UNO
UNO
En ocasiones creo que nada es real en su totalidad y que la historia es dinámica y se transforma de acuerdo a las versiones cambiantes sobre un mismo hecho. Sólo algunas pequeñas cosas subyacen, se sostienen, como para certificar que el perfume de los años aún perdura. Por ello es que antes de hablar de Macoco es bueno pensar que, si bien somos lo que hemos sido, también somos lo que se cuenta de nosotros. Y la vida de Macoco es un gran cuento mechado con algunas muchas verdades.
DOS
Sentados en La Biela, Macoco y Bioy guardan recoleto silencio en el pasar de las horas de los tantos años que acuñan entre ambos. Bioy de sesenta y pico y Macoco cercano a los ochenta. Es primavera y el sol entibia suavemente mientras el whisky se abraza al hielo que lo suaviza. Ya son otros años y no aquellos en que tirar manteca al techo fuera una costumbre de ricos tipos acompañados por bellísimas mujeres de labios rojos. Bioy se sonríe levemente y le pregunta a Macoco acerca del amor. A cuál de todas amaste, Macoco, le dice. Y cita: ¿a Gloria Swanson, a Rita Hayworth, a Claudette Colbert , a Dolores del Río, a Ginger Rogers, a Greta Garbo, a Marlene Dietrich? ¿A cuál de todas, Macoco? El silencio de la tardecita perfuma la reunión. Macoco mueve el cubito de hielo con el dedo índice de su mano derecha y con la mirada fija en el vaso de boca ancha. Y ambos ríen.
TRES
Martín de Álzaga Unzué nació en Mar del Plata en 1901, en cuna de oro, y su padre lo apodó Macoco para el resto de sus días. Su familia deviene de Martín de Álzaga, quien fuera su tatarabuelo; un vasco que llegó a la Argentina a los 11 años, allá por 1876, con una mano atrás y otra adelante, como se suele decir, y amasó una fortuna dedicándose al comercio y vaya uno a saber qué cosas más, siendo fusilado en la plaza de la Victoria por acusárselo de conspirador sin demasiado fundamento. También es bueno recordar que su tío abuelo Martín Gregorio de Álzaga Pérez fue el esposo de Felicitas Guerrero, dama que encarna una de las historias de amor y muerte más apasionantes de la historia argentina. La cuestión es que Macoco, entre la fortuna heredada, las buenas intenciones de algunas tías que lo consentían y esos palacetes propios de la alta sociedad con los pasillos repletos de secretos, se dedicó a la buena vida, a ser un bon vivant, el último playboy de fuste que dieran estas tierras argentinas para conquistar el mundo.
CUATRO
Según se dice, Juan Carlos Cobián se inspiró en Macoco para crear el tango Shusheta, que primeramente fuera instrumental y al que luego le pusiera letra Enrique Cadícamo. Shusheta es una palabra del lunfardo que deviene del italiano sciucetto, nombrando al que bien cuida de su ropa o a alguien elegante. Y que podría aplicarse a petimetre, del francés petit maitre, como para nombrar a un señorito, como para nombrar al mismísimo Macoco: "Yo me acuerdo cuando entonces, al influjo de tus guiyes, te mimaban las minusas, las más papusas de Armenonville. Con tu smoking reluciente y tu pinta de alto rango, eras rey bailando el tango, tenías patente de gigoló".
CINCO
En 1931, junto a John Perona, abre El Morocco, en 154 East 54th Street de Manhattan. Decorado por la pintora polaca de art decó Tamara Lempicka, y con sillones tapizados en piel de cebra exclusivamente lograda en un safari particularmente comandado por Macoco, supo albergar a los más relevantes personajes de aquellos años. Podía verse a Humphrey Bogart compartiendo un martini con Gary Cooper, mientras Truman Capote reía junto a Marlene Dietrich y Marilyn abrazaba a Joe DiMaggio. Y se cuenta que bajo el cielo de estrellas que estaba pintado en el techo, Macoco le enseñó a bailar el tango a Charles Chaplin bajo la mirada atenta de Salvador Dalí. Y se cuenta que entre las palmeras que rodeaban a las mesas, Macoco conoció a Kay Williams, la que sería su segunda mujer y que posteriormente se casara con el mismísimo Clark Gable.
SEIS
Bioy se reclina sobre la silla y rompe el silencio suavemente con esa voz algo rasposa que lo caracterizaba. Mirá que has hecho cosas, Macoco, pero traer a Ginger Rogers para darle el gusto a Perón. Martín de Álzaga, como se lo conocía en Estados Unidos, también se reclina. Su metro ochenta, su pelo engominado impecable, sus ojos celestes, sus perfectos pantalones de hilo azul y su prestancia atlética siguen vigentes en ese hombre que enamoró a las mujeres más hermosas del mundo. Son cosas del pasado, Bioy. Ya poco queda de todo eso, dice Macoco. No mucho más que algunas fotos amarillentas pero dedicadas que tengo en el departamento. Y el silencio vuelve a esa mesa en la que la tarde se va asentando como una memoria que se descubre en la mirada perdida de Macoco. No sé por qué me vino a la mente Bebita Anchorena, mi primera novia. Solíamos vernos en la estancia de mi padre, Santa Clara, en 25 de Mayo o en el campo de mi tía Concepción Unzué Casares. Era realmente hermosa, dice Macoco con la nostalgia que brinda la tarde cálida de ese rincón de Recoleta. Sin embargo, ambos ríen. Ríen una vez más.
SIETE
A los veinte años, empezó a veranear en Biarritz. Tuvo, en Buenos Aires, la primera boutique, donde introdujo los primeros trajes de baño sin piernas y el primer pantalón de mujer. Heredó 5.000 hectáreas de sus padres. Fue boxeador. En 1921 ganó la primera carrera Internacional Montevideo-Punta del Este. Entre 1923 y 1924 integró el equipo oficial Bugatti en las 500 Millas de Indianápolis y hasta obtuvo un triunfo en el Gran Premio de Marsella. Trajo al país los autos más lujosos y las novedades de los coches de carreras. Introdujo los esquíes acuáticos y las primeras lanchas deportivas. Viajaba a París sólo para cenar con Sarah Bernhardt. Fue amante de Carmen Miranda. Fue amigo de Luis Ángel Firpo y se codeó con Gardel.
OCHO
En 1924 pidió la mano de la encantadora señorita Gwendoline Robinson, hija de los marqueses de las Claras, casándose en 1925. El matrimonio duró ocho años y en ese período nació Sally, su única hija, quien muriera a los 84, en 2011. En 1941 contrajo matrimonio, por segunda y última vez, con Kathleen Gretchen "Kay" Williams, una de las modelos y actrices más hermosas de los Estados Unidos. Ese segundo matrimonio duraría apenas un año. Y ya Macoco no cedería a las pompas en la hermosura del amor.
NUEVE
Bioy inclina el cuerpo hacia adelante, se reclina sobre la mesa apoyando los antebrazos. En el momento exacto en que va a preguntarle a Macoco acerca de sus amores, el ruido ensordecedor del motor de un auto hace que las palabras queden flotando en el aire de la tarde. Como en una rara mezcla extraída de la vida de Martín de Álzaga Unzué, los amores y el ruido de los motores se convierten en una sola cosa. Y Bioy comprende que no tiene sentido indagar acerca de las cosas del pasado. O tal vez resulte conveniente recordar aquella vez que en el Maxim's de Paris, Macoco comenzó a tirar manteca al techo intentando hacer puntería en las pinturas de ese cielo. Entonces Bioy se reclina hacia atrás nuevamente y dice: pero Macoco, sólo a vos se te ocurre tirar manteca al techo. Y encima nos dejaste ese dicho para siempre. Ya no son tiempos, Bioy, responde Macoco. Ya no son tiempos.
DIEZ
Martín Macoco de Álzaga Unzué vivió sus últimos años en un modesto departamento de calle Peña al 3100, de Buenos Aires. Sólo algunos detalles del mobiliario dejaban entrever lo que había sido su vida. Perdí dos herencias en tres segundos, que fue lo que le tomó a un escribano certificar el deseo de unas tías que me las quitaron por mis despilfarros y mi vida escandalosa, le comenta, en voz baja y con una sonrisa, Macoco a un Bioy siempre atento. Pero quién nos quita lo bailao, no es cierto Bioy. A mí me gustaría más que nos devuelvan lo bailao, responde Adolfo Bioy Casares mientras Macoco vuelve a hacer girar, con el dedo índice de su mano derecha y para siempre, el escaso hielo que queda dentro del whisky de la tarde en una de las coquetas mesitas de La Biela.