Atravesados desde principios de año por una dinámica escolar híbrida que combina lo presencial con el aprendizaje y la enseñanza a distancia, estudiantes y docentes surfean la segunda ola del Covid-19 tratando de sostener de la mejor forma posible el vínculo pedagógico. Con las dificultades propias de esta modalidad, pero también con problemas más estructurales vinculados entre otras cosas a la conectividad para poder desarrollar clases virtuales. Para muestra, el dato que reveló hace una semana el propio Ministerio de Educación provincial: solo el 10 por ciento de la población escolar accede a recursos digitales y conectividad, otro 10 lo hace más intermitente y el resto tiene dificultades para acceder.
Nadia, Lara, Iván, Nicolás, Luisiana y Facundo son estudiantes de secundarias de distintas localidades de la provincia. De ciudades y comunas del norte y del sur, de escuelas urbanas y rurales. Las que siguen son historias mínimas con voces que hablan de cómo viven este período escolar, sus rutinas de estudio y mencionan algunos problemas concretos vinculados a la conectividad, ya sea propios como de sus pares.
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La virtualidad no está prohibida, pero en la práctica la mayoría de la comunidad educativa queda afuera
Foto: Héctor Río / La Capital
Ruralidad
Lara Miranda tiene 17 años y está en quinto año de la secundaria Nº 349 de la localidad de Logroño, una comuna del departamento 9 de Julio, al sur de Tostado, en el noroeste provincial. La familia de Lara no vive en el pueblo, sino en una zona rural ubicada a unos 6 kilómetros de Logroño. “Es un poco difícil cuando vivís en el campo. Tengo la suerte de poder tener señal, pero a veces no tenés datos en el celular, entonces cuesta seguir las clases virtuales”, dice la adolescente. Cuenta que si bien la comuna presta su servicio de wifi para uso público, “si sos de lejos —como en su caso— es difícil, porque tenés que viajar”.
Cuenta que prefiere estudiar de tarde. En su casa no tienen wifi y tanto ella como su hermano Tiago (7 años) utilizan el mismo dispositivo para seguir las clases virtuales: “Por ahí no alcanzamos a hacer todo los dos, por los datos o por la carga del celular, porque acá en casa tenemos luz a batería, que la cargamos con la pantalla solar”. Entonces hay días que se turnan para hacer las tareas de la escuela.
El año pasado tuvieron muchas clases por Meet, aunque el WhatsApp también fue una herramienta cotidiana para la escolaridad, tanto para recibir como para enviar trabajos. “Yo uso datos, entonces te podés conectar a dos clases cuanto mucho”, explica la chica, oriunda de la localidad de Guardia Escolta (Santiago del Estero).
Al sur de Logroño se encuentra la comuna de Esteban Rams y desde ese paraje llega el testimonio de Nadia Bustos, una adolescente que cursa 5º año en el Núcleo Rural Nº 2.349. Cerca de las 9 ya está levantada y muchas veces se pone a colaborar en tareas de la casa. “Siempre tengo que hacer algo, así que en los tiempos libres hago las cosas de la escuela y las entrego”, cuenta Nadia. Dice que en ocasiones se atrasa con la entrega de algún trabajo de la escuela, entre otras cosas por dificultades para entender algunos temas a través de las clases virtuales. “A veces abro la carpeta y me agarran unas ganas de llorar, porque no entiendo nada”, cuenta entre risas. Y agrega: “Sé que tengo la disponibilidad de los profes para poder ayudarme y eso es bueno. Pero tengo que poner un poco más de mi parte”.
En su caso, dice que al contar con wifi no ha tenido hasta ahora problemas con la conectividad, así que sigue con suma atención tanto la clases por Meet como las actividades que se intercambian por el grupo de WhatsApp de cada materia. Pero sabe que en su escuela hay chicos a los que “se les complica mucho el tema de la conectividad porque no tienen wifi, entonces tienen que utilizar datos”.
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Rutinas de estudio
“La única dificultad acá de conectividad es que internet a veces anda mal. Tengo wifi pero anda lento, pero porque el aparato está en la casa de adelante donde vive mi abuela”, cuenta Iván Candell, de 1º año de la Técnica 459 de Pérez. En su caso, el paso de un nivel a otro —hizo la primaria en la escuela Fuente de Vida— significó todo un cambio y un desafío. Si tiene clases por Meet a las 8.30 se levanta un rato antes para desayunar y estar listo y concentrado para las clases a distancia. “Pero cuando mandan tareas por email es una dificultad para mí, porque el gmail lo tiene mi mamá en su celular”, apunta. No duda en afirmar que prefiere las clases presenciales, sobre todo por la posibilidad de tener al docente enfrente para evacuar todas las posibles dudas. Más allá de su caso particular, admite que en su escuela hay chicos que tiene dificultades de conectividad, pero que entre todos tratan de ayudarse para sortear esos problemas.
El acompañamiento entre pares y desde la escuela son también instancias que menciona Luisiana Balbuena que suceden en el cotidiano del Normal 3 de Rosario. “Yo no presento dificultades con el tema de la conectividad. De hecho se me complicaba un poco más lo que era presencial porque era todo un riesgo tomar el colectivo y para ir caminando a la escuela, porque sino tenía que caminar como 25 cuadras sola, a las 6 de la mañana. Era todo un tema”, apunta la joven, que cursa quinto año en la escuela en la que hasta hace poco fue presidenta del centro de estudiantes.
Desde esa mirada del colectivo estudiantil, dice que sabe de casos de chicos y chicas que tienen muchas dificultades de conectividad. “La escuela —dice— también trata de acercarse todo lo que puede y yo como compañera a veces les pido que me pasen por WhatsApp los trabajos prácticos y se los envío por email. Buscamos ayudarnos mucho entre compañeros y los directivos también tratan de alguna forma de comunicarse con el alumno, para que no pierdan completamente el contacto”.
Dice que a diferencia del año pasado, cuando la pandemia irrumpió de golpe en las dinámicas escolares, ya el primer día de clases se les pidió a todos los alumnos el email y el número de teléfono, para que todos estén en contacto ante cualquier eventualidad o suspensión de las clases presenciales, como sucedió durante la última semana de mayo.
“Me levanto bien temprano los días que tengo clases y tomo notas. Y por la tarde hago los trabajos prácticos. A los que se atrasan se les complica, porque es más lo que suelen darnos virtualmente que cuando es presencial”, cuenta.
Nicolás Spataro tiene 19 años y cuenta su realidad como alumno de la Escuela Nº 628 Servando Bayo. “Problemas de conectividad sí tengo, porque no tengo wifi, uso datos pero acá la señal es muy mala y se me corta a cada rato”, cuenta el joven que vive en Empalme Graneros. En cuanto a su rutina escolar en este tiempo de pandemia dice que puede ponerse con las materias recién cuando regresa por la tarde de su trabajo en Roldán. La charla con Nicolás es breve, por WhatsApp, ya que la señal a la que tiene acceso es muy débil.
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Una computadora compartida
Rutinas, conectividades y preferencia por la presencialidad. Las y los estudiantes le ponen voz a la realidad cotidiana que atraviesan, con inconvenientes y desafíos que, pese a la diversidad de geografías y contextos, en muchos casos se reiteran. Desde el extremo noreste provincial llega el testimonio de Facundo Casales, de quinto año de la Técnica Nº 634 de Reconquista. “Tengo wifi pero en este tiempo tenía una sola computadora que era de mi hermana. Y como ella es maestra de música yo la tenía que usar cuando ella la dejaba, así que nos turnábamos para usarla”, cuenta Facundo.
Classroom y “mucho WhatsApp”, son las herramientas más comunes que utiliza para seguir sus estudios. Siente que el año pasado en muchas cosas estuvo perdido, por contenidos que no pudieron aprender o dificultades en algunas materias más prácticas. Frente a las dificultades de conectividad de varios de sus compañeros, en su escuela —como en muchas otras otras— los docentes dejaron fotocopias con actividades para que también puedan contar con ese soporte.
A principios de marzo, el Comité de los Derechos del Niño de las Naciones Unidas publicó la Observación General Nº 25, relativa a los derechos de niñas, niños y adolescentes en relación con el entorno digital. El texto destaca que “la posibilidad de acceder a las tecnologías digitales de forma provechosa puede ayudar a los niños a ejercer efectivamente toda la gama de sus derechos civiles, políticos, culturales, económicos y sociales”. Sin embargo, advierte que si no se logra la inclusión digital “es probable que aumenten las desigualdades existentes y que surjan otras nuevas”.