En este mes de la educación que se termina, en el que recordamos a las maestras y los maestros, auxiliares, profesoras y profesores, preceptoras, preceptores y directivos, es imposible para quienes nos desempeñamos en varios de estos roles no pensar en nuestras pibas y pibes.
A quienes asumimos la tarea de intentar habitar las aulas, que no es lo mismo que estar, titularizar cargos o permanecer en instituciones —y que elegimos ciertas escuelas con poblaciones vulnerables— nos hace ruido y nos atraviesa el interrogante del para qué quieren nuestros estudiantes ir a la escuela.
“Quiero ser alguien”, dijeron muchas veces, poniendo en palabras lo que les hacemos sentir como sociedad. Quieren poder acceder a lo que parece no les corresponde, o no les pertenece por provenir de ciertos sectores, y buscan primero vencer esa etiqueta o estigmatización, que sin dudas les pesa y les duele.
Pibas y pibes que ven en la escuela un espacio de reivindicación, de reconocimiento. Donde pueden ser ellas y ellos, y empezar a ganar un lugar, tener un nombre o un apodo, y no un “alias”. Celebran que se les pregunte “que te pasó que no estuviste viniendo”, y no solamente se les informe la cantidad de faltas.
Agradecen que en esa escuela en la que eligen estar pueden lograr cumplir sus sueños y proyectar su vida, que muchas veces está atravesada por la inmediatez y lo efímero, que no les permite pensarse más allá del aquí y ahora.
En este tiempo en el que tantos opinan sobre la educación —la mayoría sin conocer qué pasa hacia adentro de esas aulas— esto parece no importar. El odio y la desinformación parecen ser los bastiones en los que se apoyan los discursos.
Hablar de poner en duda el acceso universal a la educación, cuando sabemos que no todas y todos parten de la misma línea, sino que hay quienes están inmersos en desventajas sociales, culturales y económicas que no les permiten la igualdad de oportunidades, es tristísimo.
Insisto, quienes tenemos el privilegio de habitar escuelas y disfrutar de nuestra tarea, a pesar de los cambios políticos, de gestión, de rumbos y horizontes, seguimos eligiendo apostar a estas historias de accesos, reconocimientos y logros. Aunque estén cargadas de esfuerzo —porque conocemos la realidad detrás de cada nombre y cara— y dolor por quienes no llegan, porque la realidad los absorbe, porque sus sueños se truncan o simplemente los asesinan porque quedan en el medio de la delincuencia o las adicciones.
Y aún así seguimos convencidos que es en las escuelas donde estas pibas y pibes pueden ganarle a la realidad, a veces escapando de un designio impuesto por la sociedad del “no podes”, o escapando de un barrio y llegando a ciertas escuelas como una especie de conquista social o territorial (porque los de tal zona no pueden ir a más allá de cierto barrio). Es en la escuela donde toman las herramientas que pueden permitirles pensarse en algún futuro. Nosotros solamente acompañaremos, sostendremos, guiaremos... respetando sus historias por ser quienes son. Porque cada una de esas historias para nosotros ya “son alguien”. Y se los hacemos creer, para que puedan seguir soñando, sabiendo que no están solas ni solos.
(*) Docente y presidente de la Fundación Pedagogía en Foco.