Un grupo de trabajadores municipales aprende a leer y a escribir a través del Programa de Alfabetización "Yo, sí puedo". Lo hace en su lugar de trabajo y sus maestros son sus propios compañeros de tareas. La idea entusiasmó al sindicato del sector que promete replicar la iniciativa solidaria en otros espacios laborales. Los alumnos cuentan por qué se animan ahora a aprender y proyectan seguir estudiando. Historias de vida para valorar el derecho humano y colectivo a educarse.
Héctor Raúl Trejo tiene 70 años. Dice con orgullo su edad, más al sentirse el estudiante mayor del grupo de jóvenes y adultos que tres veces a la semana se reúne para aprender las primeras letras y números. "Quedé huérfano cuando tenía 9 años, me criaron mis tíos que trabajaban los dos, yo me quedaba solo en la casa. A los 11 años empecé a trabajar en un aserradero y después fui panadero. No podía seguir la escuela", resume Héctor su trayectoria escolar.
Ahora lo entusiasma la oportunidad de aprender, pero más darles un empuje a los más jóvenes con quienes comparte las clases.
Héctor le había confiado a su delegado gremial, Jorge Vazquez, que no sabía leer ni escribir. Una preocupación de la que se enteró una compañera del área, Andrea Vazquez, referente de la Multisectorial de Solidaridad con Cuba y la Patria Grande, el espacio político y social que implementa el plan de alfabetización de origen cubano en distintas zonas de Rosario. ¿Por qué no hacerlo en este lugar de trabajo? Se preguntaron. Y así comenzaron hace un mes y medio con los primeros encuentros.
En ese grupo también está Gustavo Zavala, de 35 años, que no quiso dejar pasar la posibilidad de terminar la escuela. "Me gusta mucho aprender", expresa en la charla con LaCapital y adelanta que una vez que se afiance con la escritura está en sus planes terminar la primaria, la secundaria y también escribir un libro sobre las plantas.
Gabriel Suárez nació en Santiago del Estero, de muy chiquito llegó a la ciudad. "Fui a la escuela, pero como mi vieja quedó soltera, mi viejo nos abandonó, no pude terminar", repasa de su joven vida. Ahora, con sus 37 años, se muestra más que satisfecho de poder ser parte de un grupo decidido a aprender y seguir adelante.
Para Mariano Fernández, de 34 años, el apoyo de su familia es al que se abraza para superarse. Tiene un hijo pequeño que lo anima a estudiar. "Yo iba a la escuela de noche, pero el trabajo no me daba tiempo para seguir. Cuando me dijeron de aprender acá, dije enseguida que sí", recuerda y nombra razones cotidianas más que suficientes para darle sentido al esfuerzo.
En esa misma idea de apropiarse del derecho universal a la lectura y la escritura, se anotan los comentarios que comparte Roberto Castro, otro de los alumnos. "Yo fui poco tiempo a la escuela, ahora agarro las páginas del diario, busco las de fútbol y las leo", dice feliz de ese logro tan poderoso para su vida.
En el grupo de alumnos que aprende en el ASU (Area de Servicios Urbanos) Centro, de Montevideo y Riccheri, también están Sergio Parroni, Héctor Juchli y Néstor Méndez.
El grupo agradece y destaca la paciencia que tienen los facilitadores, el nombre que el plan les da a los maestros. A esa tarea aquí la asumen los propios delegados. "Es increíble esta experiencia, cómo los compañeros se van dando cuenta de las cosas y se sorprenden ellos mismos cuando descubren las letras", aprecia Raúl Riganti, facilitador del "Yo, sí puedo". Otro de los delegados que acompaña la iniciativa es Juan Deniz.
"Yo no sé leer ni escribir ¿no me enseñás?" El pedido se lo confió un compañero de tareas a uno de los delegados. Fue el puntapié para que comenzara a tejerse el lazo solidario indispensable para responder a lo que luego revelaron no era la necesidad de una sola persona. "Cada día es un día nuevo, de ver a los chicos felices, pedir que quieren pasar al pizarrón a escribir, se nos caen las lágrimas", se emociona Jorge Vazquez al hablar de la experiencia de educador.
Andrea alerta en la charla sobre las injusticias cotidianas que vive una persona no alfabetizada: como que la logren confundir con el dinero o descubrir que escribe su nombre propio solo porque lo reconocen de memoria. "Causa dolor e impotencia", reflexiona quien participa de la Multisectorial.
La posibilidad de que el programa se aplique en este espacio de trabajo cuenta con el apoyo del Gobierno municipal.
Quienes hacen de educadores en el grupo recibieron una capacitación previa de parte del asesor pedagógico cubano, Cosme Valladares. Las clases se valen de cartillas, con ejercicios preestablecidos, unos videos orientadores y mucha práctica. El método, distinguido a nivel mundial por la Unesco, permite que en poco tiempo (60 clases) las personas se alfabeticen. La tarea que queda después es ayudarlas para que se animen a terminar la escuela obligatoria formal.
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Foto: Sebastián Suárez Meccia / La Capital
Celebrar la autogestión
El secretario gremial del Sindicato de Trabajadoras y Trabajadores Municipales de Rosario, Pablo Moyano, celebra la iniciativa y anticipa que buscan replicarla en otros espacios. "Esto tiene que ver con la autogestión, donde los mismos compañeros de trabajo detectaron que en sus lugares de tareas había quienes no habían completado su escolaridad. Queremos que se repita en otras áreas, de hecho ya hay delegados que nos están consultando cómo funciona el programa y cómo acceder", expresa Moyano.
El dirigente reconoce que muchas veces para las personas adultas lo difícil "es superar la barrera de la vergüenza que les significa asumirse como no alfabetizados". Subraya así lo valioso que sea entre pares de trabajo quienes se den una manos. También agrega que la intención del sindicato es apoyar todas las instancias que lleven a los trabajadores a completar su escolaridad, de hecho remarca que en la sede sindical funciona el Programa provincial Vuelvo a Estudiar que permite completar la secundaria.
"Es un acto de solidaridad tremendo", destaca el coordinador de la Multisectorial de Solidaridad con Cuba y la Patria Grande, Norberto "Champa" Galliotti, al reconocer que la idea de llevar el programa de alfabetización haya surgido de los propios trabajadores. "Quien no puede distinguir las letras se siente en una situación de desventaja, desvalorizado en su autoestima, por eso que la iniciativa de ayudar sea de los propios compañeros resulta un acto de solidaridad proletaria increíble", opina y advierte que la existencia de personas analfabetas es producto de políticas de exclusión.
Es lunes por la mañana, el mate circula entre las charlas y las opiniones compartidas. Los trabajadores llaman con sus historias de vida a animarse a otros a imitarlos. "Que todos los que tengan la posibilidad vengan a aprender a leer y a escribir, que vengan porque esto es para todos", convoca Héctor, el alumno mayor de la clase. Al final todos se reconocen en un aplauso colectivo.