Pocas veces un cuento clásico destinado a las infancias aparece como poco recomendable para los menores. Es que Guillermo del Toro es un realizador tan genial como arriesgado (quizá de allí venga su genialidad), y en esta versión 2022 del derrotero del muñeco de madera y su vínculo con Gepetto tiró toda la carne al asador. Porque aquí fue bien lejos de aquel divertido dibujito animado que popularizó Walt Disney en 1940, e incluso tampoco se acercó a cierto romanticismo y realismo mágico pincelado en la ganadora del Oscar “La forma del agua”. Nada de eso, aquí se puede ver la esencia del mismo director que hizo “El espinazo del diablo” y “El laberinto del fauno”, en lo que respecta a que en ningún momento regatea crudeza. “Pinocho” es una historia plagada de tragedias, pero no porque a Del Toro le guste regodearse en las situaciones dramáticas, sino porque el cineasta mexicano eligió hablar sobre la finitud de la vida, nada más real que eso. El trabaja sobre las certezas y la única certeza que tenemos los seres vivos es la muerte. Claro que él lo hace tomando como disparador un cuento infantil. ¿Polémico?¿Demasiado duro para que lo vea un nenito o una niña de 9 años? Quizá, pero aquí radica el talento de Del Toro. Porque pese a lanzarse a una cruzada difícil sobre un relato archiconocido, le escapa al lugar común que tuvo la versión de “PInocho” protagonizada por Tom Hanks en Disney y se anima a reflexionar sobre las pérdidas, la codicia desmedida y, lo mejor, se burla de las desalmadas políticas facistas (citando al “Duce” Benito Mussolini, con nombre y apellido) y levanta las banderas de la amistad, el amor y la solidaridad. ¿Todo eso en una sola historia supuestamente para chicos? Sí, claro, Del Toro lo hizo. La película empieza con la idílica relación de Gepetto y su hijo Carlo, a quienes la vida les sonríe hasta que un avión de guerra lanza una bomba en el lugar equivocado y el niño muere dentro de la iglesia donde Gepetto estaba terminando de hacer el Cristo colgado en la cruz. Todas las metáforas se cruzan en esa escena y estamos ante la primera tragedia, apenas en el amanecer de la historia, siempre narrada desde la voz de Sebastián Grillo, que aquí no será Pepe. Gepetto creará un muñeco de madera al que llamará Pinocho, y un ser celestial le dará vida para compensar el dolor del carpintero más querido del pequeño pueblo italiano. Pinocho es rebelde y traerá problemas, primero será rechazado por los nazis por ser distinto, pero al descubrir que es inmortal será elegido para incorporarse a las milicias juveniles. La iglesia también le dará la espalda y el muñeco se preguntará “¿por qué quieren tanto a ese hombre de la cruz si también es de madera como yo?” Pinocho se va de casa tentado por el dueño de un circo que lo tienta para ser famoso y en medio de una función se mofa de Mussolini y lo matan. Pero él hizo un pacto para morir y renacer. Y tendrá situaciones límite, como cuando se lo traga una ballena, en la icónica escena del cuento original. El final vuelve a poner en primer plano las pérdidas de los seres queridos, pero desde otro lugar. “El amor duele”, dice Grillo. Y aquí, hablando de la muerte, paradójicamente Guillermo del Toro hace una película que es un canto a la vida.