Se denomina “punto ciego” a un área de la retina donde no existen fotorreceptores, es decir, células capaces de detectar la luz. Ese punto que está situado en el lugar donde nace el nervio óptico y se une con la retina carece tanto de conos como de bastones, perdiendo así toda la sensibilidad óptica en el área. Esto significa que todos tenemos un punto ciego en la visión, un espacio de incertidumbre que abre a una sola certeza, la imposibilidad de aprehenderlo todo porque nuestra mirada siempre es fallida. En el caso de Román Vitali y gran parte de su familia, esto se incrementa porque la visión convive con afecciones oculares que comparten varios de sus miembros, al mismo tiempo que algunos también están vinculados al mundo de la visualidad.
Familia biológica y familia simbólica (otros creadores dentro de la historia de las imágenes) son temas que confluyen hace tiempo en su trabajo. En 2019 había presentado en el CCK la muestra Familia, llevando a la tridimensión dos cuadros de Brueghel –padre e hijo– que parecen idénticos pero que una mirada atenta descubre sutiles diferencias en esos dos grandes jarrones con flores. Nexo, lazo, transmisión y comunicación son preocupaciones que lo acompañan en toda su producción artística, que está enlazada por un hilo invisible que trama concepto y materialidad.
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En Fantasmas. Once fotos y un óleo los grandes protagonistas son la fotografía y una pintura. Resulta paradójico porque estas materialidades no aparecen directamente sino que funcionan como punto de partida para la elaboración de una serie de tapices realizados con cuentas acrílicas facetadas. Una caja de viejas diapositivas familiares del período 1967-1986 ofició como disparador de la nueva producción de Vitali, que recala en varias cuestiones. En primer lugar, la democratización de la producción de imágenes con la llegada de cámaras fotográficas accesibles a la clase media entre fines de los ’60 e inicios de los ’70. Luego, el paso del tiempo que opera en los acetatos virando el color o produciendo texturas y manchas por hongos provenientes de la humedad y, finalmente, las imágenes que cuentan la historia de una familia del interior santafesino: sus viajes por localidades vacacionales típicas de Córdoba y Mendoza y la rutina en espacios domésticos con la decoración típica de un hogar de clase media de la época. Recurso que el creador intensifica al usar para el montaje el mismo machimbre que cubría las paredes de una de sus casas y ahora oficia como soporte de gran parte de las obras, apoyándose en paredes verde agua que replican la moda de antaño.
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El recurso de construcción de las imágenes condensa las oscilaciones entre fotografía y pintura, por ejemplo, la malla de cuentas acrílicas tejidas avanza sobre el espesor del soporte como si fuese una tela que se tensa sobre el marco. Esa relación entre foto y discurso pictórico se extrema a partir del inicio de toda la serie: una pintura al óleo que fue regalo de casamiento de los padres de Vitali y que él pide a su madre en el 2020, durante la pandemia. Ese cuadro era el único objeto que conectaba a la familia con el discurso del arte y el creador considera testigo silencioso de lo vivido por su familia en cada una de sus casas. Se trata de un tema clásico: una marina con un faro y un mar embravecido firmado por un tal Valenti al que Vitali reemplaza con su apellido en la réplica de su autoría.
Es importante señalar que no se trata de la copia exacta de fotos que fueron sacadas sin más preocupación que registrar un momento vivido –como si eso fuera posible–, porque ese punto de partida es alterado con programas digitales que las modifican, por ejemplo, superponiendo dos imágenes o generando corrimientos y otras transformaciones. El resultado estético es la deriva de múltiples capas de trabajo que se van superponiendo y que el tejido de cuentas condensa: la diapositiva original es digitalizada y luego modificada con programas como para convertirse en el modelo sobre el que Vitali construye estos tapices acrílicos. La resultante también dialoga con recursos tecnológicos del pasado y del presente, desde el efecto de pinceladas yuxtapuestas de los impresionantes y neoimpresionistas que generan manchas cromáticas que el ojo reconstruye como formas a la distancia (en sintonía con los estudios sobre la visión de Michel Eugéne Chevreul, conocido por sus aportes a la teoría del color con su ley del contraste simultáneo a mediados del siglo XIX), al efecto generado por el pixel que es la menor unidad homogénea en color que forma parte de una imagen digital.
Del archivo íntimo y su público restringido, estas imágenes se hacen públicas destinadas a espectadores con una mirada especializada que identifica procesos y confluencias, relaciones y discusiones en la producción y trayectoria de un artista que sigue demostrando su capacidad de generar obras que aúnan reflexión y belleza.
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La muestra
Fantasmas. Once fotos y un óleo
Galería Diego Obligado, Güemes 2255
Martes a viernes de 16.30 a 20, sábado de 10.30 a 13.
Hasta el 30 de diciembre.
Catálogo digital: https://www.diegoobligado.com/_files/ugd/5fac47_c0417a2ca55c47ef8474dbb460237b14.pdf