La semana pasada, la Argentina volvió a vivir horas de extrema tensión cambiaria. El dólar se disparó, los bonos soberanos se desplomaron y el riesgo país superó los 1.400 puntos básicos, marcando uno de sus niveles más altos del año. Para contener la corrida, el Banco Central vendió más de 1.100 millones de dólares en 48 horas, con un fuerte volumen de 678 millones en una sola rueda. La estrategia oficial quedó al desnudo: con reservas netas negativas y sin dólares líquidos de libre disponibilidad, el Banco Central no tiene poder de fuego genuino para sostener el techo de la banda cambiaria.
Dado que el tipo de cambio nunca tocó la banda inferior, el Banco Central no logró acumular reservas. Cuando la cotización alcanzó el límite superior, la intervención se hizo con pólvora mojada: reservas que no eran propias y no lograron frenar la corrida.
La tensión comenzó a aflojar con trascendidos sobre un paquete de ayuda por parte de EE.UU. El martes 23, Javier Milei viajó a Nueva York para reunirse con Donald Trump. Al día siguiente, Scott Bessent —secretario del Tesoro estadounidense— anunció por redes sociales un respaldo “grande y contundente” a la Argentina: swap por hasta 20.000 millones de dólares, compras de bonos y fondos del Tesoro como garantía.
La reacción fue inmediata. El dólar frenó su escalada, el riesgo país bajó y los bonos rebotaron. Para el oficialismo fue un salvavidas político que esperan les permita llegar con oxígeno a octubre.
Sin embargo, no todo fueron buenas noticias. Bessent explicó que el paquete contemplaba inversiones privadas de empresas estadounidenses “en caso de un resultado electoral positivo”. La ayuda, en otras palabras, quedó atada a la performance del gobierno en las urnas.
Además, hubo cuestionamientos en ambos partidos estadounidenses por el respaldo a un país extranjero en plena campaña, y el posible uso de fondos públicos con fines electorales. Cualquier gobierno que suceda a Trump deberá decidir si sostiene ese paquete. Y sin fundamentos técnicos firmes, la continuidad del respaldo es incierta.
Reservas internacionales. ¿Un alivio transitorio?
Luego del anuncio de respaldo desde Estados Unidos, el Tesoro argentino aprovechó la reacción del mercado para comprar dólares. Fueron operaciones significativas que permitieron mostrar una suba de u$s1.889 millones en las reservas brutas en un solo día, según datos oficiales.
Conviene aclarar cómo impactan este tipo de compras. Cuando el Banco Central adquiere dólares en el mercado, lo hace emitiendo pesos, lo que implica una mayor presión inflacionaria en el presente.
En cambio, cuando el Tesoro compra dólares sin superávit fiscal, lo hace con emisión de deuda. En ese caso, el efecto es indirecto: suben las tasas de interés y con ello la inflación futura. La única manera genuina de que el Estado compre dólares sin generar distorsiones es con superávit primario. Incluso así, cuando lo hace el Tesoro, esas divisas suman a las reservas brutas, pero no a las netas del Banco Central, ya que siguen siendo fondos del Tesoro que pueden retirarse más adelante.
En paralelo, el Banco Central reinstaló la llamada “restricción cruzada”: quienes acceden al dólar oficial no pueden operar en MEP o CCL durante 90 días. La norma —Comunicación A8336— buscó frenar arbitrajes, pero el impacto inmediato fue una suba en las cotizaciones financieras y un nuevo ensanchamiento de la brecha cambiaria.
Para muchos operadores, esto es un cepo encubierto. El gobierno lo niega y dice que es una medida transitoria. Pero la contradicción persiste: quienes prometieron libre mercado aplican regulaciones que antes denunciaban. La gestión económica, una vez más, choca con el discurso.
El régimen cambiario en la mira
Lo que quedó en evidencia es que la estabilidad del mercado cambiario depende directamente de la capacidad del Estado para acumular reservas. Sin reservas netas suficientes, sostener el techo de la banda cambiaria obliga a vender dólares que el país no tiene, y recurrir a apoyos externos cada vez que se desata una nueva crisis doméstica. Es un esquema de parches sucesivos, a la espera de un cambio estructural que no termina de llegar.
En ese contexto, la posibilidad de avanzar hacia un régimen de flotación cambiaria comenzó a circular en los debates de política económica. La idea cuenta con la aprobación del Fondo Monetario Internacional, que históricamente ha promovido esquemas de tipo de cambio flexible. La pregunta de fondo es otra: ¿cómo funciona la economía argentina bajo procesos de apertura económica y liberalización cambiaria?
Por ahora, el respaldo político externo tuvo impacto sobre las expectativas económicas: permitió al gobierno mostrar capacidad de reacción y contener la volatilidad cambiaria, aun sin desembolsos efectivos. Sin embargo, ese alivio coyuntural no corrige el desequilibrio de base: la incapacidad de acumular divisas propias para sostener un programa de estabilización creíble.
Escenarios hacia octubre
En el mejor de los casos, el gobierno consigue algo de estabilidad: los dólares del Tesoro alcanzan para calmar la plaza, los bonos se sostienen y el riesgo país retrocede. Existe también un escenario intermedio, donde las señales positivas pierden fuerza porque no hay reservas que las respalden ni un horizonte que permita proyectar acumulación genuina de divisas.
El escenario más crítico, y el que más preocupa en el mercado, es que el respaldo de Washington no se traduzca en acciones concretas, o se limite a anuncios sin efecto. En ese caso, la tensión cambiaria podría regresar con fuerza.
La dinámica del tipo de cambio dependerá, en gran parte, de cómo el mercado lea estos posibles desenlaces. Hasta el 26 de octubre, el termómetro clave será la evolución diaria de las reservas netas del Banco Central. Cada movimiento —una compra, una venta, una señal— será interpretado como un síntoma de fortaleza o debilidad. Y detrás de esos números se juega la confianza en un programa económico que, hasta ahora, necesitó dos respaldos políticos consecutivos para evitar una crisis mayor.
El desafío que enfrenta el gobierno es claro: dejar de depender de apoyos externos y construir un ancla propia antes de que el equilibrio actual vuelva a romperse.