La Bienal para el San José es sinónimo de vida, fiesta y encuentro. La última había sido en 2018 y después vino la pandemia. Por eso, la vuelta de esta exposición es para Máximo Ríos —alumno de sexto año de la institución— llenar de color a una secundaria que le entregó miles de experiencias y le enseñó en parte a ser la persona que es hoy. Máximo Ríos cuenta su historia y emociona a quienes lo escuchan mientras mueve los brazos y gesticula. Habla con naturalidad sobre el Colegio Salesiano San José, al que como tantos otros chicos que dialogan con La Capital coinciden en describir como “su casa”.
La Expo Bienal 2023 se realizó el jueves 30 de noviembre y el viernes 1º de diciembre en la manzana de la escuela con ingreso principal por Presidente Roca 150. Cada rincón del establecimiento estuvo abierto a las familias de los 2 mil alumnos que expusieron los trabajos que realizaron durante todo el año. Durante las dos jornadas pasaron unas 20 mil personas para ver, escuchar, palpar y llenarse de orgullo con los proyectos que sus hijos llevan adelante. Una verdadera fiesta de los alumnos, que sin sobreactuación pero de forma permanente, reflejan su sentido de pertenencia en cada palabra, en el cuidado por los espacios, los materiales, en las frases que eligen para hablar de sus docentes y de lo que la escuela significa para ellos.
Los rostros de satisfacción por la recuperación de este encuentro se podían vislumbrar en cada pasillo y salón. Es que la anterior bienal debía realizarse en 2020, pero la pandemia la frenó y después todo se hizo cuesta arriba. “No sólo pasó la pandemia, sino también la pospandemia, que en la educación escolar no fue un hecho menor, ya que fueron muchas y graves las secuelas que quedaron en nuestros jóvenes”, cuenta Víctor Van de Casteele, director de la Escuela Nº 8.013, que tiene bajo su órbita las modalidades de electrónica, electromecánica con orientación industrial, economía y energías renovables. También forma parte del San José la Escuela Nº 2.043, con la modalidad de informática y electromecánica con orientación automotriz.
“Sigue teniendo la misión originaria de abrir las puertas de nuestra escuela a la comunidad, para mostrar sin ningún tipo de filtro ni maquillaje cómo es la formación que brindamos en nuestras aulas y talleres. Como formadores con carisma salesiano creemos que la educación se desarrolla mejor si está situada, si se desarrolla en un contexto de trabajo en el que los estudiantes puedan poner en juego los aprendizajes de una manera concreta. Los proyectos que se llevan adelante en los talleres y laboratorios reflejan esa idea que se pone en práctica en cada día del ciclo lectivo”, describe Van de Casteele.
La expo además es un momento de reencuentro con los exalumnos de distintas edades que se acercan a charlar con sus docentes y directivos, que vienen a observar el crecimiento de la institución y a apoyar las iniciativas. “Los alumnos la ven como su segunda casa, generando un fuerte sentido de pertenencia, así que la bienal se transforma en la excusa preferida para volver a esa casa que fue hogar durante sus años de niñez y adolescencia”, agrega el director, para señalar que es una instancia de contacto con representantes de universidades y empresarios locales —muchos también exalumnos— que colaboran y son auspiciantes del evento.
Ana Alcain es la encargada de la Oficina de Extensión del San José y recorre la muestra con La Capital, entre el calor de las máquinas y los abrazos del encuentro: “Es una gran alegría volver a abrir los talleres con los chicos trabajando y que les puedan mostrar a la familia los proyectos. Se nota la falta que hacía por la gran convocatoria que hubo”. Alcain recuerda que la escuela tiene un trayecto formativo de seis años, con asistencia por la mañana, una tarde más ligada a la educación física, más dos tardes de taller donde arman los proyectos de distintas materias técnicas.
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La bienal es una verdadera fiesta para alumnos y familias del colegio.
Foto: Leo Vincenti / La Capital
Ruido de máquinas
El recorrido atrae desde el inicio cuando en el segundo patio el ruido de los kartings atrapa la atención. Son los alumnos de mecánica del automotor que desde el primer año van armando desde el motor, el embrague, el freno, y ya en sexto año presentan el proyecto listo con los kartings funcionando en la pista.
En el primer piso toman la posta las fresadoras, los tornos manuales, los de control numérico, las soldadoras y más máquinas para moldear piezas. Máximo Ríos, el testimonio que abre esta nota, tiene 18 años, está en sexto año y se prepara para seguir sus estudios de ingeniería en la UNR. Con precisión explica su trabajo final de electromecánica: “Esta máquina es un torno CNC o control numérico, su función es automatizar la función del torno y permite trabajar desbastando el material mientras le da una forma determinada”. Cuenta que lo que realizan es una morsa que se va confeccionando de segundo a sexto año. “A lo largo de los años, cuando vamos aprendiendo a usar las distintas herramientas del taller, hacemos piezas cada vez más complejas para terminar en esta morsa. Acá lo que se está haciendo es una parte de los aprietes, que justamente, como el nombre de la pieza lo indica, es para apretar con una precisión muy exacta, menos de lo que es un milímetro”, cierra orgulloso.
Renzo Bogliatti y Tomás Brest tienen 15 y 16 años respectivamente, están en tercer año de electromecánica automotriz y en medio de un galpón repleto de máquinas trabajan para modelar una pieza de martillo. “La estamos trabajando en la fase operatoria, estar acá en la parte de las máquinas nos gusta mucho”, dicen, para contar que se imaginan teniendo su taller propio de autos. “Yo de muy chiquito quería saber mucho de motores, y después lo que me imagino para un futuro es estar trabajando en John Deere”, agrega Renzo confiado.
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Foto: Leo Vincenti / La Capital
En otro salón, Facundo Grignafini y Lucas Leone —de electrónica— presentan una maqueta con silos que simulan la carga y descarga de cereales. “Nosotros tenemos un silo de abastecimiento que tiene todo el grano almacenado y vos desde la panelera de control podés elegir qué silo querés cargar o descargar”. Acá la cuestión electrónica funciona a través de electroimanes controlados por un logo, al que le dan las señales. Ambos tienen 17 años y están en cuarto año. Facundo aspira a estudiar ingeniería y crear su propia empresa, pero sin olvidar lo aprendido en el San José: “Es esta una escuela hermosa que te da un montón de cosas, estamos muchas horas acá y hay mucho cariño”.
En el segundo piso, Tomás Sylwan (18 años) presenta el taller de reparaciones en el que se lleva adelante el mantenimiento de electrodomésticos de la escuela y habla como si estuviese a cargo de un local que se dedica de manera profesional a estas tareas. “Ahora estamos con un proyector de la escuela que se está sobrecalentando, hay que ver por qué puede ser, si es un cortocircuito de la placa o el ventilador. Hoy ya hemos reparado planchas, licuadoras, un par de fuentes de varios televisores y hasta arreglamos un taladro”, cuenta. Dice que los años en el San José “fueron duros, de mucho estudio”, pero también muy positivos por encontrar su pasión que es arreglar lo que no funciona, además del afecto con los compañeros.
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Tomás Sylwan en el taller de reparación electrodomésticos.
También en el segundo piso se desplegaron los proyectos de la tecnicatura más nueva, la de energías renovables, que también es de seis años pero que va por el cuarto desde su creación. El vicedirector a cargo de este trayecto formativo, Franco Toffoli, describe cada espacio. El laboratorio de físico-química y biología, donde investigan cómo funcionan los recursos eólicos e hidráulicos para generar energía, más allá el taller termosolar (para calentar el agua) y luego el taller de fotovoltaica, con paneles para generar electricidad. En la terraza sustentable los alumnos colocaron paneles solares en el techo para dar energía a las luces que alumbraron los patios de comida para los visitantes de la bienal.
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Uno de los patios del San José, colmado de familias que fueron a acompañar la exposición de sus hijos.
Foto: Leo Vincenti / La Capital
Mateo Fisari —tercer año de energías renovables— muestra el funcionamiento de los termotanques que habían creado. “La función que cumple es que se inserta el agua que viaja por estos caños, pasa a estos otros y se calienta por la luz solar. Una vez que el agua está caliente vuelve por los conductos al termotanque, y esa agua puede utilizarse para bañarse, para lavar platos, para lo que deseen”, describe. Lleva once años en el San José y la considera su segunda casa: “Te ayudan a rebuscartela, a usar una herramientas y resolver cuando no tenés nada. Es muy bueno lo que se aprende acá”.
Innovación
Varias aulas del segundo piso mostraron los proyectos de informática. El docente Bautista Carrasco enumera con orgullo los trabajos presentados por los chicos de cuarto a sexto año. “Mostramos proyectos que estaban hechos con la placa arduino. Además un videojuego con una botonera sobre distintas preguntas, como de qué nacionalidad eran algunos jugadores y había botones para ir seleccionando los 6 o 7 países que había como opciones para las respuestas. Después de eso te guardaba los puntos y te decía en qué puesto estabas de lo que habían participado”, cuenta. También se lucen otros proyectos, como un mouse para personas con discapacidad que se mueve con gestos que se puedan hacer con la parte inferior de la cara, un dispenser de comida para animales controlado por una app, una balanza que mide calorías, un sistema de seguridad que permite abrir una puerta en un determinado día y horario, o unos lentes con sensores de distancia para no videntes.
Fernando Tello y Martín Van de Castellet tienen 18 y 19 años, están en sexto año de electromecánica industrial y lo que exponen es la confección de un laberinto mecanizado, un juego de madera para chicos con una bolita que se va moviendo hasta encontrar la salida. “Para hacer este laberinto se utiliza una fresa de cuatro ejes que funciona a través de una programación que se hace en la sala de diseño. Es un proyecto integrador que junta el área de diseño más el área ejecutiva de la planta de modelaje”, cuentan.
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Fernando Tello y Martín Van de Castellet junto al laberinto de madera.
Ya en el patio de abajo, al lado de los kartings, dos chicos muestran los motores de los autos por dentro. Dante Aguirre y Natanael Bordignon presentan un controlador con corriente trifásica. “Se utiliza para el cambio de giro de los motores, que sería el giro del motor horario o antihorario”, asegura Dante para que su compañero muestre un panel: “Tiene contactores que se conectan a los botones para poder cambiar la marcha, también se puede parar con un final de carrera. En este caso es una turbina que no está dando ventilación. Todo este cableado, el tablero lo hicimos acá en la escuela y el PLC ahora no está funcionando pero lo programamos con las computadoras que sería para otro tipo de motor”, agregan, para destacar que los contenidos acerca de motores son muy intensivos y que mientras que otras personas tienen que pagar por cursos para aprender eso, ellos lo hacen en la misma escuela y con 17 años y 18 años.
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Natanael Bordigon y Dante Aguirre contaron su proyecto.