El lamentable suceso del río Luján en el que falleció el hijo del conocido político Federico Storani, llama una vez más a la reflexión sobre la necesidad ineludible de llevar colocado un chaleco salvavidas para toda persona que navegue en una embarcación, desde una simple piragua hasta un velero. Ya sé que es incómodo y poco elegante, pero sucede que por excelente nadador que alguien sea, puede sufrir un desvanecimiento o un golpe que inhabilite sus dotes nadadoras, tal como ocurrió con el chico Manuel Storani. Algunos portales señalan a un tal capitán Ward del Reino Unido, como quien en 1854 diseñó un traje salvavidas hecho con listones de corcho; el creativo míster Ward, inició así el camino hacia el perfeccionamiento del útil chaleco salvavidas que, como su nombre lo dice, ha salvado muchas vidas hasta el presente. Los conocedores del río Luján afirman que en días feriados ese curso de agua se convierte en una verdadera carretera hídrica con embarcaciones que van y vienen, no siempre con la necesaria prudencia de sus timoneles. La Prefectura Naval Argentina realiza cada vez más controles pero los mismos resultan insuficientes. El tema de los chalecos salvavidas es parecido al de los cascos de los motociclistas, que cuando no se utiliza imposibilita a veces evitar o moderar impactos peligrosos. Nuestra sociedad debe avanzar hacia una cultura de prevención y respeto por las normas establecidas. Y en el área náutica específicamente, el tantas veces dejado a un costado chaleco salvavidas, deberá ser considerado definitivamente como la diferencia entre la vida y la muerte, cuando inesperadas circunstancias dejan a un navegante inerme y a merced de las aguas de un arroyo, río, lago o laguna. De esa manera, se reducirán hechos tan tristes como el protagonizado por Manuel Storani: el chico del río Luján.