Hay pequeños momentos de la noche en los que el hall de esa facultad queda vacío.
Hay pequeños momentos de la noche en los que el hall de esa facultad queda vacío.
Los empleados de mantenimiento no han hecho todavía el trabajo.
Volantes sin destinatario esperan silenciosos entre las baldosas.
Cada uno espera su turno para ser pasados a retiro por la escoba del amanecer.
Cuando el hall de la facultad volverá a quedar limpio de nuevo.
Hasta que nuevos militantes tomen el relevo en las trincheras existenciales sobre las que hamacan sus vidas.
Para así recomenzar el proceso.
Un obrero se besa con una falsa estudiante
en esa esquina oscura, alejada de las luces con las que el capitalismo tímido de las provincias ilumina sus vitrinas antes de emprender sus viajes hasta las camas en las
que apagan sus pobres pasiones de entresemana.
Ese momento oscuro que ocurre a la noche es el momento más luminoso del día.
El único que realmente importa.
Todas las restantes horas han pasado como un espasmo, una curiosa capa de tiempo que se demora para donarle su sentido a este otro momento: un momento discreto del que casi nadie sabe nada.
Tener una historia es, a veces, saber mantener un secreto. Muchos secretos son tan grandes y tan intensos,
que muchos años después
Ya nadie se acuerda de los nombres de los protagonistas.
Trato de hacer memoria. De entender cómo pasó. Busco una hoja y armo una línea.
Comprender cómo se fueron sucediendo los hechos. Es una línea del tiempo muy subjetiva.
Más que una línea parece un electro.
Hay desniveles, pronunciamientos, puntas más altas, puntas más bajas.
Al nal de una vida el corazón de una persona puede haber latido más de 3500 millones de veces.
Es el año 1996. Entro a la Facultad.
Curso las materias comunes del PAC1
donde los ingresantes se desperezan del nuboso sueño mental que vienen de pasar en los Colegios Secundarios de sus provincias.
Saussure, Levi-Strauss.
Escuchamos por primera vez esos nombres.
Levi-Strauss: “Las tres fuentes de la reexión etnológica”
“El surgimiento de las ciencias sociales”, Eliseo Verón
“La alegoría de la caverna”
“Las tres heridas narcisistas”.
Aparecen Descartes, Kant, Nietzsche, Hegel y El capital.
Y Margaret Mead, Margaret Mead:
“He visto lo que poca gente ha visto nunca. Niños que dicen «mi padre come carne humana, pero yo seré médico»”.
“Todos los que nos criamos antes de la Segunda Guerra Mundial somos pioneros, inmigrantes en el tiempo; hemos dejado atrás nuestros mundos familiares para vivir en condiciones distintas a las que hemos conocido. Nacidos y criados antes de la revolución electrónica, la mayoría de no- sotros no entiende lo que esto signica”.
“El hombre primitivo, en un universo seguro y ordenado, posee una dignidad que nosotros hemos perdido. Es de una sola pieza, tiene pocas dudas y casi ningún azoramiento”.
Nunca sentimos hablar de casi nada de todo eso.
¿Dónde estuvimos?
¿En qué lugar todo ese inmenso universo armado con palabras se mantuvo oculto para nosotros?
¿Dónde pasé yo los primeros 18 años de mi vida? Los pasé en el campo,
En la playa estacionaria de las conciencias
andando a caballo, en bicicleta, pescando, mirando los amaneceres y los atardeceres, escuchando las conversaciones de los peones cuando hablaban de mujeres y de peleas con cuchillo, vino, y de los diferentes tipos de caballos: el alazán, el roano, el tobiano, el colorado, el doradillo, el os- curo, el tordillo, el zaino y los cuento, los enumero uno a
uno a los caballos, como si todavía estuvieran ahí, atados al alambrado que está al costado del boliche San Carlos, Colonia San Martín, sección cuarta.
Los pasé, ahora lo pienso, escrutando las pequeñas variantes de la luz que se producen cuando, a una hora determinada de la tarde, el agonizante sol del día se hunde como un almohadón de plumas en las lagunas.
Esa mezcla espesa templó mi mirada. Esa es mi herramienta psicológica.
La única manera que tengo para tratar de entender la ciudad.
El mío es un método por contraste.
Mirar a la ciudad por contraste: campo vs. ciudad, ciudad vs. campo.
Es el n de siglo
Pero para mí aquella dicotomía del siglo XIX todavía está vigente:
¿civilización o barbarie?
Barbarie y civilización. La civilización siempre está inconclusa.
Es una tarea por hacer.
Llueve. Los albañiles que hacen la civilización hoy no trabajan.
Pero acá, en la ciudad, este método anacrónico armado de luz y de agua no sirve para nada.
Ha quedado como una postal de infancia.
El atardecer es una menstruación de la mente. El amanecer tiñe, como un saco de té, la noche.
Acá todo es cemento y discurso. Hay edicios. Fin de Siglo es el nombre de un bar.
Para saber qué hora es se puede
mirar a los profesores que como una aguja de reloj entran en el paisaje.
Miércoles 19 hs.
María Isabel Barranco entra a dar clases de Literatura Europea al aula 22.
Carlos del Frade diciendo algo de la Facultad de Humanidades por la Radio.
Carlos Ghioldi y un grupo de camaradas ataviados con sobretodos pasan por una de las calles laterales del Condado de Humanidades y se pierden en la noche.
La Conciencia de Clase, la Lucha Obrera, la represión, las fábricas, el Cordobazo, el Rosariazo, el Bogotazo, la Primavera de Praga, la Matanza de Tlatelolco.
Ahora otras tradiciones me embargan. Trato de imaginar cómo son.
Son tradiciones hechas con humo de fábricas y ruidos de trenes.
Los trenes de la historia.
Fin del Siglo XX. Comienzos del Siglo XXI.
La historia por aquellos años todavía está hecha con fotos en blanco y negro.
Hay peones con ropa de Grafa, hay máquinas de ferrocarril.
Pero si hasta por las fotos se ltra el tronar ronco de las locomotoras de la historia, chirriando sobre los rieles mes del capitalismo.
Y hay obreros ferroviarios.
Y hay prensa obrera, panetos, libros usados, poemas. Estamos en 1998.
Hace dos años que estoy en la ciudad pero todavía soy alguien joven.
De mi primer encuentro con la Facultad de Humanidades recuerdo pocas cosas.
Recuerdo, por ejemplo, que todavía era verano.
Y que, en la Facultad, por ejemplo, no había nadie.
(Fragmento del libro publicado por HyA Ediciones y Casagrande)