Si hay un partido que sabe escaparse de las sensaciones preliminares es el clásico rosarino. Y vaya como prueba incontrastable lo que ocurrió ayer en el Gigante de Arroyito para desarticular cualquier rótulo categórico. Porque las presunciones se hicieron trizas. Ni Central pasó por encima a Newell’s como la comidilla previa se encargó de llenar páginas de diarios y minutos de aire. Ni Newell’s ni Lucas Bernardi fueron a poner la cabeza en la guillotina para que su rival siguiera extendiendo una de esas hemegonías que amenazaban con marcar una época.
No pasó una cosa ni la otra. Lo único que realmente sucedió es que Central no supo cómo ganar el clásico que más servido tenía antes de jugarlo. Y Newell’s, que llegaba obligado a navegar en una ciénaga del destino y con intimidaciones a cuestas, entregó señales positivas para reinventarse colectivamente y darle otro espíritu competitivo al mensaje de Bernardi. La receta rojinegra no tuvo nada de revolucionaria ni innovadora. Fue un menú para la ocasión. Lo que trató de hacer Newell’s, como ni por asomo lo había hecho en los cuatro clásicos anteriores, fue robarle el libreto que utilizó Central cuando se había quedado con la última palabra. Jugó atendiendo las virtudes de Central y entregó su propio corazón en la causa, tal cual lo manda y exige la tradición del clásico.
La verdad, no hizo nada de otro mundo. Fue algo tan primario como amontonar gente cerca del pibe Unsain con un sentido de la ubicación y el orden. Lo que sí no se entiende es el inmovilismo con el que Central afrontó un trámite que, en teoría, lo podía arropar de gran candidato a pelear por el título hasta las últimas consecuencias. No quiere decir que ahora no lo haga, pero si había un partido para dar con el piné era el de ayer. Aquel que descrea de esta reflexión, basta con preguntarles a los hinchas canallas con qué sensación se fueron del estadio. Todo esto viene a cuento porque esta vez fue el equipo de Coudet el que no supo detectar lo que se jugaba. Se entregó dócilmente a una parálisis que lo retrató como un equipo muy liviano. Tampoco el Chacho ayudó con el reacomodamiento que intentó con los ingresos de Montoya, Lo Celso y Niell.
Así como en el clásico jugado hace un mes en el Coloso, el técnico de Central realizó un curso acelerado de entendimiento de lo que más le convenía, esta vez la moneda que estaba en el aire cayó del lado de Bernardi. Porque si algo se llevó Lucas de la casa de su rival, además de interrumpir una seguidilla de derrotas, fue recibirse de entrenador medianamente calificado ya que esto, seguramente, le permitió salvar su pellejo. Por esto debe entenderse que paró en la cancha a un equipo con una estrategia establecida y con nombres más proclives a arremangarse en el barro que a inmolarse por una convicción, por ahora, agrietada.
El clásico se fue por el resumidero del empate. A Central le puso un freno a sus aspiraciones de candidato. A Newell’s lo empujó a mirarse en el espejo y se reconoció competitivo.