A pesar del calor del verano del Hemisferio Norte y que pareciera la Pandemia estaría siendo más tibia en cuanto la disrupción de movilidad, las relaciones bilaterales entre EEUU y China siguen siendo frías. No ha cambiado mucho en este sentido el mundo. Después de casi cuatro años de incertidumbre bajo la administración Trump, la Casa Blanca de Biden, sigue con la misma retórica y las políticas antichinas de su predecesor.
En este duelo de Titanes vale todo. No sólo es hacer más, sino también intentar impedir que el otro lo haga, buscando aliados que colaboren en limitar el crecimiento chino que es el que se recupera más rápido de la pandemia. Por ejemplo, mejorar los contactos bilaterales de EEUU con Taiwán, buscar activamente para crear una coalición mundial de democracias afines que ayuden a contrarrestar y frenar las ambiciones mundiales de China, y hasta conseguir el apoyo de Europa, alianzas informales entre Australia, Japón e india para hacer de contrapeso en Asia, imponer sanciones desde Canada, etc etc. Claramente la era de los compromisos entre ambos países está terminada.
¿Qué miran los inversores?
Si lo que buscan ambos países es preservar sus intereses económicos, y de seguridad nacional (como la propiedad intelectual, cadena de suministros, y seguridad de los datos), es muy probable que EE.UU y China sigan en conflicto. Una mayor fricción bilateral idéntica (o peor por lo velada) del tipo que se produjo en la administración anterior, y evidentemente será un imán de problemas y a la economía mundial le faltará fluidez teniendo en cuenta la salida de la pandemia.
Tanto Estados Unidos como China estarían potencialmente en riesgo en caso de que se impongan nuevas restricciones al comercio y la tecnología. Controles más estrictos, por ejemplo, sobre los suministros de semiconductores o de equipos de fabricación de Estados Unidos a China podría reducir la producción local de china en productos electrónicos de consumo, y retrasar el despliegue de las redes de telecomunicaciones 5G de próxima generación en el continente. La misma medida también podría mermar los beneficios de los líderes estadounidenses de la industria de los chips. Y al mismo tiempo, las posibles medidas de represalia de China podrían poner en riesgo la pérdida de un conjunto más amplio de empresas estadounidenses con exposición a las ventas en China. Si bien ambos titanes han visto aumentar el tamaño de sus mercados de valores, y cada uno de ellos domina ahora la capitalización de los mercados emergentes (ME) y de los mercados desarrollados (MD), respectivamente, este tipo de fricciones bilaterales entre sus economías reales, deja expuestos a los inversores de renta variable tanto en el mundo desarrollado como en el emergente. Es decir, que si entran en franco terreno de conflicto la recuperación mundial podría tener demoras.
Ahora no se ve claramente, pero la arena de combate estará en la tecnología. Ambos están enfocados en una economía global post-pandémica, donde habrá cambios hacia la automatización y la digitalización en actividades que antes del virus eran tradicionales (como medios de comunicación, mercado minorista y la industria manufacturera). La competencia o la rivalidad EEUU y China, a pesar de generar disrupciones en el corto plazo, sembrarán las condiciones de un mundo mucho más tecnológico al que conocíamos, sostenido por mayores niveles de apoyo gubernamentales.
Para los inversores, esto podría significar oportunidades de crecimiento a largo plazo en los sectores de software y servicios de tecnología de la información, fabricantes de chips, equipos de capital de semiconductores y aplicaciones de hardware como equipos de red, servidores en la nube, vehículos eléctricos y robots industriales.
En definitiva, la era de la competencia de grandes potencias entre EE.UU. y China está en pleno apogeo y será una característica definitoria del mercado y la inversión en el futuro, dado el peso económico de ambas naciones.