Dos muertos a tiros más en la zona de la villa Flammarión. Esta vez el doble crimen ocurrió donde esa angosta calle del sur rosarino se corta con Lamadrid. En este caso, como en otros, las víctimas no fueron elegidas por nadie más que el azar. Pasadas las 20 del sábado los ocupantes de un auto —muchos creen que se trataba de un Peugeot 208— pasaron por Flammarión a los tiros, doblaron por Lamadrid y siguieron los balazos sobre las estructuras del complejo Fonavi y de otros autos que estaban estacionados.
En una zona que a esa hora es muy concurrida, como saldo de ese raíd de locura criminal murieron Eduardo Espíndola, de 26 años, y Rodrigo Velázquez, de 18. Estaban parados frente a una peluquería sobre Flammarión eperando su turno para cortarse el pelo. Según decían en el barrio, no se conocían entre sí.
Escenario
El doble crimen tuvo como tenebroso escenario la pelea de bandas que se disputan territorios para la venta de drogas. A pocos metros de la peluquería, dicen viejos vecinos del barrio, hay un búnker de acopio de estupefacientes y ayer a la tarde mientras La Capital cubría los homicidios fue incendiada una casa, que según fuentes oficiosas, funcionaría también como búnker.
Según contaron, el mortal raíd de tiros ocurrió cerca de las 20 del sábado. “Los muchachos fueron a cortarse el pelo porque era sábado. Eran pibes que trabajaban y hace mucho que vivían en el barrio o cerca. Pero no tenían nada que ver ni con las bandas ni con el búnker”, contó un vecino que prefirió no dar su nombre, al igual que todos los entrevistados.
“Acá todo el mundo —agregó— sabe quién es quién. Los que mataron también saben que estos dos muertos eran buena gente. Lo que pasa es que la policía sabe dónde están los que venden y hasta les cobran. Entonces, a la gente que trabaja decentemente no la cuidan”.
Escuetamente, los vecinos dijeron que Espíndola trabajaba como peón en un lavadero de autos y que Velázquez era pintor. “Eran buena gente. Cuando los mataron la ambulancia que llamamos para que llevara a Espíndola no vino nunca, tuvieron que llevarlo los vecinos al Roque Sáenz peña. Al otro pobre pibito se lo olvidaron, estuvo cuatro horas tirado hasta que lo llevó la mortera. ¿Sabe lo que es eso para la familia, que las ambulancias no entren al barrio? Es terrible”, comentó otro vecino.
Dolor
Familiares de Espíndola se mostraron muy heridos durante tarde del domingo. “Nadie vino a preguntar cómo estamos ni que pasó. Parece que la Justicia sólo funciona cuando tenés plata. ¿Qué pasó con la muerte? ¿Cómo fue? No tenemos la menor idea, sólo que Eduardo no era narcotraficante ni tenía antecedentes ni nada. Con todo lo que sabía, él tendría que haber estado trabajando en una fábrica en lugar de lavar autos en un galpón por dos pesos. Y gracias que tenía eso”, aseguró una prima del joven que no vive en la zona.
Otros familiares fueron más categóricos. “No queremos hablar porque después, digamos lo que digamos, la policía y la gente dice que esto tiene que ver con el narco. Y no es así”.
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No obstante otros vecinos, que viven en cuadras más lejanas de la villa donde se produjo el ataque mortal, pudieron dar una idea del día a día en el barrio. “Siempre pasa lo mismo: si una banda vende más o si en un búnker se vende más que en otro, entonces se tirotean. Si hubieran matado a un narco o a alguien importante ya vienen los milicos y te rompen el rancho a patadas. Ahora esto va a quedar así: si sos pobre nadie sabe quién te mata”.
Según el parte policial a las 21 una llamada al sistema 911 alertó del ataque y al llegar los patrulleros hallaron tirado en Flammarión al 5000 a Velázquez, que vivía con su familia a pocas cuadras, sobre Madre Cabrini. Según los vecinos casi una hora después la ambulancia del Sies y se constató lo que los primeros policías que habían llegado a la escena habían establecido: el pibe estaba ya sin vida.
A quien no halló la policía fue a Espíndola, ya que luego de esperar un rato a la ambulancia los vecinos decidieron trasladarlo en un auto particular al Hospital Roque Sáenz Peña, de donde fue derivado al Hospital de Emergencias Clemente Alvarez (Heca).
Al llegar Espíndola al Heca los médicos de guardia lo auscultaron y le encontraron heridas de arma de fuego en el cráneo, en la nuca, con pérdida de masa encefálica, así como otros dos tiros en el brazo izquierdo y otro en la clavícula izquierda. Lo internaron en terapia intensiva y con respiración mecánica asistida, pero falleció horas después.
El caso lo tomó el fiscal Patricio Saldutti y el gabinete científico de la Agencia de Investigación Criminal (AIC) secuestró vainas servidas 9 milímetros, además de realizar un relevamiento de cámaras y testigos. “En Lamadrid y por los Fonavi hay cámaras, pero los vecinos ni siquiera denuncian, saben que parte de la banda vive por ahí cerca y tienen mucho miedo”, dijo un antiguo vecino.
Fuego y tensión
Pero la situación en Flammarión siguió tensa. Pasadas las 16 del domingo una casa fue quemada por desconocidos. Al parecer la precaria vivienda estaba vacía pero permanecía cerrada con un candado externo, y, según vecinos, funcionaba como lugar de “aguantadero o búnker”. Lo cierto es que al iniciarse el incendio mientras vecinos ayudaban a que no se propagara a otras viviendas, se aproximaron al lugar dos personas con las llaves del candado y preguntaron si “no había nadie”. También llegó un hombre en una camioneta, que al observar que al lugar llegaba un vehículo policial y la autobomba de los bomberos huyeron los tres a toda prisa.
Las humildes viviendas y las callecitas de Villa Flammarión, y particularmente las dos cuadras de Margis al 5000 A y B, son moneda corriente en la crónica policial a partir de tiroteos y homicidios. Allí sobrevolaron nombres como la pandilla de Los Gorditos, que la Justicia anunció desarticulada luego de que varios miembros fueran condenados por atentados contra las personas y asociación ilícita, pero es claro que nuevos actores o desprendimientos de esa banda son los que impiadosamente quieren seguir quedándose con el barrio.