Con una carga emocional más pronunciada, producto de la larga espera mutua, Abel Pintos y su público se reencontraron en Rosario en los shows del Anfiteatro, en el marco de su gira “Quiero cantar”, que continuó anoche y sigue hoy y mañana, en una seguidilla de cinco conciertos. En el recital del domingo, que tuvo como soporte al líder de Patagonia Revelde Franz Funes junto a Maxi Aguirre en un set acústico, se observó un público diverso compuesto por “la familia” que supo construir en torno a su derrotero artístico. A la gente le costó restringir sus movimientos respetando las burbujas, aunque el armado del repertorio y la intensidad aplicada contribuyeron enormemente para el disfrute con la nueva modalidad.
Fueron dos horas de concierto, con una lista de casi treinta temas que se inició con “Cómo te extraño”. Entró yendo al centro del escenario, solo con su guitarra y mientras la banda se acomodaba, dijo firme una letra que en estos tiempos cobra un significado más que especial y en la mitad del tema hizo silencio para que el público también manifieste la agradable sensación del reencuentro.
“Buenas noches Rosario, muchas gracias!”, saludó. Luego del tercer tema, se reservó minutos para contextualizar y compartir sus sensaciones al volver a girar: “La emoción me surge desde el ingreso a camarines y nos cubre y nos abraza por muchos motivos: estar en esta ciudad, cantar en este anfiteatro, volver a estar de gira”.
Abel pidió no quitarse el barbijo. “Si lo tienen puesto, se los escucha igual cuando cantan”, advirtió. “Habrá una canción tras otra, como cachetada de loco, así cantamos la mayor cantidad de canciones posibles en el tiempo asignado”, anticipó, alertando que por protocolos esta vez no se realizaría el ritual de los bises.
El baterista rosarino “Colo” Belmonte marcó el pulso con el bombo en “Cactus” y Ariel Pintos también recibió un cálido saludo del público después de su desempeño en “Flores en el río”, a dúo con su hermano. La temperatura, la humedad y los mosquitos conspiraban y temprano se quitó el saco, se hidrató y se secó el sudor ya acumulado. El cantante redujo los desplazamientos en el escenario, de pie o sentado en su banqueta, transitó casi todo el show ubicado en su sitio.
Dejó el sombrero, se arremangó la camisa y, más cómodo, cantó “Oncemil”. Más adelante, llegaría también “Y la hice llorar”, el hit grabado con Los Angeles Azules, una obra que no está muy cerca de su calidad autoral, pero que ya está incorporada a su repertorio.
Algunas de las canciones tuvieron un tratamiento más acústico que en las versiones originales, lo cual multiplicó la comunicación. Además, sabe que el público queda cautivo desde el inicio, no necesita ningún recurso artificial para lograrlo. La contundencia de las canciones lo relaja y le permite la informalidad que aplica a su performance.
Una de sus tantas virtudes es su capacidad para fabricar climas y manejar los silencios. Interpretó vocal y corporalmente la muy solicitada “Mariposa”, con menor volumen y perfecta dicción y afinación. Con similar tono intimista ofreció “Mi ángel”, en dúo con el pianista Freddy Hernández. Regresó la banda, enganchó “Sin principio ni final” y allí el dueto fue con la gente. En el final del tema, fue Pintos quien aplaudió al público.
En el “Mundo Pintos”, las dedicatorias y los sucesos que inspiran las canciones son relevantes. De su interior más íntimo surge gran parte de su obra. La rítmica se disparó, también su danza, en “El hechizo”. “Piedra libre”, una de las creadas en pandemia, esperando la llegada de su hijo Agustín, tuvo un final de canto colectivo.
Reflexivo, autorreferencial, transparente. En sus letras comparte su historia y expone sus sentimientos y pensamientos. La versión de “Quiero cantar” tuvo un arreglo demasiado cargado en lo instrumental que “escondió” un discurso que lo define. “Lo que soy” también está en esa línea, por eso se acercó a la gente todo lo posible para cantar este tema donde muestra claramente sus convicciones.
Hubo espacio para un guiño a sus orígenes. Rescató la zamba “Solo” y versionó las chacareras “La flor azul” y “Una flor y una cruz”. Antes de encarar la última parte, presentó a los músicos. “La música nos atraviesa y nos completa. Para mí y mis compañeros, es un idioma.”, remarcó. Después, en “Asuntos pendientes”, dejó la escena para que los músicos improvisen y se luzcan.
Con pasos de danza peruana, incluyó “El alcatraz”, curiosamente sin acompañamiento de cajón peruano (lo tenía ubicado a centímetros). A continuación, retomó el folclore argentino y enganchó fragmentos de las zambas “El beso” y “Quisiera”.
Con “Pájaro cantor” se instaló en su presente estético, más cercano al pop, con una nueva versión, más aguerrida y sanguínea. Luego profundizó la química con la gente en “Motivos”, estirando el tema para prolongar la comunicación.
Después de “Revolución”, presentó a los técnicos y comenzó a despedirse. “Gracias de corazón por acompañarnos, recibirnos y contenernos”, dijo sincero. “En este tiempo tan extraño, la energía guardada y contenida que ustedes nos brindaron nos ayuda muchísimo”, agregó.
“A-Dios”, la última, tuvo dos interpretaciones: una con la banda y otra a capella. El final, más que cantado, fue susurrado, ante un silencio absoluto que luego se transformó en un estallido conmovedor.