Hace un par de meses, Felipe Fort, el hijo del mediático Ricardo Fort, contó en un programa de televisión (“Terapia picante”) la conversación que tuvo con su padre sobre su origen. “Vos no tenés mamá”, le dijo Ricardo. Ahí mismo, el entrevistador le preguntó a Felipe si le gustaría conocer a la mujer que lo gestó. “No tengo idea –dice el heredero–: quería ver una foto de la mina que donó el óvulo, para saber si es flaca, alta o baja. Sé que tiene ojos claros, porque Marta tiene ojos claros, pero yo no”. Haciendo morisquetas y con reproche por la herencia genética, agregó: “La llamaría y le diría: no te quiero. No te conozco y no te quiero”. Después de algunos rodeos Felipe explicó que, por contrato, la persona gestante no puede conocerlos ni a él ni a su melliza. “Si ella se entera quién es Ricky podría querer sacarnos plata o alguna cosa, por eso ella no puede saber quiénes somos”, cerró. El extracto de esta entrevista fue comentado luego en un programa de la tarde, en un panel integrado por figuras mediáticas que se revolvían en sus asientos entre el asombro, el horror y la compasión hacia este jovencito, primera generación de hijos de probeta de la farándula, que acaba de cumplir la mayoría de edad.
Al igual que el heredero de Fort, Rita Pérez Lavalle nació de un vientre subrogado. Es hija de Roberto, un poderoso empresario, y de Victoria González, una ex top model argentina. Rita es la protagonista de El cuerpo es quien recuerda (Tusquets, 2022), la segunda novela de Paula Puebla (Buenos Aires, 1984), que desentraña el drama silencioso que encierra el alquiler de vientres en hijos, hijas y mujeres gestantes. Con el rechazo rotundo de su madre de intención desde el nacimiento, Rita creció como una extraña en su propia familia y en su adultez buscará reconstruir su identidad. Lo único que sabe es que nació en territorio ucraniano y que fue gestada por Nadiya Kovalik, una de las tantas jóvenes que engrosan el ejército de reserva de una de las agencias de reproducción humana asistida más importantes de Europa. La novela, estructurada en tres partes, anuda en su interior temas fundamentales sobre la subrogación de vientres, como la identidad y la maternidad, sin soslayar la cuestión de clase entre familias ricas y mujeres pobres. Puebla tampoco elude la pregunta sobre los límites éticos del desarrollo de la ciencia, lo ominoso que puede volverse el progreso y las formas cada vez más sofisticadas de la mercantilización de los cuerpos. Es innegable: en nuestra cultura la voluntad de maternar o paternar tiene un lugar imponderable. Pero, ¿hasta dónde son legítimos los modos de conseguirlo? ¿A pesar de qué, a costa de quiénes?
Como ya lo hizo en su primera novela Una vida presente (17Grises, 2018) –cuya protagonista es prostituta VIP–, Puebla pone en el centro de la escena, es decir, en conflicto, el cuerpo femenino. Por un lado, a las dos mujeres que han usado el suyo para sobrevivir: Vicky ha vivido a expensas de su capital erótico desde muy joven, siendo una chica del conurbano que pertenece a la primera generación de Lolitas de Gente y Caras; y Nadiya, de su capital reproductivo, puesto al servicio de la única industria que crece en la zona de conflicto de Ucrania. Por el otro lado está Rita, quien carga con una pena tan pesada como vacía: es hija de dos mujeres, pero ninguna es su madre.
paula-puebla_1000_1100.jpg
Sin embargo, Rita anhela recuperar un lazo, conocer a su madre de gestación, y emprenderá esa búsqueda a través de la investigación, y la escritura literaria. “Nadiya (...) ¿Me buscás vos también? Estoy como esas personas que dan vuelta toda la casa tratando de encontrar el par de anteojos que en realidad llevan colgado al cuello. Así, mamá, estoy, te llevo en el cuerpo”, escribe Rita.
Es posible que la lectura de El cuerpo es quien recuerda haga retornar la muy difundida consigna “mi cuerpo es mío”, pero para ponerla patas para arriba. La ficción de este enunciado, que escuchamos muchísimo entre los feminismos en los últimos años, se choca nuevamente contra el complejo entramado del deseo y los mandatos sociales y culturales; la lógica del mercado y las formas posibles de vivir una vida mejor. De hecho, la novela no negocia nunca estas tensiones con resoluciones cómodas, binarias y simplistas; por el contrario, sube la apuesta: despliega y profundiza, a través de una prosa abrasiva, los efectos devastadores, pero también transformadores que estos conflictos pueden producir en los cuerpos y en las vidas de estas mujeres. Recordemos que desde el título se cifra una posición: el cuerpo no es un qué, sino un quién. O en este caso, quiénes: Victoria, Nadiya y Rita. Para cada una de ellas, Puebla construyó una voz y una expresividad singulares, dándoles también carnadura, peso y temperatura. Tan distintas y al mismo tiempo tan próximas, las tres están unidas por el hilo indestructible del destino, y cada cual, desde su saber de mundo y sus propias experiencias, tomará la palabra. Victoria, sumida en la decadencia de sus veleidades, lo hará frente a una cámara; Rita en la escritura de su novela personal, y Nadiya, a través del género epistolar. Quizás en la narración de estas cartas se encuentre el elemento más valioso de todo el conjunto de voces: no solo la progresión del personaje –en el cambio de tono y de registro a medida que la correspondencia se engrosa–, sino por el acierto de elaborar una voz foránea, tan extranjera como antagónica. Es decir, la voz de una mujer madura que se rebela; una mujer de armas tomar que ya lo ha dado todo y que ahora, junto a otras mujeres en su misma condición, está dispuesta a ir por lo que es suyo.
Más allá de las diferentes formas de alienación que pueda producir el trabajo en el sistema capitalista, la publicidad de la maternidad encubre una realidad muy primaria: pocas veces resulta tan ajeno el propio cuerpo como ocurre durante una gestación. Es también, y por sobre todas las cosas, una experiencia violenta: pero no la violencia en un sentido moral, como un acto intencionado, sino la violencia de las cosas que están vivas, que rompen y desgarran para crecer, para ser. La dimensión íntima y singularísima de lo que un cuerpo puede alojar y soportar, incluso una pérdida, o una gran ausencia, sigue siendo un enigma: como una bomba de relojería que aguarda su tiempo y persiste más allá de los cantos de sirena del progreso humano, o del brillo artificial de un set de televisión por cable.
el-cuerpo-es-quien-recuerda-el-cuerpo-es-quien-recuerda.jpg
En sociedad
El cuerpo es quien recuerda será presentado en la ciudad el próximo sábado 17 de septiembre, a las 19.30. La cita es en El diablito (Maipú 622), con la presencia de su autora, Paula Puebla, en el marco de las actividades que organiza la plataforma Encuentro Itinerante.