Para muchos argentinos —acaso, demasiados— Manuel Belgrano es apenas una figurita de álbum. Se lo suele ver como a aquel prócer de mirada melancólica que habita las imágenes convencionales de la iconografía nacional desde siempre. Su figura, sin embargo, tiene matices más complejos que aquellos con los que la revistió la revista Billiken.
Una biografía que está en los puestos más altos de las listas de venta del país en la actualidad —la que escribió el periodista Daniel Balmaceda— vuelve a poner sobre el tapete la tendencia que acaba de describirse: ameno, el texto busca seducir al lector no especializado y tal vez lo logre, pero para hacerlo sin dudas no resultaba necesario prescindir de los que son acaso los aspectos más apasionantes de la herencia intelectual belgraniana.
Balmaceda narra con oficio y se enamora de los rasgos íntimos de la vida del héroe. Quedan así a la vista su altruismo, su valentía, su patriotismo... y también sus gustos culinarios y sus romances, con lujo de detalles. Perfecto, por cierto, para una lectura sin sobresaltos.
En otro libro que no tiene tanto tiempo de publicado, Hernán Brienza corre otra clase de riesgos y expone vetas menos transitadas del legado del creador de la bandera. En el capítulo que le destina, hace hincapié en su pensamiento económico: "Belgrano consideraba que un pueblo debía atender a su mercado interno para crecer, y desarrollar la industria para generar valor agregado y dar trabajo", explica Brienza. Cualquier lector atento sabrá comprender que las semejanzas con el escenario nacional del presente no están situadas, precisamente, en el ámbito de la casualidad.
Las ideas económicas de Belgrano no se caracterizaban por ser confusas: "Es preferible pagar por un artículo dos pesos que quedan en el país, a uno solo que lo abandona", decía el vencedor de la batalla de Salta. O bien: "La importación de las mercancías que impiden el consumo de las del país, o que perjudican el progreso de las manufacturas y de su cultivo, llevan tras de sí, necesariamente, la ruina de una nación".
Sin embargo, son muy pocos quienes están al tanto de tan claras y firmes convicciones en Belgrano. La historiografía tradicional, por supuesto, ha elegido centrar su mirada en aquello que menos incomoda a los poderosos. Y entonces, la imagen del "gran patriota" queda reducida a una manejable caricatura.
Tal vez sea la hora de dar un viraje. Belgrano se lo merece. Los argentinos, también.