La mesa de los galanes se trasladó a Lavardén. Belmondo, Martorell y Ricardo están hablando de minas y de la vida, como si estuviesen en El Cairo, pero a su lado hay otra mesa que viene del más allá, y allí se sentarán dos referentes de la cultura y la literatura argentina. En esos términos arranca la historia de “Borges y Fontanarrosa en un bar del paraíso”, la obra de Dali López que el viernes volvió a subir a escena en Rosario, pero esta vez fue en el teatro de Mendoza y Sarmiento. La puesta dirigida por Mario Vidoletti reafirmó, por si hacía falta, el buen nivel del teatro rosarino en una obra tan nostálgica como entretenida.
Los temas de la mesa son los de siempre: quién se afanó el suplemento de Deportes del diario, qué pasa que los demás no vienen, qué buena que está la mina que entró al bar, el que dice “pelolata” en vez de “perorata”, y la cargada porque alguno no puede ir a cafetear porque la mujer no lo deja. Parece que todo sigue como siempre, pero no. Se respira una ausencia. Y es la del Negro, que hace un mes y medio que no está y se extraña más que nunca.
Pero mientras el trío de amigos, bien recreados por Lucas Vidoletti (Belmondo, presente en la sala), Norberto Gallina (Ricardo Centurión) y Juan Pablo Yévoli (Chiquito Martorell, también entre el público), tomaban sus cafés sin desviar las miradas de las curvas de las parroquianas de El Cairo, el Negro Fontanarrosa (Quico Saggini) relojeaba todo desde la mesa de al lado, mientras esperaba su clásico mate cocido.
Una iluminación apenas más intensa en la mesa del paraíso marcaba una sutil diferencia entre un plano y otro. Es que el Negro estaba más acá que allá, por eso participaba de las charlas, generando alguna que otra confusión a los comensales. Pero eso no sería el único condimento atípico, faltaba algo más. Con un traje elegante y con su voz tenue, apareció el mismísimo Borges, en una sorprendente interpretación de Dali López. Y al toque Cachito (Nico Juárez), el mozo que no podía faltar para traer siempre el pedido equivocado.
78510910.jpg
Lucas Vidoletti, Norberto Gallina, Juan Pablo Yévoli, Nico Juárez, Quico Saggini y Dali López integran el elenco.
Con el staff completo, los pasos de comedia fueron en aumento tanto en una mesa como en la otra, pero ya con más preponderancia en la del paraíso. Un Borges tímido y curioso se mostró interesado en saber quién era ese tal Fontanarrosa y comenzó a compartir ese espacio, casi como un parroquiano más. Hubo momentos del ida y vuelta entre los protagonistas en que se pudo respirar algo del perfume que tuvieron ambas figuras. Y cuando el encanto parecía que estaba en lo más alto, aparecía Cachito para romper el clima, en un convite para la carcajada del público.
Hubo guiños en la obra a varios personajes de aquí y de allá, como cuando citaron al icónico jefe de redacción del diario La Capital, Gary Vila Ortiz, o cuando Borges enloqueció de amor ante la entrada al bar de Beatriz Viterbo, personaje clave de “El Aleph”.
Mucho de lo mejor de la obra pasó por esa indecisión de Borges, que paradójicamente parecía el más mortal de los mortales en ese “me animo o no me animo” ante la presencia subyugante de esa mujer en un lugar inesperado.
Como toda cita de bar, en algún momento hay que irse para casa, y para el caso eso fue el disparador del cierre de la obra. Primero se fue Borges, después Belmondo, Martorell y Albamate (Billy Páez), que se sumó al final. Y el Negro quedó ahí, de pie, mirando la escena, con un cenital sólo para él, ideal para los que siempre andan con luz propia.