La dupla de directores y autores Mariano Cohn y Gastón Duprat sabe perfectamente cómo hacer foco en el snobismo de la clase alta porteña. Lo hicieron de una manera sublime al pintar especialmente a los intelectuales y a los artistas en filmes como “El artista”, “El hombre de al lado”, “El ciudadano ilustre” y “Competencia oficial”. Y ahora, con “El encargado”, la serie de once capítulos emitida en Star +, echan una voraz crítica a la superficialidad de los propietarios de un edificio cheto de un barrio porteño para contraponerlo al destino de un laburante, con treinta años de antigüedad, que le dedicó su vida a ser el mejor portero. Se trata del tan querido y también odiado Eliseo, según quien corresponda, interpretado por un actor como Guillermo Francella, alguien que, como él mismo se autodefine, disfruta de “tocar varias cuerdas cuando le toca actuar”. Eliseo es el tipo que está disponible cuando se rompe el inodoro de un departamento, cuando se corta la luz y hay que acomodar el auto en la cochera y no se va a dormir hasta que no sube “el último pasajero al barco”, o sea, hasta que todos los integrantes de las 17 familias de los departamentos no vuelven a dormir a su hogar. Algo que da seguridad, claro, pero también un control casi policial sobre la intimidad. Pero Eliseo es un encargado bastante particular, es tan simpático y agradable como corrupto y mentiroso. Parece el empleado perfecto para los Servicios de Inteligencia en época de Dictadura. Pero estamos en 2022, y todo parece estar bien, hasta que el presidente del consorcio, el doctor Zambrano (impecable composición del villano realizada por Gabriel “Puma” Goity), se le ocurre lanzar el proyecto de hacer una pileta en la terraza, para lo cual habrá que tirar abajo la casa donde vive Eliseo y , de paso, echarlo de la forma más elegantemente posible. Para eso el consorcio deberá dar la mayoría. Es aquí cuando Eliseo comienza a urdir un plan para buscar aliados y es en ese momento que aparece el pulso de Cohn-Duprat. Porque van a lograr que ese encargado, a través de la máscara de Francella, sea el héroe y el villano, y que esa ambigüedad quede expuesta en el marco de un hombre de una soledad extrema, que miente para pasarla bien, y que sabe ayudar pero también hacer daño si sus intereses están de por medio. Una mirada a las grietas de la sociedad, que linkea perfecto con “El hombre de al lado”, y que en once capítulos de 25 minutos atrapa desde el principio al fin. Para verla y también para vernos.