La felicidad de un país futbolero como el nuestro por la obtención de la tercera Copa del Mundo valida lo efímero y contundente de la pasión demostrada en los festejos exorbitantes en cada rincón de esta parte del universo.
Todo el país festejó la obtención del Mundial de Qatar.
La felicidad de un país futbolero como el nuestro por la obtención de la tercera Copa del Mundo valida lo efímero y contundente de la pasión demostrada en los festejos exorbitantes en cada rincón de esta parte del universo.
Esa felicidad, que emularía una unión, es tan veraz como ilusoria. Si esa emoción, esa fuerza grupal, que se desprende de un grupo de personas con valores, con orden interno, con disciplina, con solidaridad, que lograron un objetivo, pudiera replicarse en la vida política y social de estas tierras representaría un puente majestuoso hacia una existencia optima de ser vivida.
Pero no será así. No habrá chance de un intercambio responsable de ideas y programas integrales. Se ha cavado una gran zanja de odio y desprecio hacia el otro diferente, que es tan abismal como desgarrador.
La alegría al fin durara lo que dure la paciencia frente a una realidad apabullante y altamente desigual. Y los festejos no son todos iguales.
La alegría del pueblo estará atravesada por las diferencias que nos hacen un país desequilibrado, caótico, inseguro. Solo ramalazos de felicidad, tan propia como ajena. Tan real como abstracta.
Osvaldo Marrochi