El 25 de mayo de 2003 Néstor Kirchner asumió como presidente de la Nación. El escenario era pavoroso: fragmentación social y política, desprestigio de los tres poderes del Estado, pobreza generalizada y aislamiento internacional. Con sólo el 22 por ciento de los votos el caudillo patagónico buscó obsesivamente desde un principio construir poder para hacerse respetar dentro del peronismo, requisito esencial para ejercer el poder en Argentina. No tardó un segundo en demostrar que la tibieza no haría a la esencia de su forma de hacer política. El desplazamiento de la "mayoría automática" enquistada en la Corte desde 1989, la política de derechos humanos, el abandono de las humillantes "relaciones carnales" y el ostracismo político al que condenó a su antecesor, Eduardo Duhalde, pusieron en evidencia la firme decisión de Kirchner de no dejarse llevar por delante. Durante su presidencia se transformó en el eje de la política argentina. Con el respaldo de un inédito crecimiento de la economía obtuvo una clara victoria en las elecciones de 2005 y se dio el lujo de designar, dos años más tarde, a su sucesora, Cristina Fernández. En octubre de 2007 las urnas demostraron que el pueblo había aprobado lo hecho por Néstor Kirchner durante los últimos cuatro años. Cristina asumió con la promesa de profundizar el modelo progresista instaurado por su marido y de mejorar la calidad de las instituciones de la República. Su decisión de gravar rentas extraordinarias jaquearon su gobierno durante 2008. El conflicto desatado con las entidades agropecuarias abrió las compuertas para la entrada en escena de un claro intento de la derecha por reinstaurar el modelo neoliberal. Ambos modelos, el progresista y el neoliberal, chocarán el próximo 28 de junio. Ese domingo a la noche Cristina celebrará la decisión del pueblo de otorgarle un nuevo voto de confianza al socialismo democrático y progresista puesto en marcha el 25 de mayo de 2003.