Con relación a la tragedia de calle Salta que vivió Rosario el año pasado, conviene recordar lo sucedido en Guadalajara (México) el 22 de abril de 1992, donde una explosión causó el desastre más grande de su historia. Fue a raíz de una pérdida de gas de los conductos que corrían por debajo de las calles. Volaron prácticamente los barrios Analco, San Carlos, las Colonias y Quinta Velarde, y los fraccionamientos Pensiones Federales y Alamo Industrial. Se habló de una área siniestrada de 500 mil metros cuadrados y el número de muertos llegó a 700. Es de destacar que el día anterior a la tragedia, ante el fuerte olor a gasolina, los vecinos llamaron a los bomberos y al Siapa (Seguridad Pública Municipal). Se adujo que debía emitirse un dictamen técnico, o sea, no se procedió a tomar ninguna medida de prevención. El gobierno estatal mostró ineficiencia y torpeza para enfrentar la situación, tratando de responsabilizar a una pequeña fábrica de aceite, exculpando a Pemex (Petróleos Mexicanos) por tratrse de la principal fuente de ingreso del Tesoro nacional. El gobierno veía en cada protesta, demanda o movilización el fantasma de los partidos políticos; prohibío la solidaridad independiente y ordenó que ésta se canalizara mediante instancias oficiales, desarticulando la ayuda de las organizaciones sociales. A un mes de las explosiones, todavía se encontraba gente viviendo en la calle. En conjunto, los damnificados por las explosiones tuvieron que pasar meses y años hasta que las demandas fueron resueltas. Y cuando un grupo de damnificados pretendió manifestarse se los desalojó violentamente. En resumen, se pretendió resolver la situación pagando pequeñas indemnizaciones. Como el monto de las mismas eran insuficientes para el alquiler o compra de viviendas en las zonas siniestradas, muchos de los habitantes debieron mudarse a pueblos vecinos, con lo cual los jóvenes estudiantes debieron cambiar de colegios, sufriendo el desarraigo e incluso perdiendo la posibilidad de asistir a escuelas de artes y oficios cercanas. Se dañaron los lazos sociales, ya que los colonos que había forjado lazos de amistad con los años nunca volvieron a ver a sus viejos vecinos. Y los comerciantes perdieron clientela. El proyecto de erigir un monumento en memoria de las víctimas planteado por arquitectos y damnificados independientes demostró por parte del gobierno el deseo de sepultar en el olvido el recuerdo de las explosiones; es que lo mostraban como culpable y en consecuencia nunca se levanto recordatorio alguno. Ante la similitud con Rosario, hablemos entonces de lo sucedido en Guadalajara.