El mundo salvaje
"Acá no tenemos animales salvajes, ni osos ni lobos, nada. Por ahí, si tienen suerte podemos ver a un zorrito, pero es difícil, se escapan de la gente, como si supieran lo que les puede pasar", explica tranquilizadora Mara López, la joven de ojos vivaces que guía la recorrida por el bosque que rodea al hotel cinco estrellas donde se alojó el protagonista de "Titanic" cuando vino al fin del mundo a rodar la película que le valió un Oscar.
El paseo es liviano, sin grandes dificultades, ni siquiera cuando los senderos están cubiertos de nieve. La arboleda es majestuosa, la pendiente apenas se siente y el turbal, donde los árboles mueren de pie, se impone como una presencia sobrecogedora. La recompensa está al final, en lo alto del cerro, donde se toma real dimensión de la belleza del paisaje.
No hay que esforzarse para tener la mejor vista de la ciudad, de 360 grados, con sus casas de techos a dos aguas, sus calles trazadas con esmero y los muelles del puerto, y de su cerco protector, las montañas, la cadena del Martial y su glaciar y los montes Olivia y Cinco Hermanos, que emerge como una garra amenazante desde lo profundo de la tierra.
Qué difícil es emprender el regreso, la cámara quiere inmortalizar el momento, pero es inútil, ninguna foto, por agudo que sea su punto de vista, va a tener el poder de la revelación de las palabras del pequeño Hawk: ni los vientos huracanados de la venganza van a echar por tierra a los hombres de buena madera, de eso habla "El renacido" y también el bosque, que es un susurro que sólo entienden los que se animan a la aventura de la naturaleza.
Juego de tronos
Desde los amplios ventanales del bar del hotel, la luz del atardecer se diluye en las aguas oscuras del Canal de Beagle. Una nevada tenue pero obstinada tiende un velo blanco sobre un paisaje tan encantador como ominoso. "Se acerca el invierno", una reflexión inevitable si, mientras se pierde la vista en el horizonte, en el regazo descansa "Juego de tronos", ese baño de sangre con fachada de novela que forjó a hielo y fuego George R. R. Martin.
Hay que apurar el trago, salir con tiempo, para ver a los castores hay que llegar con luz de día a su reino, que está más allá de los cerros, lejos de las luces de la ciudad, en el corazón profundo del bosque. En el camino, la incansable ruta 3, hay una parada obligada en el Paso Garibaldi, un poco de historia de los pioneros y una vista panorámica inmejorable del valle nevado, pero no hay que demorarse, con las sombras la arboleda es traicionera.
De pronto, la 4x4 abandona la comodidad de la carretera y se interna en la espesura, el sendero es de tierra, o mejor, de barro espeso, y serpentea entre los troncos de los árboles que se elevan al cielo con desesperación. El piso está duro pero la huella es profunda, terca, quiere que se haga su voluntad y está empecinada en lograrlo; el chofer, también; se aferra al volante y, mientras doma el camino, sonríe ante la cara de susto de sus pasajeros.
"Sujétense bien y agárrense fuerte que la voy a poner a 75 grados; si alguien se quiere bajar hágalo, de acá se puede seguir a pie", se agranda Walter Rivero, que maneja la camioneta Land Rover Defenders como si fuera un karting del Italpark. Lo dice y muestra los dientes, confiado, seguro de que lo que se viene es bravo pero sin riesgo. Un sacudón y después otro y otro más, la ventanilla queda al ras del piso y la adrenalina escala hasta el cielo.
Asesinos por naturaleza
Las viejas rutas fueguinas son un laberinto de curvas y contracurvas al que sólo los lugareños se le atreven. Ahí, donde los arroyos se envalentonan con las aguas del deshielo, es el territorio de los castores, donde construyen sus diques, forman lagos donde no debería haberlos y ahogan impiadosamente la foresta dejando a su paso cementerios de troncos quebrados y maderas resecas y podridas. Lo hacen sin culpa, es su naturaleza.
Son asesinos, sí, también grandes arquitectos, verlos trabajar, que es tan difícil como dar con los cinco grandes en la sabana africana, es asombroso, la disciplina, la voluntad, el tesón con que construyen sus madrigueras es envidiable. Pero la excursión sigue, ahora sí a pie y linterna en mano. En la noche cerrada, hay que esforzarse para no perderle pisada al guía que camina sobre la nieve cada vez más espesa dando largas zancadas.
Al final, como siempre, está el premio. En el refugio a la vera del Lago Escondido, a la luz de las velas, espera un banquete digno de un rey, un asado generoso que a Walter, que imita a Francis Mallman con la precisión de Martín Bossi, le gusta calificar de "gourmet", aunque no es más, ni menos, que carne a las brasas, a punto y condimentada con brío, bien a la usanza patagónica. Y un vigoroso Malbec, que ayuda a reponer energías.
Navegar es preciso
Para el último desafío hay que estar entero. A primera hora de la mañana se parte rumbo a la Bahía Lapataia para remontar el río en canoa hasta el Parque Nacional Tierra del Fuego. Para los que están acostumbrados a remar con sudestada en el Paraná la travesía es un paseo, pero para los porteños, que con suerte alguna vez salieron a pedalear en los cisnes de los lagos de Palermo, es una aventura digna de ser contada a los nietos.
Antes que nada hay que enfundarse en unos mamelucos de neopreno enormes, pesados, incómodos, pero indispensables cuando un remero inexperto, en vez de empujar, golpea la superficie del agua con la pala del remo y, claro, salpica a todos. Después, subir en las canoas, ya no de madera y debidamente calafateadas sino de PVC, como un gomón pero con la proa en punta, como una piragua india. Y dejarse llevar por la corriente.
El parque es inmenso, 68.909 hectáreas de naturaleza virgen que, en temporada alta, están tan congestionadas como Times Square en Año Nuevo, sobre todo en los puntos de encuentro de las excursiones turísticas. Pero basta internarse un poco tierra adentro por alguno de los senderos de trekking para sentir esa paz única que se respira en el extremo más austral de la Patagonia, con el mar de un lado y la cordillera de Los Andes del otro.
Ana Díaz Petrazzini no para de hablar, se entusiasma con la geografía, que explica con un mapa de escuela primaria, plastificado con esmero, y también con los yamaná, los primeros habitantes del lugar, y los enormes cúmulos con los restos de la pesca que abandonaron en la costa, allá lejos y hace tiempo. Es guía turística y una apasionada, viajó en moto de Ushuaia al Chaco para reunir fondos para la obra solidaria de su querida Madre Alcira.
No lo dice, pero basta googlear su nombre para que salte la historia. Pero eso en ese momento y en ese lugar importa poco y nada, tan poco como el extraño giro de la cordillera que desorienta a todos, lo único que importa es el viento helado que cala hasta los huesos y que Ana parece no sentir. "¿Podemos ir al micro?", pregunta tímidamente un joven de piel blanca y barba hipster que no para de temblar. Y así, sin más, termina el cuento.
Un lugar en el mundo
Dentro de la reserva natural del cerro Alarkén se emplaza el hotel Arakur Ushuaia, muy cerca de la cumbre, en un balcón natural a 250 metros sobre el nivel del mar. Está en el corazón de una propiedad de 100 hectáreas de bosques fueguinos que alberga diversas especies de flora y fauna, celosamente cuidadas, y ofrece un equilibrio justo entre serenidad y aventura.
Con una vista privilegiada de la ciudad y del Canal de Beagle, su ubicación es estratégica, por su cercanía con los muelles del puerto, el aeropuerto y el centro de ski Cerro Castor. Fue diseñado por los arquitectos Rubén Cherny y Augusto Penedo con un especial cuidado del medio ambiente y de los recursos naturales. En el lobby, el restaurante y el bar los amplios ventanales regalan magníficas vistas de Tierra del Fuego.
Con más de 100 habitaciones y suites, combina el estilo patagónico con la sofisticada elegancia de los alojamientos de primer nivel internacional. Sus habitaciones son inteligentes, con un sistema de domótica desde el que se pueden controlar la iluminación, programar el despertador y la apertura automática de las cortinas. Para los momentos de descanso, ofrece un área de piscinas de 200 metros cuadrados con un espejo de agua interior/exterior, con borde infinity y música subacuática.
Es, sin dudas, el lugar elegido por las celebridades que llegan hasta el fin del mundo, como les gusta llamar por aquí a Ushuaia. No sólo Leonardo DiCaprio se alojó en el hotel cuando llegó para filmar las escenas finales del "El renacido" sino que también lo hicieron Donald Trump y Bill Gates.
Alojamiento
Arakur Ushuaia Resort & Spa, Miembro de The Leadling Hotels of The World
Habitación Doble Standard Tarifa desde $1.266 por noche por persona con desayuno buffet, wifi, acceso al spa y gimnasio, caminatas por la Reserva Natural Cerro Alarkén y shuttle al centro de Ushuaia.
www.arakur.com
[email protected]
(2901) 44 2901 - (11) 4781 4777
Como llegar
LAN líneas aéreas Vuelos a Ushuaia desde Buenos Aires, desde $2.693 12 cuotas de $225. Una frecuencia diaria.
Ventas y Consultas
LAN 0810-9999-526
www.lan.com