Ante el asesinato de más de un millón y medio de armenios inocentes, Rafael Lemkin, experto en Derecho Internacional, horrorizado por la masiva matanza ocurrida entre los años 1915 y 1922, acuñó en esos años el termino “genocidio”, por no poder comprender lo acontecido contra un pueblo indefenso y laborioso, que ni siquiera en guerra estaba. Había comenzado el asesinato sistemático comandado por el ministro del Interior de Turquía, Talaat Pasha, “para proteger nuestro país, nuestra Nación, nuestro gobierno y nuestra religión pase lo que pase, a la presentación de la cuestión armenia en cualquier lugar y forma, y aprovechando las facilidades que nos brinda el estado de guerra, hemos decidido acabar con esa cuestión de una vez por todas deportando a los armenios a los desiertos de Arabia, exterminando ese elemento espurio, de acuerdo con las instrucciones secretas recibidas” (circular oficial del Ministerio del Interior de Turquía). Hombres y jóvenes en edad de combatir fueron enviados al frente de batalla a morir en la Primera Guerra Mundial, de la cual participaba Turquía (ninguno de estos armenios regresó con vida), toda la elite política, cultural y eclesiástica armenia fue arrestada y fusilada por las autoridades turcas, luego comenzó la matanza indiscriminada de niños, mujeres y ancianos (muchas niñas y niños terminaron en harenes turcos perdiendo su identidad). Quienes huían adelantándose a la matanza lo hacían hacia el desierto, muriendo de sed y hambre, imágenes de mujeres esqueléticas con sus niños en brazos evocan el horror, quienes llegaban a cruzar este desierto: el mar, como lo habían planificado los turcos. Huérfanos por doquier se dispersaron por el mundo. El Mercado Común Europeo exige a Turquía el reconocimiento del genocidio armenio para el ingreso a este mercado. Casi la totalidad de los Estados que integran América del Norte, como la República Argentina y la mayoría de los países del mundo, han reconocido este genocidio. Armenia, primera nación cristiana en el mundo (año 301) en cuyo territorio se encuentra el monte Ararat, tenía al comienzo del genocidio más de 2.500.000 habitantes, luego del mismo pasó a tener 300.000 habitantes. Hoy el Estado turco promociona su turismo y exporta sus novelas a precios subsidiados por el Estado, tratando de mostrar una imagen de país civilizado, con hermosos paisajes, ocultando la pobreza y miseria que prolifera en ese país, donde con la excusa de bombardear grupos terroristas, en realidad son poblaciones de ciudadanos kurdos (40% de la población de Turquía) que reclaman la independencia. La negación del genocidio armenio es implementada por los sucesivos gobiernos de Turquía como una política de Estado desde 1915 hasta el día de hoy. Los descendientes de la diáspora esperamos y reclamamos sin cesar el reconocimiento del Estado turco del genocidio para que descansen en paz nuestros muertos, porque negar un crimen de lesa humanidad es discriminar a las víctimas y a sus sobrevivientes.
Gracias, Sanatorio de Niños
En algunos momentos de la vida tenemos que vivir experiencias que son difíciles e inesperadas. Esto me pasó el 19 de marzo del corriente año, cuando un cuadro viral hizo que mi hijita tuviera que permanecer siete días en terapia intensiva del Sanatorio de Niños de Rosario, y otros días más en una habitación del mismo. Pero si bien será para mí un recuerdo poco feliz, llevaré en mi corazón a todas las personas que hicieron que mi tránsito por el sanatorio fuera un momento de crecimiento y ejercicio de la fortaleza y paciencia. Conocí gente muy buena, cariñosa y tolerante. Doctores, enfermeras, nutricionistas, encargadas de la limpieza y la sanidad. Todos hicieron que sintiera estas ganas de decir gracias. Porque todos, a su manera y desde el rol que cumplieron hicieron que mi hija se sintiera muy protegida, segura y cuidada.
Germán Sutter, papá de Josefina Sutter Schneider
Desterrar los vicios
Según Confucio, los vicios vienen como pasajeros, nos visitan como huéspedes y se quedan como amos. Corría el año 1960, no pasa desapercibido que el mundo comienza a efectuar un impresionante giro que iría a constituirse en el punto de partida de nuevos hábitos respecto del comportamiento humano. En efecto, esto tiene su inicio 15 años después de la Segunda Guerra Mundial. A partir de entonces, comienzan las canciones de protesta, se modifica a nivel mundial algo que identificaba a los distintos países: la música, en principio. La juventud de entonces se preguntaba por qué, culpando indirectamente al mundo adulto como partícipe necesario por edad, de los crímenes de lesa humanidad emergentes de la conducta del país que se constituyó en beligerante. Comienzan los estados de insatisfacción por parte de la juventud. La música, la vestimenta, el alcohol y las drogas, reapareciendo la barba y la profusa melena. Lo visto en estos días supera ampliamente los ya límites desmadrados. Pero, los jóvenes son muchos, los adultos mayores, apenas un puñado. Los padres de esta juventud crecieron al compás de los tiempos modernos. En efecto, soy naturalmente de otra época, otros hábitos, navegando ante la proverbial carencia económica, sin embargo no nos rebelábamos como para crear un conflicto con nosotros mismos. Y éramos felices, no necesitábamos de energizantes para estar satisfechos. No dejemos de mirar el otro lado de las cosas. No hay control serio para erradicar la droga, habida cuenta que se ha expresado hasta el cansancio sobre el comportamiento ilícito de autoridades comprometidas en esta delicada cuestión. Creo que la actitud es cortar por el nudo gordiano. Agudizar los controles y juicio sumarísimo a los responsables del manejo de los alucinógenos, desterrándolos.
Oscar H. Rodríguez
¡Qué desastre, Telecom!
El único consuelo que tengo es escribir a La Capital y que publiquen esta carta. Telecom es insensible, inepta e inútil. Estoy cansada de leer quejas por mal servicio. Ahora me tocó a mí. Hace cinco meses que no recibo las facturas para saber qué me cobra (el Reglamento General de Clientes dice que es obligatorio entregar a cada cliente). Desde el 8 de abril pasado mi teléfono fijo está mudo. Hay constancias de dos reclamos con los números de gestión 2WHN61-U y 2WHLL1-Y. Supongo que es desperfecto en cables externos. No dispongo de la última guía, no me fue entregada. Ante todo esto ¿qué debo hacer? Esperar alguna solución mágica o que intervenga Dios y se haga un milagro. No creo que le importe a Telecom que soy una anciana de 93 años, con problemas de movilidad, con dificultad auditiva y otras carencias. ¿Se darán cuenta cuál es mi estado? ¿Sin teléfono? Telecom tiene la palabra y la acción. Por derecho y caridad, hagan algo.
Dionisia Fe Sevilla
Panaderías de ayer
En el último suplemento Más de La Capital, apareció una nota sobre las viejas panaderías. Me pareció extraordinaria, y trajo a mi mente la panadería Novara, de don Francisco Vitantonio, en Corrientes y Cerrito, esquina de mi vida. Junto con su esposa, la inolvidable doña Nuncia, y los hijos Nicolás y Antonio, constituyeron una familia de laburantes con la bendita costumbre de impregnar al barrio con aroma a pan recién horneado, muy de madrugada. La cuadra se transformaba en una colmena que en lugar de miel producía pan. En la época en que el mismo se compra por kilo o medio kilo. Todo era muy sencillo: pan felipe, francés, varilla, el rechoncho casero, facturas, bizcochos y los mejores “libritos” del mundo. Siendo mocosos junto con Nicola pasábamos horas en la vieja cuadra durante la siesta, cuando el bueno de don Francisco reponía sus fuerzas. Porque los oriundos de Ripalimosani eran muy trabajadores, demasiado para nuestro gusto acriollado. Encima mi amigo, después de hacer el pan, enganchaba la yegua “Mora” a la jardinera y salía a repartir a las sucursales. Era un mocoso y mi alegría era increíble cuando me daba las riendas por un rato, Ahí me creía un cowboy. ¿Cómo no voy a extrañar a aquella esquina y su panadería? Cuando no se secaban las camisetas del club del barrio, la estufa pegada al horno nos solucionaba el problema. El umbral que daba por Corrientes fue el sitio de reunión de la barra, donde se pergeñaban sueños nunca cumplidos, por eso mis cuentos son de umbral. La casa de mis abuelos maternos estaba pegada a la panadería y aún se recuerda cuando una noche de fin de año don Francisco, percibiendo la euforia vivida por los paisanos vecinos, por sobre el tapial les tiró un pan dulce, y otro, y otro. La familia recuerda aquel momento como “la noche que llovió pan dulce”. No puedo cerrar este relato sin recordar noches de amigos y la increíble pizza que hacía mi compinche inolvidable, en reuniones de peña en la cuadra de la panadería. Ahora si, cierro este relato mientras sacudo la harina de mis ropas, antes que mis lágrimas la conviertan en engrudo.
Enzo C. Burgos
El mundo al revés
Dicen “no salgas a la calle”, “no lleves mochila, bolso, cartera”. Lo dicen las personas que quieren cuidarnos de la calle, de la inseguridad que está a la vuelta de la esquina. Pero me pregunto, ¿somos los culpables de la inseguridad? Parece que sí. Cuando nos dicen estas cosas o nos dan estas advertencias da la sensación de que somos los culpables de los males que nos pasan. Parece que con estas simples acciones que llevamos a cabo cada día como parte de nuestra vida estuviéramos provocando el ataque de los delincuentes. Como si al salir a la calle a trabajar, estudiar, divertirnos o sólo pasear estuviéramos invadiendo territorio prohibido, o propiedad de motochorros, ladrones, violadores y narcotraficantes, u “organizaciones sociales” encargadas de proteger ciertos eventos. Da la sensación de que es sólo un parecer pero la realidad demuestra que este parecer es más que eso. Es una realidad concreta que acecha a todos, a cada momento y en cualquier lugar. Pero la inseguridad al final es sólo una de las patas del problema. Esta situación al final se ve agravada por el hecho de que a la realidad de la inseguridad se suma otra realidad como es la de la desprotección. Esta otra realidad es tal vez aún más angustiante porque es la que no debería existir. La noticia de que a una madre a quien al no tener qué robarle decidieron intentar quitarle su pequeña beba, debería de una vez por todas despertar la conciencia de los funcionarios que tienen el deber de cuidar la seguridad y el bienestar de los ciudadanos de bien. Abran los ojos. Háganse cargo. Cumplan con la función que les corresponde y que sabían que debían llevar a cabo.
Milton Ruiz
DNI 25.206.638
La culpa es del “pajarico”
Venezuela, un país de inmensa riqueza petrolífera, tiene la mayor inflación del mundo. El crecimiento del delito también es imparable. Se encarcela a los opositores. Se cierran miles de industrias. Hay que hacer colas para conseguir agua. Ya no existe el papel higiénico. Y como novedad, desde esta semana tampoco habrá luz durante cuatro horas al día. Todas estas conquistas sociales gracias al marxismo del siglo veintiuno. ¿O la culpa la tendrá el “pajarico”?
Roque A. Sanguinetti