En lo que va del 2022 acarrea la publicidad del banco HSBC, y rodó las películas “Un crimen argentino”, con Darío Grandinetti, basada en la novela de Reynaldo Sietecase, y “El Método Tangalanga”, de Mateo Bendesky, con Martín Piroyansky. Está grabando la serie “Té para seis”, de Diego Kaplan, con Nicolás Furtado y Delfina Chávez (HBO), y lleva en preparación un papel para la serie “Maternidark”, dirigida por la también rosarina Romina Tamburello (TV Pública). En teatro, que se desarrolla en Rosario, actualmente protagoniza como actor en “Vestuario de hombres” y “El arbolito rojo”, de Rody Bertol, y dirige la obra “Heroínas”, del grupo Rosario Imagina. Además de hacer funciones por toda la provincia con la obra “Malvinas”
También es docente. Durante la pandemia, mediante una pantalla brindó clases a más de 200 alumnos. Este año, de manera presencial, los lunes y los martes junto a Carolina Torres enseña su arte en el quinto piso de Sala Lavardén. Situación Nemirovsky docente: Les pide a los concurrentes que caminen todo el salón. Que relajen el cuerpo. Pero en particular, aclara, van a trabajar la voz.
El está parado solo en el medio de la marea de personas y los dirige mientras van hablando y caminando solos mirando a cualquier lado, vomitando palabras con voces agudas. Perecen locos, o un jardín de infantes. Algunos miran una pared, otros se creen autos, otras hablan con cuerpos invisibles.
“Parecen locos o niños”, le digo. Se ríe, seguramente de mi ignorancia, y contesta que hay “hay alumnos muy buenos, que se meten mucho en el personaje”. Ahora pasan a las voces graves. Nemirovsky se divierte, se ríe. Les dice que “no importa lo que digan, puede ser la lista del súper, lo que importa es que larguen la voz”. Son niños jugando.
lobista.jpg
Rosarinos. Darío Grandinetti y Juan Nemirovsky en "El lobista".
—¿Cuánto es un juego la actuación?
—Flota la idea del juego en la actuación, como un reflejo de ese instinto infantil. Como un niño está convencido de que hay un monstruo en el placard o que es un cowboy, en la medida que nosotros los actores tengamos mayor convencimiento sobre la circunstancia no real que tenemos que abordar como ficción, hay posibilidades de una actuación más lograda. Pero eso es un modo, también hay actores extremadamente técnicos, infinitas formas de abordar la actuación. Y a eso también se le agrega que hay una exigencia, una presión y una responsabilidad para con el trabajo, que también lo modifica en relación a esa idea tan inocente y genuina de jugar como cuando uno es un chico. En ese contexto, ahora les pide a los alumnos que reciban estímulos. Entonces mientras caminan y hablan grave o agudo, se pellizcan, se empujan, se arrastran por los pies, se acarician o se hacen cosquillas.
—¿Cuánto de esto después se aplica?
—Todas las herramientas que se trabajan en instancias de entrenamiento o de taller, son aplicables después. Pero con la deferencia de que habría que olvidarlas. Uno tiene que construir y componer algo que no es propio, un cuerpo que no es propio, un modo de hablar que tampoco lo es, está a propósito modificando su voz, pero para después a todo ese trabajo previo, a partir de ensayarlo, olvidarlo, para que se convierta y aparezca orgánico, real y fluido.
A medida que su relato avanza, es difícil discernir cuando no está actuando. Incluso confiesa que puede llorar cuando quiere, con una técnica que no revela. No le creo, entonces me juega una apuesta. En segundos llora, tengo que pagar 500 pesos, y me siento un gil robado. Mi consuelo de tonto es que me cuenta que eso mismo hace con otros actores y actrices.
El día de Juan Nemirovsky está ciento por ciento dedicado a su profesión, con la excepción de cuando cuida a su padre, o va a jugar a la pelota, cosa que cada vez hace menos. “El día se dirime entre reuniones con directores, con elencos, funciones en escuelas, castings y muchos ensayos de las obras en las que estoy participando”, enumera.
—¿El trabajo vinculado a la actuación es un laburo alienado en el que pensás todo el tiempo?
—Lo que es específicamente actuar, sí. Pero igual más allá de que para mí se haya convertido en una rutina, no me siento alienado. Estás en un kiosco y pensás “para tal personaje voy a probar esta forma de mirar”. O miro a un tipo por la calle y digo “qué interesante como lleva los hombros, se lo voy a copiar para lo que estoy preparando”. Pero después me parece que lo que más te ocupa la cabeza en el territorio en el que vivimos, es lo que rodea la actuación. El flyer, la producción, la estrategia para convocar gente. Eso te estresa más y te ocupa más tiempo, porque nosotros somos polirubro, estamos dentro del escenario, pero también sostenemos los espectáculos desde afuera. No existe la figura del productor.
78441721.jpg
REFERENTE. Nemirovsky con Rody Bertol, del grupo Rosario Imagina.
—¿A qué te referís cuando decís que actuar se transformó en una rutina?
—En mi caso la rutina es súper positiva, porque soy consciente del privilegio que tengo al poder vivir de esto, con la dificultad que conlleva. Entonces, pensar que mi día a día es mañana una jornada de rodaje de una serie, pasado una función y un ensayo, y todos los días cosas ligadas o al teatro, al cine o a la publicidad, es un privilegio que todavía tengo demasiado naturalizado.
—¿Te genera una carga estar expuesto a nivel nacional, cuando no es el patrón para actores y actrices que trabajan en la ciudad? Piensan que sos mainstream, y sin embargo venís de llevar escaleras para la puesta de luces de una obra.
—Supongo que el grado de culpa que me genera es que lo que te devuelve la gente, que a partir de haber estado en lugares muy visibles, tiene la idea de que sos mejor o de que tenés mucha plata. Y yo, que paso mi vida rodeado de actores y actrices, soy completamente consciente de que soy un actor más, con un abanico como cualquier otro, limitado de cosas que puedo hacer bien y cosas que no. Y rodeado de actores y actrices que admiro y considero mejores, pero que accedieron en menor medida que yo al ámbito de la publicidad, del cine y de la televisión. Entonces ahí es donde funciona cierta culpa de pensar cuántos buenos hay solapados en el teatro independiente, con una determinación total por la profesión, pero obstaculizados por las limitaciones de una industria siempre frágil.
—Entonces, ¿por qué vos sí y otros no?
—Creo que tuve mucha determinación, estuve dispuesto a postergar vínculos, vida y tiempo por estar en un ensayo. Y después, estuve muchas veces en el momento y lugar correcto, gran parte de suerte y gran parte de entender el rol del actor en un rodaje, en una publicidad. Entender que una parte de lo que se me genera tiene que ver con lo que yo puedo hacer bien como actor. Y hay otra parte que tiene que ver con ser accesible y sencillo para trabajar.
—Sin embargo, resignás. Porque tenés oportunidades para más trabajos nacionales, pero preferís hacer teatro independiente en Rosario. ¿Por qué?
—Me parece que hay algo de lo humano que se pone en juego en los procesos teatrales que mientras que no sea extremadamente nocivo para mi economía, lo voy a tratar de seguir sosteniendo. Además, uno planea el año o el día en relación a lo teatral que es un poco más largo. Y después lo audiovisual viene de golpe y te rompe toda la estructura. En todo caso, es cuestión de dejar márgenes para cuando aparece y tener el tiempo, o resignar un poco esa vida audiovisual y quedarse con la teatral. Por otro lado, la experiencia teatral porteña me interesaría, pero evidentemente, tal vez por mi condición de melancólico y hasta de cierta cobardía, siento mucho confort en Rosario. En la manera de vincularme con las personas, pero también siento que el lugar que me tocó me permite hacer un aporte a la cultura rosarina, aprovechar ese lugar de visibilidad y reconocimiento para empezar a ponerlo en el lugar donde elijo vivir. Me da la sensación de que Rosario está siempre a punto de ebullición, que a mí me dan muchas ganas que suceda, que se empiece a mirar a sí mismo, que se la empiece a creer un poco más.
—¿Pero eso no lo escuchamos hace 30 años seguidos?
—Sí, porque hace 30 años que tenemos esa problemática. Pero igual, a pasos pequeños va sucediendo. Creo que hace 10 años atrás veían teatro solamente quienes hacían teatro. Y hoy hay un potencial público latente que va al teatro independiente rosarino. Todavía es chico, pero hay señales de que vale la pena hacerlo seguir creciendo.
—Tu exposición como actor también te llevó a tener vínculos con políticas culturales, en el sentido de que varios espacios partidarios te convocan para que asesores o programes. ¿Qué lectura hacés sobre las políticas culturales tanto locales como provinciales?
—Personalmente lo vivo como decía antes, gano un lugar, meto teatro, tratando de generar laburo a compañeros actores y actrices. De parte de los espacios vinculados a partidos políticos o Estado, creo que hay buena predisposición para que se mueva la cultura, pero siempre son escasas las políticas culturales que tenemos y falta un mayor reconocimiento a los artistas locales, en el sentido de que todavía estamos muy atados al resultado en términos de espectadores. Hace falta un laburo previo de poner a disposición herramientas que hagan que esos productos funcionen, seducción del público. Por otro lado, hemos perdido muchos centros culturales en la ciudad y se han sostenido paradójicamente sólo los lugares partidarios.
—¿Pero eso no genera una relación tóxica?
—Es una problemática que los únicos espacios culturales que están sostenidos fuertemente en la ciudad sean partidarios. Aunque como decía antes, creo que esos lugares tienen buena predisposición a que los productos culturales de la ciudad se programen, pero no tienen todavía buenas estrategias para seducir espectadores y visibilizar esos espectáculos. Pero tampoco nosotros somos ajenos a eso, en parte también tenemos responsabilidad sobre eso, porque muchas veces nosotros no nos sabemos vender, hacemos escasa publicidad o un flyer horrible.
—Además, entiendo que para construir una identidad cultural no debiera ser solamente con lugares partidarios.
—No, claro. Debería haber todo. Espacios partidarios, que bienvenidos que existan y funcionen bien, y espacios privados, que es nuestra pata más débil. Pero mientras tanto, nos dan los lugares, pero no nos terminan de dar las herramientas para que nosotros funcionemos de la mejor manera en esos lugares. En todo caso, el problema de haber estatizado la cultura y haber dependido tanto la programación cultural del Estado, es que hay poca gestión privada. Así y todo, igual siento que aunque nos produzcamos de manera privada o que vayamos a lugares partidarios, en ambas partes siempre estamos muy precarios en términos de distribución, explotación y visibilización de nuestros productos. O sea, todavía no nos conocen. El trabajador de a pie que pasa por acá no está anoticiado de que existe un teatro y artistas, cine, publicidad y música rosarina.