En medio de la destrucción, heridos, la búsqueda de personas y la muerte, la aparición de mascotas con vida entre las ruinas también fue noticia durante la tragedia por la explosión en Salta 2141. Algunos se desilusionaron al ver que los sobrevivientes eran gatos, perros, canarios, peces y hasta una tortuga. Pero muchos celebraron y sintieron alivio en medio del dolor. "Fue una señal de vida en medio de tanto sufrimiento", dijo la directora del Instituto Municipal de Salud Animal (Imusa), Diana Bonifacio, quien confirmó que aún hay unas diez mascotas en hogares adoptivos.
La funcionaria contó cómo fue el trabajo que realizó su equipo en una clínica de campaña armada para la ocasión. Reconoció que trabajaron codo a codo junto a integrantes de varios grupos independientes y protectoras (Rosario, Protectora Rosarina, Madrinas de Matute y Libera). Y resaltó múltiples gestos de solidaridad.
"Ante cada animal que aparecía se contactaban decenas de personas ofreciendo su hogar y se abrieron páginas en Facebook para brindar información y ayuda", resaltó.
Bonifacio además contó que la gente les donaba de todo: mantas, alimento balanceado y medicamentos. "Fue muy importante contar con los remedios para los perros rescatistas, que necesitan fortalecer los huesos de sus patas y su columna", dijo la médica veterinaria y docente de Parasitología de la Universidad Nacional de Rosario (UNR). Se refirió así a los pastores belgas como Lola, de la Unidad ONG K9 de Ezeiza. La perra había participado en rescates de varios terremotos en el mundo y en calle Salta encontró más de un cuerpo sepultado y más de una mascota.
Bonifacio dijo que el Imusa tiene un hospital público para animales, con quirófano, quince veterinarios y está adiestrada para trabajar en la emergencia, pero reconoció que la catástrofe superó todo. "No olvidaré más el día de la explosión, porque justamente era el Día del Veterinario. Al oír lo que pasaba dijimos: esa zona (bulevar Oroño) es muy bichera, debe haber mucho animal herido o perdido", recordó. Y dijo que allí fueron con un grupo de colegas y se quedaron toda la semana de búsqueda.
"Lo primero que decidimos fue instalarnos ahí o buscar hogares: no podíamos llevar a los animales al Imusa, donde hay decenas de mascotas juntas. Había que preservar a los animales de la tragedia del ruido", comentó.
Algunas historias. Julieta Victoriano es veterinaria y vivía con su marido, sus dos hijos y sus tres gatos, Leyla, Pupo y Selene, en el 2º F de Salta 2141. La mañana de la explosión sólo estaban en su casa sus mascotas. Sobrevivió la gata Leyla, negra y blanca, de pelo semilargo y de unos 14 años. Su alegría fue inmensa a pesar de haber perdido casi todos sus bienes materiales. Una foto del Imusa, que las tiene fundidas en un abrazo, así lo demuestra. Hoy Julieta sigue trabajando en su veterinaria de calle Balcarce, a la vuelta de lo que era su domicilio. Y en la vidriera de su negocio estampó un agradecimiento para todos los que la ayudaron.
El día después de la explosión, los vecinos de las dos torres que se mantenían en pie pudieron volver por unos minutos a sus casas. Silvia, una psicopedagoga a quien la onda expansiva tiró al piso de la cocina, no se animó a subir, pero sí lo hizo su hija, acompañada por bomberos. La joven regresó con apenas un bolso a cuestas y su tortuga Florita en las manos.
"La tortuga de marzo a octubre hiberna, no come ni bebe, sólo respira. Como no sufrió aplastamiento podría haber salido de entre los escombros en unos meses, casi como si nada", dijo Bonifacio.
Otra de las mascotas que apareció averiada fue Félix. Era el gato de Soledad Medina, estudiante de arquitectura de la UNR, y de su pareja, Federico Balseiro, ambos víctimas fatales de la explosión.
"Estaba muy afectado, con los bigotes quemados y los parpados heridos. Un rescatista lo trajo envuelto en una frazada. Lo increíble de este animal es que estuvo en vertical varias horas, agarrado de los barrotes del canil y con los ojos cerrados", dijo la directora del Imusa.
También apareció Luighi. Negro y de ojos amarillos, el animal estaba en el placard de un edificio frente al de la explosión. "No tengo dónde vivir, ¿qué hago con el gato?", preguntó su dueño. "Quedó a cargo nuestro, estuvo sin comer por horas. Tras varios días se fue con piedritas, cucha y comida. Todas donaciones", dijo Bonifacio.
Los perros callejeros fueron un tema aparte. Hay un grupo detectado por el Imusa que vive en el bulevar. Pero se sumaron otros buscando cobijo. "Les gusta estar donde hay gente y allí se quedaron", dijo Bonifacio.