Cuando uno comienza a transitar la formación docente, entre las materias pedagógicas y los cursos de actualización, se ven videos y películas que tratan de reflejar las realidades de las escuelas donde nos desempeñamos o nos vamos a desempeñar como profesores.
Ahí comenzamos a ver y a analizar esas películas icónicas, que las miramos tratando de hacer paralelismo con nuestra realidad, que es diferente pero “casi parecida” a la que nos muestran. Y analizamos La ola, La sociedad de los poetas muertos, La sonrisa de la Mona Lisa, La lengua de las mariposas, Escritores de la libertad, Mentes peligrosas... y puedo seguir. Son sólo algunas de las que se me vienen a la mente hoy. A partir de esos análisis, queremos ser Robin Williams, Michelle Pfeiffer, Julia Roberts o Hilary Swank. Y nos forzamos en encontrar similitudes a nuestras escuelas, a nuestras pibas y pibes, a nuestros docentes, a nuestros barrios, a nuestros directivos, a nuestro sistema. Pero no lo son, son diferentes.
Hace un par de meses se estrenó y se subió a una plataforma El suplente, una película argentina que, considero yo, es la primera que muestra un ambiente muy similar al de las escuelas reales que he conocido y que intento habitar desde hace años. Me refiero a esas instituciones localizadas en los barrios, en zonas marginales con una población en su mayoría provenientes de familias vulnerables.
Hay muchas escenas en la película que impactan, que parecen crueles y que muchas veces nos duelen. Por ejemplo, el impacto de la venta de droga en la escuela, cómo afecta su cotidianeidad, las tensiones internas que suscita y los posicionamientos docentes.
También la secuencia de la militarización, a raíz de las situaciones de narcotráfico, es fuerte y genera rechazo. Pero desgraciadamente es similar a lo que vimos hace unos días en algunas escuelas que fueron foco de atentados, con gendarmes transitando el barrio, las veredas y hasta en la puerta de los comedores. Escenas que parecen actuales, pero que debemos remontarnos al año 2013 para recordar algunas instituciones que funcionaban “con normalidad” con la presencia de un patrullero en la vereda debido a atentados y amenazas a docentes y estudiantes.
Pero esas imágenes, de hace diez años atrás, no fueron muy viralizadas ni mediáticamente tomaron relevancia, como tampoco las historias de docentes y directivos que tuvieron que refugiarse en otros ámbitos, porque la escuela no podía cobijarlos. Tampoco fueron noticia esos chicos y chicas que de a decenas dejaban sus estudios con pedidos de pases o hasta abandonos sin explicación, para poder cuidar sus vidas.
EL SUPLENTE - Trailer oficial
La otra cara
Pero también en la película se muestra la otra cara. La que sostiene a las instituciones escolares, la de las y los docentes que siguen apostando a su trabajo porque entienden que es la forma de visibilizar a esas pibas y a esos pibes; docentes que siguen creyendo que su granito de arena tiene valor y que muchas veces permite cambiar la realidad de algunas vidas. Los que se mantienen firmes, aún cuando muchos otros ponen el foco en otros planos por miedo, desinterés o falta de compromiso.
Esa escuela que se muestra en la película existe en nuestra ciudad y puede adoptar muchos nombres —se me vienen muchos a la cabeza ahora— que las identifiquen. Ese profesor suplente puede tomar también un nombre propio y los que se ven en la sala de profesores también. Y esas pibas y esos pibes, los que dejan de venir, los que son visitados para que vuelvan, los que están metidos en el mundo del narcotráfico como soldaditos, también pueden tener nombre, apellido o apodos en nuestras escuelas.
Lo mismo esas palabras de la directora, que encarna Rita Cortese, son las que muchas veces sostienen el compromiso de quienes seguimos eligiendo habitar ese tipo de escuelas de barrio, de gestión oficial o de gestión de privada, porque entendemos que las familias siguen confiando, y aunque a veces no entiendan bien para qué, saben que ahí sus hijos e hijas están contenidos. Por eso en esas semanas de tanto calor, muchos seguían eligiendo estar en las escuelas, aunque no había aire acondicionado o los ventiladores no andaban, o la presión de agua era poca o escasa.
Es por eso que, como decía la directora, cada mañana, cada tarde o cada noche nos repetimos como una especie de arenga interna con nuestra conciencia: “Pero igual vengo todos los días, todos los días, y me enfrento y estoy. ¿Y sabés por qué lo hago? Por una única razón, porque yo creo que vale la pena”.
(*) Docente y presidente de la Fundación Pedagogía en Foco