Alguna vez Juan Carlos Volnovich se describió como un chico de provincia. Que fue y sigue siendo un pibe de pueblo. Porque pese a sus 80 años y su porte de gigante conserva la mirada curiosa de un niño. Nació el 30 de noviembre de 1941 en Bernasconi (La Pampa), donde vivió hasta los 10 años, cuando se mudó con su familia a la ciudad de Buenos Aires para hacer el secundario. A los 15 años ingresó a estudiar en la Universidad de Buenos Aires (UBA). Se graduó de médico —como su padre— y en el exilio en La Habana como especialista en psiquiatría infantil.
En su visita a Rosario charló con La Capital sobre la dolorosa realidad de la infancia en el país y en América Latina, sobre la participación de jóvenes en los movimientos feministas y sobre la escuela pública como un espacio clave “para dar lugar a una infancia diferente”. Porque entiende que en el actual sistema global —al que caracteriza como despiadado— la vida de los niños y las niñas “es la que ha quedado más vulnerabilizada, inerme y fragilizada”.
—Primero habría que dar un panorama global sobre la infancia en el mundo y en América Latina. El problema es, por supuesto, la sociedad de clases y el patriarcado, que hace que el destino de los niños de clases acomodadas y sectores medios no pueda compararse con lo que sucede en los sectores proletarios y marginales. Y también habría que hacer una diferenciación entre el destino de los varones y de las nenas dentro de cada clase. La cantidad de niños que mueren en el mundo víctimas de la desnutrición, el hambre y enfermedades curables por falta de vacunas es inconmensurable. Cada año reviso las estadísticas de Unicef y me asombro porque cada vez son más graves. Pero también están los que mueren como si no hubiesen nacido, los que han pasado por el mundo sin haber sido inscriptos en el registro nacional de las personas. Y en América Latina esa situación se ha ido agravando a medida que el capitalismo ha entrado en lo que se conoce como el capitalismo tardío, la fase más extrema del neoliberalismo, sobre todo con la enorme concentración de capital en pocas manos a costa de las multitudes. Dentro de ese sistema despiadado la situación de la infancia es la que ha quedado más vulnerabilizada, más inerme, más fragilizada. A lo largo de estos años, la situación argentina ha ido latinoamericanizándose, pero tiene una ventaja comparativa, que es los índices altísimos de escolarización. Otro tema es que si uno investiga la cantidad de recursos que el Estado destina a la infancia son inconmensurables. Hay una enorme cantidad de instituciones y profesionales que se dedican a la infancia y a la educación, organismos internacionales como Unicef y Unesco, las iglesias. Pero los grandes recursos humanos y económicos parecería que son ineficaces para la situación de precariedad de la infancia.
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Foto: Celina Mutti Lovera / La Capital
—Los imaginarios sociales con respecto a la infancia han ido mutando. ¿Cuál sería el actual?
—Hablar de la infancia es hablar inevitablemente del contexto que la determina. Dentro del capitalismo la situación de la infancia es muy desgraciada por la propia condición de necesidades básicas que tienen los niños, que si los adultos no las resuelven ellos son imposibles de sobrevivir, como alimentación, higiene y abrigo. Pero además de la diferencia de niños de distintas clases sociales, está la diferencia entre niños y niñas, porque ellas son doblemente expuestas, marginadas y precarizadas por estar subordinadas a otro gran sistema de dominio y explotación como es el patriarcado. Entonces ahí sí creo que hay algo que es muy significativo, porque así como han fracasado los intentos de construir un sistema diferente al capitalismo, en la escena mundial surgió algo muy original y potente que son los movimientos de mujeres y el feminismo, no solo como espacio teórico sino político. Sin dudas que lo original de la escena política de nuestro país ha sido la presencia de Madres y Abuelas de Plaza de Mayo. Que tienen sus antecedentes en la Grecia antigua, porque hay tragedias que hablan de cómo las mujeres detuvieron guerras a partir del llanto como arma política en la escena pública. Actualmente están las marchas por el “Ni una menos” y la legalización del aborto que sin dudas armaron un sujeto político que trasciende las diferencias entre partidos políticos y logran imponer leyes o modifican la conciencia y el imaginario social. Los feminismos enfrentan y denuncian al patriarcado e intentan desmontarlo.
—¿De qué forma?
— Una de las características fundamentales que se desprende del movimiento feminista ha sido la denuncia del abuso sexual infantil. Simplemente porque el patriarcado no solo supone la explotación de los hombres sobre las mujeres sino sobre las niñas y los niños. La visibilización del abuso sexual infantil ha sido uno de los desprendimientos fundamentales del feminismo. Un fenómeno que por supuesto existía, pero que ahora tiende a denunciarse y a ser reconocido como intolerable. Eso me parece un dato positivo, porque también se enfrenta no solo con costumbres ancestrales que son dificilísimas de desmontar en una o dos generaciones, sino que enfrenta a poderes enormes como la iglesia, que tuvo que reconocer el abuso sexual de niños y niñas dentro de la propia institución y de sus colegios. Esto además trajo un problema muy serio con respecto a la educación en general.
—¿Por qué?
—Lo primero que uno ve es que la educación de chicos y chicas es considerada como cosa de mujeres. Primero porque se produjo un desplazamiento sensible entre lo biológico y lo cultural. Es como decir “ya que las mujeres los paren, de paso que los críen porque quién va a conocer mejor a un recién nacido que una mujer que lo tuvo dentro de su cuerpo”. Entonces los chicos se consideraron como una especie de prolongación del cuerpo de la madre y quedó sobre la responsabilidad de las mujeres no solo el hecho de parir sino la crianza. No hay cultura significativa donde los varones se hayan hecho cargo de la crianza de los niños y las niñas desde los primeros momentos del nacimiento. La educación de hecho está absolutamente feminizada, pero también el campo específico del psicoanálisis de quienes nos dedicamos a los niños. Ahí soy una especie de bicho raro. Cuando empezamos a formarnos como psicoanalistas hubo algunos que nos dedicamos a trabajar con chicos, pero otros rápidamente se convirtieron en celebridades que supervisaban a otras mujeres que trabajaban con chicos, pero eso de ir a la trinchera, sentarse en el piso y jugar con los niños casi nada. Por eso empecé a insistir en la importancia de que para la crianza y la educación de los chicos los padres y varones debían involucrarse desde los primeros momentos del recién nacido. Hoy en día en las parejas jóvenes es más probable encontrar hombres que dan la mamadera o cambian pañales.
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Foto: Celina Mutti Lovera / La Capital
—¿Qué importancia le otorga a la educación sexual integral (ESI), que va entrando en las escuelas?
—Ha sido un logro enorme y es fundamental que se haga. Pero es increíble la resistencia que hay a implementarla. Es tan obvio y sin embargo parecería que fuera Satán.
—En las marchas del 8M o en las del “Ni una menos” se nota mucha presencia de jóvenes ¿Ve en eso una semilla de cambio?
—Es importantísimo. Con lo del pañuelo verde por el aborto seguro, legal y gratuito las y los jóvenes han sido muy importantes. Lamento tener que recordar también que los jóvenes que siguen a Milei y a la ultraderecha crecen igual. Y eso pasa en el mundo. Hay una película que se llama Je suis Karl (disponible en Netflix), una ficción que muestra esto con mucha claridad. Entonces uno tiene que levantar la vista y mirar el contexto de cómo sectores de derecha más reaccionarios también están creciendo entre los jóvenes con características totalitarias y dogmáticas.
—¿A qué lo atribuye?
—Para eso tengo que levantar otra vez la mirada del suelo y desde ya entender que es un fenómeno mundial ligado a miles de causas. Pero me parece que el sistema capitalista está llegando a un momento de agotamiento, porque se juega por la producción de capital y la expansión pero ya no hay dónde expandirse. Ya ocupó todo, salvo el espacio. Entonces lo que sucede es un enorme desplazamiento y acumulación de capital en pocas manos a costa de la pauperización de enormes multitudes que entran en la pobreza, en la miseria y en la indigencia. Y como en todo momento clave de la historia se produce un refuerzo de los sectores más reaccionarios, que son como esos animales heridos que cuando están acorralados dan zarpazos.
—¿Qué rol tiene la escuela frente a este escenario social?
—Creo que pese a Sarmiento, la escuela pública es fundamental. Porque más allá de los objetivos que originaron su formación, esos proyectos de guardapolvo que tendían a unificar a ricos y pobres, la escuela pública es un elemento fundamental para dar lugar a una infancia diferente. Por supuesto los chicos pobres encuentran un espacio donde las diferencias de clase no se anulan. Y cuando digo escuela pública también pienso en la universidad pública, que marca una diferencia enorme en América Latina.
Entre Rosario y el recuerdo de aquel nene sin lágrimas ni palabras
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El rector Franco Bartolacci y la decana Soledad Cottone, de pie en el reconocimiento a Volnovich en el ECU.
Foto: gentileza Ayelén Collado / ECU
“Llego a Rosario en mi calidad de sobreviviente, para dar testimonio de una época que viví y habité”, dijo el lunes pasado el médico y psicoanalista Juan Carlos Volnovich, en el inicio de su discurso tras ser reconocido como Doctor Honoris Causa de la UNR. Ante una sala repleta —el emotivo acto se realizó en el Espacio Cultural Universitario (ECU)— Volnovich recordó que llegó por primera vez a la ciudad en 1972 para encontrarse “con una ciudad maravillosa que acunaba a una intelectualidad pujante, inquieta, innovadora y revuelta”.
“Pero antes que yo llegara, Rosario había llegado a mí y había contribuido a transformar mi visión del mundo”, dijo, en referencia no solo a la figura de Ernesto “Che” Guevara y la Revolución Cubana como un episodio histórico que transformó su vida, sino también por las revueltas de obreros y estudiantes de 1969 conocidas como El Rosariazo. Movimiento que —afirmó— “se encargó de despertarme de mi sueño dogmático para hacerme saber que el futuro que había soñado estaba ahí nomás, que no quedaba tan lejos como suponía y que un mundo mejor era posible”.
En el acto también habló el rector de la UNR, Franco Bartolacci, quien expresó: “Cuando modestamente decidimos reconocer la trayectoria de alguna personalidad, estamos poniendo en valor ese andar y estamos diciendo qué tipo de institución queremos ser, cuáles son los valores y principios que aspiramos que nuestra universidad promueva, cuál es el espejo en el que queremos mirarnos”. Por su parte, la decana de la Facultad de Psicología Soledad Cottone —madrina del doctorando— lo presentó como “un apasionado por la búsqueda, aquel que va desafiando las normas y los estereotipos, un hombre que produce y piensa las zonas más olvidadas y sin embargo más vivas de nuestra cultura”, como en sus trabajos sobre los efectos del terrorismo de Estado en los niños, niñas y adolescentes. La profesora Ana Bloj fue la encargada de leer la laudatio y dijo que no solo es reconocer “a un académico altamente destacado y un practicante de la clínica psicoanalítica”, sino también “a un ser muy querido por sus virtudes humanas y su particular modo de hacer lazo”.
En su conferencia, Volnovich recordó sus vínculos con la ciudad, la creación del Centro de Estudios Psicoanalíticos (CEP), los seminarios en Psicología y su trabajo interdisciplinario con la investigadora Emilia Ferreiro. También habló del legado de las Abuelas y de su trabajo con las nietas y los nietos apropiados durante la dictadura. De su exilio en La Habana recordó a un nene que llegó a una guardería de hijos de militantes sin hablar y sin poder llorar: “Ese era su síntoma y lo defendía con uñas y dientes. Llevó un tiempo para que el pibe nos confiara la consigna que se le impusiera cuando, huyendo, sus padres lo ocultaran en el silencio de la selva: «No hables, no llores, que nos pueden encontrar». Era el último recuerdo que tenía de la voz de su madre y ese niño no habló ni lloró más. No fui yo ni el análisis quien sanó sus heridas y le devolvió las lágrimas y las palabras. A ese pibe lo curó el Che, esa silueta gigante que veía cada día en la Plaza de la Revolución. O más bien el amor al Che de ese pueblo que hospitalario lo recibía por la sencilla razón que sus padres habían sido argentinos y revolucionarios como el Che”.
Doctorado Honoris Causa - Juan Carlos Volnovich