Desde un tiempo a esta parte y por este mismo medio, leemos aportes de lectores que con variada ideología se refieren a la oratoria de nuestros políticos. Discursos atacados por una enfermedad muy diagnosticada desde hace dos mil quinientos años que lleva el extraño nombre de pleonexia, palabra del griego que para Platón significa implacable apetito por el poder político. Narcótico insaciable que genera la demagogia, producto intelectual del político que hasta el presente no ha variado un ápice, cuyo propósito es la rendición de la mayoría a la osadía de unos pocos. La retórica pleonéctica engendra un deseo permanente de expansión; un estado de insatisfacción que empuja a traspasar los límites de lo inmediatamente dado. Omisión en nuestros políticos es no saber que significa la pleonexia, endemia enquistada en los sistemas de gobiernos tanto en lo nacional como en lo internacional y en democracias y dictaduras de cada país representadas por una sinarquía. El ansia por el poder político no es una simple estación de tránsito, es una consecución constante por el poder asequible. Para quien sufre de pleonexia, no hay antídoto que lo pueda salvar de una estrategia retórica embotada por el triunfo, éste no resiste el ataque concéntrico del opositor. Los móviles de la pleonexia oratoria, la codicia, el ansia incontenible, más una vencida y ególatra dialéctica que descuella en una trama de quimeras engarzadas en una red desgarradora, termina en una explosiva hipertrofia.