Hace once años escribí “Patada de Estado ”, un artículo que titulé así porque una de mis hijas, en aquel momento en 2º grado, entendió y me sintetizó con esa metáfora lo que habían conversado en la escuela en torno al golpe del 76.
Dibujo: Chachi Verona
Hace once años escribí “Patada de Estado ”, un artículo que titulé así porque una de mis hijas, en aquel momento en 2º grado, entendió y me sintetizó con esa metáfora lo que habían conversado en la escuela en torno al golpe del 76.
Al reemplazar “golpe” por “patada” se produce un cambio, no solo de palabra, sino en el modo de referir y comprender. No porque no pueda funcionar como sinónimo, sino porque para que exista aprendizaje y que sea significativo debemos hacer lugar a un proceso de apropiación, que siempre es singular, situado y remite al contexto e historia de quien aprende. Por eso me parece sustantivo compartir esta alteración semántica como un modo de contar o nominar que interrumpe, oxigena y también puede interpelar creativamente al pasado. Estamos ante un interesante ejercicio pedagógico de la memoria, que no significa repetir sino mas bien “volver a pasar por allí”, aunque sea difícil, controversial, y tengamos que vincularnos con escenas de mucho pesar. El desafío es transformar ese dolor en preguntas, para poder procesar lo complejo y a veces indecible en un encuentro con lxs otros, y en un acto de memoria y reclamo de justicia, una escena de reparación de humanidad.
Quienes nacieron en esos días del golpe o en dictadura atraviesan los cuarenti, plena adultez. Hay quienes recuerdan mucho y militan la memoria. Están, claro, quienes recuperaron su identidad porque fueron robados por la dictadura, y aún faltan encontrar centenares. También hay quienes con esa misma edad fueron hijxs de militares o civiles que ejecutaron el genocidio, y decidieron hacer silencio y apoyarlos. Aunque también hay hijxs de esas personas que los desbordó el dolor y la vergüenza, y decidieron condenarlos, como es el caso de Analía Kalinec, hija de un represor. Ella es docente y parte del colectivo Historias Desobedientes, que transformaron el padecimiento en un acontecimiento de participación, lucha y esclarecimiento, para reparar tanto malestar y lograr justicia.
Pero también entre los de cuarenti hay quienes han transcurrido indiferentes. Los hay también, en menor proporción, quienes dicen que fue una guerra y justifican el golpe cívico-militar.
Tensiones y paradojas
Me interesa poner bajo escrutinio esos once años desde que mi hija me narró lo trabajado en su escuela y su recorrido en la primaria y la secundaria, que acaba de terminar. Mi hija, que estaba en 2º grado en 2011, recorrió una primaria en la que el ejercicio de la memoria era de una admirable responsabilidad ética y pedagógica, por iniciativa de directivos y docentes. Sin embargo no era ni prioridad ni un tema de interés para quienes conducían la política del gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, y su enseñanza en las escuelas —así como la conmemoración del 24 de marzo— eran parte de una simulación o aceptación pasiva que debían ceder ante la legitimidad de una sociedad movilizada, defensora de los derechos humanos y un clima nacional político favorable, además de respetar decisiones del Consejo Federal de Educación que integraban. En ese momento, para quienes gobernaban el país la política de educación y memoria era estratégica y un pilar fundamental de la política educativa federal. En la Ciudad de Buenos Aires, antes que mi hija iniciara la primaria, Mauricio Macri —que era jefe de gobierno— nombró como ministro de Educación a Abel Posse, un confeso admirador de la dictadura, además de retrógrado y alérgico a lxs jóvenes en general y su pasión por el rocanrol en particular. “Debemos devolver a los poderes legales y constitucionales a las fuerzas que garantizan el orden público: Policía Federal, Gendarmería, servicios de inteligencia. Urge establecer el orgullo y la función esencial a las Fuerzas Armadas. Hoy somos ya un país indefenso que podrían, en caso de conmoción interna, ser convocadas como garantía del orden republicano o la soberanía... los sospechosos de terrorismo se siguen vengando y humillando a las Fuerzas Armadas”, dijo. Parecen palabras de un funcionario de la dictadura, pero es el mismísimo Posse ya entrado el siglo XXI. No duró ni dos días en el cargo.
Durante la secundaria de mi hija, quien había gobernado la ciudad durante su primaria asume la presidencia de la Nación. Su gobierno deja de disimular su fastidio hacia las políticas de verdad, memoria y justicia sincerando su perspectiva negacionista. El propio Macri relativizó en 2016 los crímenes de la dictadura ignorando el número de desaparecidos víctimas del terrorismo de Estado, diciendo que “si son los que están anotados en un muro o si son mucho más es una discusión que no tiene sentido”, utilizando el término “guerra sucia” para referirse a la última dictadura, cuando no existió ninguna guerra sino el diseño meticuloso de un genocidio por parte del Estado, y condenado aquí y en el mundo entero como crímenes de lesa humanidad, al igual que el holocausto nazi. Y es preciso recordar que algunos de sus más altos funcionarios fueron partícipes directos o defensores del genocidio. Incluso un año más tarde (2017) en su gobierno se intentó promulgar una ley conocida como 2x1, en la que se beneficiaría y acortaría condena a represores juzgados por delitos de lesa humanidad. La movilización masiva en las calles de la Argentina impidió que se avanzara con esto.
Transformar el dolor
La enseñanza de la historia, y en este caso de la memoria reciente, es un desafío para cualquier sociedad que se define como democrática. La escuela debe asumir la responsabilidad de enseñar lo que muchas veces buena parte de la sociedad tiende a olvidar. Y lo que enseña no es capricho de un gobierno de turno, sino la insustituible presencia del Estado, que debe cuidar el derecho de cada quien y toda la sociedad a vivir en democracia y libertad, condenando y haciendo justicia cuando se altera el orden constitucional y se cometen delitos y crímenes de lesa humanidad.
Por eso, aquello que concierne a la memoria de nuestra sociedad como lugar de vida en común, conocer quiénes somos y quiénes nos antecedieron como parte de nuestra identidad, es arte y parte del cuidado y la enseñanza entre generaciones que debe garantizar el Estado, más allá del gobierno elegido circunstancialmente. La mayoría de chicxs vivirán ese clima reinante que suele seguir la oleada de cada gobierno, aunque mi hija, a pesar de un gobierno que se hacia el distraído en la ciudad, pudo aprovechar las clases y el compromiso de ciertos docentes en su primaria. Y en la secundaria —con el macrismo en el poder y su reticencia a las políticas de memoria, verdad y justicia— también pudo encontrar en el marco de una secundaria pública de La Paternal docentes que hacían de la memoria una pedagogía del esclarecimiento y la lucha por la justicia y una mejor democracia. Incluso denunciando desde el centro de estudiantes los intentos por anular o prohibir actos o ejercicios de la memoria.
En 2014 en un encuentro entre escuelas secundarias para conmemorar un aniversario de lucha contra el holocausto tuve la suerte de conocer a Sara Rus, que con su palabra amorosa y su convicción inquebrantable le habló a centenares de adolescentes. Schejne María (Sara) Laskier de Rus nació en Lodz, Polonia, en 1927. Es sobreviviente de Auschwitz y Madre de Plaza de Mayo, Línea Fundadora. Sara es víctima del holocausto y del terrorismo de Estado en Argentina. Su vida es un ejemplo de lucha, al escucharla me emocionaba, me recordaba que mi propio abuelo era de Lodz y pudo irse antes que llegaran los nazis. El silencio de todos/as y cada adolescente al escucharla erizaba la piel, aunque más todavía, fundían sonrisas y lágrimas en un simbólico abrazo colectivo a Sara.
En estos días que parecen sonar fuerte personajes y discursos negacionistas que alimentan a odiadores seriales, les convido unos minutos para que vean y escuchen a Sara, que con un pie en cada siglo, sigue reclamando justicia y haciendo memoria en forma pacífica.