Mirá con atención, en el fondo, bien atrás, arriba del hombro derecho, un poquito más allá del lago, entre los árboles, tenés que verlo, los tejados rojos, las paredes claras, los huecos pequeños de las ventanas, ojos negros que miran más allá. Está ahí, entre las fotos del viaje de estudios, sí, la que el guía, ¿te acordás?, insistió con que nos sacáramos en un lugar que él llamaba con orgullo "el punto panorámico", cuando lo único que queríamos era seguir durmiendo. La tenés que tener, todos la tienen, ése el Llao Llao.
Lo que se ve, aunque entrecierres los ojos, aunque fuerces la vista, es un edificio señorial, macizo, que a la distancia, con la cordillera plateada recortándose sobre el cielo azul, evoca los castillos de "Game of Thrones", pero nada que ver, el Llao no es una ciudadela fortificada asediada por dragones o "white walkers", es una construcción delicada, de estilo canadiense, edificada con troncos de ciprés y tejuelas de alerce, señorial, imponente, que desde lo alto de una colina, vigila las aguas claras del lago Nahuel Huapi.
Por qué hay que ir: Porque es uno de los mejores hoteles del mundo, integra la elite de The Leading Hotels of the World y lo merece, es un sueño, un ícono de Bariloche que vale la pena conocer, por su pasado, que asoma en una colección de fotos amarillentas que cuelgan de la pared de la escalera principal del edificio más añoso del complejo, y por su enclave privilegiado y cada detalle de la arquitectura, la gastronomía -la carta del restó Los Césares la firma el diablo-, el ambiente, cálido y familiar y su toque de distinción.
Para que sepas: Es un pedazo de la historia argentina. Se inauguró en 1940, en base al diseño de Alejandro Bustillo, autor también del Casino de Mar del Plata, un año antes un incendio devastó el hotel y obligó a su reconstrucción, que se hizo en tiempo récord. Es el alojamiento elegido por los ricos y famosos que llegan al país tentados por la patagonia, también de los presidentes de los países más poderosos del mundo, en sus cuartos durmieron Eisenhower, Clinton, Jimmy Carter, el chino Hu Jinato y recientemente Obama.
Lo que importa: Tiene dos secciones, una histórica, el Ala Bustillo, que mira al campo de golf y al embarcadero de Puerto Pañuelo y le dio su reputación de "gand hôtele de montagne", y una moderna, el Ala Moreno, abierta en 2007, que ofrece una vista franca del Cerro Tronador. En ambas, la decoración, maderas nobles, alfombras de tonos apagados y ventanales amplios, da un ambiente cálido que, en invierno, ése que siempre está por llegar, para los heroicos caballeros de la Casa Stark, resulta irresistiblemente acogedor.
Cuándo hay que ir: Bariloche, y el Llao, son un encanto todo el año, pero en otoño son los colores, el ambiente bucólico y, sobre todo, las tardes largas, tibias y soleadas son una invitación a la quietud y el silencio. Desde el Winter Garden, con una taza de chocolate caliente entre las manos, mirar las pinceladas de ocres, rojos, naranjas y amarillos que tiñen las copas de los álamos, ñires y lengas que pueblan las laderas de las montañas es una experiencia única. La cordillera en estado natural. Un paisaje majestuoso.
Qué hay que hacer: No todo es relax y contemplación en la Bariloche otoñal. Mal que les pese a los amantes de la nieve y los deportes de invierno, cuando el Catedral muestra los dientes, los picos desnudos, garras que se clavan en las nubes, desgarrándolas, hay mucho por hacer que no es esquiar: trekking en senderos salvajes que serpentean entre los cerros, arquería, kayak en las aguas mansas del Lago Moreno y, para los corazones valientes, rappel, en las paredes escarpadas que caen a plomo del mirador Bajo Tristeza.
La cruda realidad: Hay que ser intrépido de verdad para abandonar la calidez de los salones, decirle "no" a su legendaria tabla de ahumados o a las empanaditas de trucha y masa de limas que sirven en el restaurante Patagonia y calzarse la ropa de deportes y salir al sol. No duden en hacerlo, el aire libre vale la pena. A la vuelta, con los músculos cansados y anécdotas saltando a borbotones, se disfruta más y mejor de las delicatessen erigieron a la gastronomía del Llao como la más exquisita y refinada del sur argentino.
Lo que no puede faltar: Así como la foto del "punto panorámico" no hay turista que haya llegado a Bariloche que no haya disfrutado, o soñado con disfrutar, el tradicional "Té Llao Llao". En la galería vidriada del Winter Garden se sirve este fantástico buffet de tortas, tarteletas de frutos rojos, muffins, brioches, bownies, sandwiches de salmón aumando o jamón crudo y pan de nueces. Imperdible el blend de té "Llao Llao", con ese toque mágico de frutos rojos, que firma la prestigiosa sommelier Inés Bretón y es un camino de ida.
Entrelíneas: Cuando caen las sombras y el viento sacude las ramas de los árboles que bordean el campo de golf, el hotel dibuja en el cielo una silueta sombría. Los pasillos interiores, con pisos de madera alfombrados con esmero, recuerdan al filme "The Shinning", de Stanely Kubrick y a la mirada alienada de Jack Nicholson. Lo curioso es que, en el cuarto piso del Ala Bustillo, tarde por las noches, se escuchan pasos sin que nadie ande por ahí. ¿Fantasmas o leyenda? Una pregunta que nadie sabe o quiere responder.
La gran oportunidad: Antes de que la nieve la pinte de blanco, Bariloche es un destino ideal para los amantes del mountain bike. La geografía enmarañada, los senderos indomables y el paisaje que no termina de decidirse entre la montaña y el lago proponen recorridos de ensueño. Lo mejor es contar un guía que descubra esos rincones escondidos que solamente se pueden disfrutar a pleno en bicicleta. Por el esfuerzo que exigen las trepadas o por la inyección de adrenalina que meten las bajadas. La intensidad es la misma.
Bonus track: Los pasajeros que visitan el hotel por el día apenas intuyen que está ahí, a la derecha del jardín de invierno, estratégicamente ubicada para que, como la torre vigía de un castillo, poder dominar el paisaje del levante al poniente sin que nadie la vea. Es la gran piscina del hotel, a la que se llega desde el spa, el paraíso secreto del Llao, y, con el agua siempre tibia, adorable, permite sumergirse bajo techo y salir a cielo abierto en un abrir y cerrar de ojos. Desde ahí, el lago Moreno, la cordillera, el campo de golf. La patagonia rebelde.
Datos útiles:
Cómo llegar: Andes vuela desde el Aeroparque Jorge Newbery, de la Ciudad de Buenos Aires, de lunes a sábado, a las 12.15, arribando a Bariloche, a las 14.35.
Qué hacer: Bariloche ofrece una variada agenda de turismo de aventura, desde kayak en el Lago Moreno hasta caminatas al mirador del Brazo Tristeza del Nahuel Huapi y bajadas por las laderas haciendo rappel. También, salidas en mountain bike, con distintos grado de dificultad, todas apasionantes. Viajes Dannemann, que tiene una oficina en el lobby del Llao Llao, ofrece excursiones a medida para los amantes de la naturaleza y la aventura.
Imperdible: Para los fans de la cerveza artesanal, visitar la fábrica Gilbert, la primera en su tipo en Bariloche, es una parada obligada. Montada en un viejo establo de madera y atendida por la familia, es el lugar ideal para tomarse una pinta y entender de un sorbo el boom que esta vieja tradición europea tiene hoy en el país. Está ubicada en el kilómetro 24 del Circuito Chico y abre recién a las 11, lógicamente no es apta para el desayuno.