Lo acontecido con la patera que naufragó en la costa italiana de Lampedusa nos llena una vez más de rabia e impotencia. No es para menos, muchos años hace que residentes de ese continente se han visto forzados a emigrar a tierras de promisión, como aliciente para vivir con decoro y dignidad en donde es imposible hacerlo. Cuando en Centroamérica se cultivaba la caña de azúcar, los terratenientes acudían a suelo africano a secuestrar en masa a los naturales para usarlos como esclavos bajo un régimen por debajo de lo infrahumano. Era material descartable, se usaba y al poco tiempo se arrojaba al mar para divertimento de los cachalotes. Una sensacional revuelta convirtió en llamas los cañaverales y se refugiaron en EEUU, más precisamente Nueva Orleans. Europa fue siempre la meta de estos infelices. Así, subrepticiamente, fueron integrándose a Italia y España, donde hoy muchos residen, trabajan libremente y viven en casas humildes pero no en chabolas (nuestros asentamientos irregulares). Dignidad y decoro, premisa fundamental de esta raza de color tan perseguida. Ahora, el quid de la cuestión. Varios países, uno de ellos colonialista a ultranza, se apropiaron literalmente del continente negro, expoliándolo sin piedad, robando sus riquezas naturales y utilizando a sus habitantes para las peores tareas. Una vez concretado el saqueo, tomaron las de Villadiego, y aplicaron el consabido “ a mí qué me importa”. América Central y Sur no escaparon a la función de aves de rapiña, con perdón de ellas, que solo se alimentan de carroña. Salvo que en esta ocasión los saqueadores de turno fueron súbditos de señores feudales: Isabel la católica y Fernando el hermoso, quienes representados por dignatarios de menor jerarquía, so pretexto de evangelizar, convalidaban con su presencia los saqueos vergonzosos y brutales como los que llevaron a cabo. Para aquel que conozca un poco la historia de estas inmigraciones forzosas, no dudará en certificar este comentario: en África, unos desalmados armadores de estas precarias embarcaciones, mercan con la necesidad del natural de emigrar. Son lanchones de madera, descubiertos y los viajeros a merced del intenso oleaje helado del mar en horas nocturnas. Un ejemplo: de Senegal a Gran Canarias, diez horas de travesía en esa condiciones. Empapados de agua helada, no todos llegan a destino, el que fallece es arrojado al mar. No se puede abundar en más consideraciones, a los países poderosos, poco les importa las condiciones infrahumanas en que viven nuestros hermanos, sí lo son, no llegan de otro planeta. Pero al buen cazador no se le escapa una presa. Depredaron al por mayor sin piedad y los dejaron librados a su suerte. Ahora incomodan en todos lados, ¿será por el color de su piel? Será tal vez que a tantos años de distancia, Einstein siendo alumno de facultad, respondió una pregunta de uno de sus profesores: “La maldad existe, porque el hombre no tiene a Dios en su corazón”. Nuestro querido Papa Francisco, se expidió al respecto con un singular alegato, pero mucho me temo que ha predicado en el desierto.