La posconvertibilidad es un período muy rico, interesante e innovador. Y amerita balances más equilibrados que los que se hicieron al calor de la polarización de los últimos tiempos. Así lo entiende Matías Kulfas, el autor de "Los tres kirchnerismos", un libro que repasa la historia económica de la Argentina entre 2003 y 2015. Investigador y docente de la UBA y la Unsam, el economista abre el debate académico sobre un proceso que lo tuvo como protagonista. Fue subsecretario Pyme, director del Banco Nación y gerente del Banco Central. La herencia que deja el ciclo, el abordaje sin dogmatismo de los tres gobiernos kirchneristas y el rumbo económico de Mauricio Macri capturan su opinión durante la entrevista que se realizó en el marco de la presentación de su obra, organizada por la Universidad del Hacer en el Distrito 7. Claro defensor de los avances registrados en la "recuperación del Estado, las políticas de inclusión social que movilizaron el mercado interno y el fomento la industria nacional", subrayó también los límites de la política económica de aquellos años.
Kulfas agita la discusión sobre el pasado reciente para dar pelea en el presente, un escenario disputado por la vocación del gobierno de restaurar el paradigma neoliberal y la resistencia que le opone el legado de la posconvertibilidad. "Lo que estamos viendo hoy es el neoliberalismo posible, lo que más pueden avanzar sin toparse con una herencia que es altamente positiva", sentenció.
—¿Qué caracteriza a cada uno de los tres kirchnerismos?
—En primer lugar el estilo de gestión. Una cosa era Néstor Kirchner con Cristina, otra cosas Cristina gobernando con Néstor todavía vivo y otra Cristina sola en el poder. Hay una diferencia política. El esquema de Kirchner era un poco más amplio. En el último kirchnerismo se ve cierta cerrazón, un enfoque más orientado a formar una fuerza política propia y una preeminencia del enfoque conspirativo. En lo que hace a la economía, el primer mandato es un período netamente de recuperación. Luego se planteó el desafío de pensar la agenda de largo plazo y el desarrollo. Y ahí se dan algunos pasos en falso. Por un lado, porque esa discusión choca contra la coyuntura, con la crisis del campo y la crisis internacional. Por otro, porque choca con algunas restricciones propias del kirchnerismo, como la visión de sus dos líderes de esquivar la mirada de la planificación. La idea era que ya había habido en Argentina demasiados planes habían agotado a la población y que había que ir más bien con pasos cortos. Es paradójico porque, por otro lado, el kirchnerismo planificó políticamente bien el largo plazo. Construyó una fuerza política de la nada. Partió de una estructura muy débil y construyó una estructura de poder que gobernó doce años y medio. Además dejó un legado político. Pero la economía siempre se pensó a corto plazo y eso explica algunas debilidades. El tema energético es claro. Pasó a ser deficitario, por razones buenas y malas. La buena es que la economía demandó más energía por el crecimiento. La mala es que hubo falta de planificación para aumentar la oferta y una política tarifaria que fomentó cierto derroche. Esto no justifica el tarifazo actual pero, se puede decir que no haber actuado en forma mas decidida en aquel tiempo le dio al gobierno de Macri la excusa para hacerlo. El sector industrial se recuperó como nunca desde la década del 70 pero no se avanzó en un política que aumentara la participación nacional.
—¿Cuánto hay de error de política económica y cuánto juegan otros factores, como el contexto internacional y la resistencia de los propios actores económicos?
—En el balance de la era kirchnerista todo se polariza. Están los que atribuyen todo lo malo a externalidades que jugaron en contra y los que dicen que lo bueno ocurrió fue por buena suerte y por el contexto internacional. En la región, otros países también crecieron pero perdieron densidad industrial, se reprimarizaron y no lograron la inclusión social de Argentina. Hubo contexto y buenas políticas.
— Hoy es común escuchar, en la comparación con los países vecinos, que Argentina desaprovechó una oportunidad. ¿Cuánto hay de cierto en eso?
—En América latina hubo un proceso de mejora, con diferentes matices, pero Argentina es el único que en el período aumentó su industrialización. En general, América del Sur, no logró consolidar un rumbo de desarrollo. Sí logró discutir el paradigma neoliberal. Las experiencias populistas, progresistas o de izquierda de la región se quedaron cortas en el cambio de estructuras productivas. En Argentina se dieron pasos importantes, pero faltó. Esto explica en parte por qué luego de dos buenos períodos económicos, el último fue más pobre.
—¿En la nueva etapa de la región, la suerte del modelo económico está echada?
—Hay un campo de disputa muy claro. De hecho, el gobierno de Macri, del cual soy muy crítico, tiene claro que un viraje total y brusco hacia el neoliberalismo, que es lo quiere, puede llevarlo a un desastre político. Estamos viendo el neoliberalismo posible, lo que más pueden avanzar sin toparse con una herencia altamente positiva.
—¿No es la pesada herencia?
—Primero que nada el kirchnerismo dejó una economía desendeudada. Eso es relevante. Desde los 70 todos los gobiernos tuvieron como gran herencia una deuda externa descomunal, en pago o en default. El nuevo gobierno encontró una economía que no tiene grandes problemas. Las empresas tienen bajo endeudamiento, la morosidad bancaria es mínima. La economía está sana. Sí tiene la necesidad de recuperar el crecimiento y superar la restricción externa. Y de esto se va a salir con economía real, no con ingeniería financiera. En este punto es donde más riesgo tiene de hacer agua este gobierno. Porque tiene esa mentalidad. Su primera reacción no es ir a hablar con los industriales o productores regionales para ver cómo mejorar la capacidad productiva sino ir a hablar con inversores extranjeros.
—Y pedirles perdón
—Uno se pregunta qué sentido tiene que en 2016 el ministro de Economía le pida disculpas a los inversores españoles. España hoy es otra cosa que en los 90. Y además empresarios de ese país vaciaron dos veces, no una, Aerolineas y depredaron los recursos petroleros a través de Repsol. No tiene sentido ni desde lo pragmático ni desde lo ético. Es un deja vu de una politica que no funcionó. El gran dilema, sobre el que el kirchnerismo avanzó con limitaciones, es fomentar el desarrollo de actores nacionales.
—¿Cómo se revisa desde acá la etapa anterior?
—Los problemas fueron planteados en un esquema muy polarizado. Hay que tomar lo positivo que ocurrió, la recuperación del Estado, el desarrollo de políticas de inclusión social que movilizaron el mercado interno y el fomento la industria nacional. Pero también admitir que faltó avanzar en una planificación para el desarrollo.
—¿Se viene una etapa de investigación y producción científica sobre el periodo de posconvertibilidad?
—Seguro. Se está viendo en el sector del a investigación. Es un período muy rico, con cosas muy interesantes e innovadoras. Esa visión tan simplista que dice que cualquiera que le hubiera tocado gobernar en ese periodo le iba a ir bien, no se acuerda del 2002. En el libro cito que había un economista del MIT, Rudiger Dornsbuch, que decía que Argentina tenía que delegarle su politica económica a un comité internacional. Otros planteaban una suerte de secesionismo, otros que había que armar una banca off shore porque el país no iba a tener nuevamente un sistema bancario. En ese momento no eran anécdotas. Lo que ocurrió fue muy interesante y deja muchas preguntas para hacer balances más equilibrados.
—La etapa excede incluso los límites políticos del kirchnerismo.
—Claramente. Acordémonos de la transversalidad. Eso se fue perdiendo y ahora hay un replanteo. Sobre todo en la medida en que el actual proceso avance. Lentamente este gobierno va a tratar de asentarse y hacer un viraje más contundente al neoliberalismo, con consecuencias muy negativas .