece el más fácil, pero no lo era. Tenía que ir a buscar las plantas al vivero de Alvear con mi Wargon y llevarlas a las seis sucursales de un supermercado. Ahí conocí la parte de atrás del supermercado: un ambiente hostil, donde no podía entrar, las plantas son frágiles y no tenía lugar para dejarlas. Allí rige la ley del más fuerte: entra primero el que tiene un amigo en el supermercado o el que tiene el camión más grande. Yo no conocía a nadie, así que sufría para entrar y después renegaba para encontrar un lugar para estacionar. Iba a pedir agua a los empleados y algunos no te daban. Trabajé dos meses, pero cada día lo sufría y para seguir decía: “Pensá en tu hijo”.
¿Cómo volviste a la animación?
En 2009 renuncié al hostel y trabajé en la Cooperativa de Animadores de Rosario como animador y director. Volví, me costó, pero no fue la última vez que me desconecté del oficio. En un momento me fui de la cooperativa porque éramos muchos, era padre reciente y conseguí trabajo en otra empresa donde trabajaba con una PC, pero hacía otra cosa: localizaba documentos en páginas web, acomodaba los textos. Era cero creatividad pero pude terminar una parte de la casa en Funes. Vivíamos con Vero y Santino en Rosario. El trabajo era malo, pero pudimos terminar la primera parte de la casa hasta que a los dos años les pedí trabajar en forma remota. Estábamos en 2012 y ya tenía a mi segundo hijo, Dante, necesitaba estar más presente, así que les dije: “Quiero trabajar en mi casa o renuncio”. A lo mejor aquí vuelve la historia de mi viejo. Me dieron una PC y trabajé cuatro años en casa hasta que se pudrió otra vez. Me pude reconectar con la animación y volví en 2016 al oficio. En 2019 estaba muy mal de trabajo y agarré uno de motion grafic en Rosario, llegó la pandemia, volví a trabajar remoto y no me fui más de casa.
¿De dónde te piden trabajos?
Casi todos del exterior. La mayoría para Estados Unidos y Europa, como España, Polonia y Bulgaria. Uno se va armando un currículum, que ahora son los reels –los videos– que muestran lo que quieren ver. Hay millones de ofertas y hay redes. Antes funcionaba tener un contacto, pero ahora si tenés redes ya te conocen, es más democrático pero también hay más competencia. Junto a otros disidentes nos dimos una mano.
¿Vivir en Funes se parece al barrio de tu infancia?
Sí. Santino se va en bici con sus amigos a jugar a un campo de Roldán y retomó su vida de scout. Hay un vínculo con tu infancia, cuando había menos vida de ciudad, pero ahora eso cambió. Igual con él íbamos en bicicleta al jardín, tenemos una vida más amigable con la naturaleza.