Hubo un jardín(Páginas de Espuma, 2022), de Valeria Correa Fiz, escritora rosarina radicada en Madrid, es un libro de un atractivo singular desde su arte de tapa: in pájaro de pecho rojizo y gris brumoso, rodeado de hojas verde musgo y flores color lavanda nos mira inquietante de soslayo. Hojas y ojos flotan de manera subyugante en el encuentro con esta obra. Es un libro que habla de jardines perdidos y desde esta misma ilustración literaria, a cargo de Sara Morante, se puede vislumbrar esa naturaleza inmersa en una oscuridad que podría ser la nocturna. O quizás, la interior de toda humanidad; esa condición animal que Correa Fiz ya viene retratando desde su primer libro de cuentos publicado bajo el mismo sello en 2016. Siete ojos levitantes, así como siete historias que piden ser leídas y en un doble gesto repentino nos leen, nos observan también.
Correa Fiz define su primer libro, La condición animal, como un catálogo del mal: personajes que, atravesados por diversos motivos, infligen daños. En Hubo un jardín, en cambio, se pregunta qué sucede cuando se recibe ese mal, cuando se es el destinatario. Las obras funcionan como “libros espejos”, comenta Correa Fiz en una pasada entrevista. La culpa y los secretos son algunos de los ejes que cruzan las historias de Hubo un jardín. Otro eje corresponde a la pérdida de la inocencia. Todos los personajes recuerdan un momento de su infancia o adolescencia donde se produce ese movimiento, ese antes y después.
Respecto al origen de esta obra, la curiosidad ha sido un tópico que accionó su gestación. Correa Fiz relata que durante la escritura de Hubo un jardín se dedicó a investigar sobre la representación de la curiosidad en la literatura: “Los hombres curiosos son, en su mayoría, retratados por los grandes relatos como intrépidos, aventureros y acaban con un gran capital simbólico a su favor: honor, fama, conocimiento, sabiduría. El prototipo del hombre curioso es Ulises, que vive mil aventuras y al regresar a su casa no sólo lo están esperando su mujer y su hijo, sino hasta el perro” describe Valeria. “Paradójicamente, la literatura trata muy mal a las mujeres curiosas y las castiga. Podemos repasar desde los mitos griegos precristianos hasta los cuentos de hadas recopilados durante el Romanticismo y veremos que las mujeres curiosas salen mal paradas. Son castigadas o, en el mejor de los casos, salvadas por un hombre. Basta recordar cuánto le debe Caperucita Roja al cazador, o la Bella Durmiente al príncipe azul. No me lo propuse, pero me di cuenta al terminar este libro de que las mujeres curiosas retratadas en estos cuentos aprovechan la experiencia vivida -positiva o negativa- como un modo de aprendizaje”, analiza.
Así como el árbol de Júpiter, mencionado en un poético colofón del libro, estas historias parecieran ser esas flores espigadas, unidas por la pulsión narrativa de la belleza y de la crudeza, esa materia extraña y salvaje de las que estamos hechas las personas y las historias que se tejen en el devenir humano. “Me gusta que mis cuentos hagan preguntas, que la gente se pueda poner en el lugar de esos personajes” afirma Correa Fiz, quien dialogó con La Capital. La relación entre naturaleza, infancia y escritura, su última visita a Rosario en el marco de la FILRos y la motivación para el nacimiento de estas historias son algunos de los temas que impregnan la charla.
thumbnail_Isabel Wagemann.jpg
Isabel Wagemann
-El título “Hubo un jardín” ¿refiere a una especie de tiempo anterior que ya no es?
-Es probable que toda obra literaria se escriba a partir de un paraíso perdido, real o imaginado. En el caso de Hubo un jardín, es el paraíso de la inocencia de nuestra infancia o etapa adolescente. La inocencia es una flor muy frágil, apenas se manosea se marchita y no es posible recuperarla. Las tramas de estos relatos apuntan hacia ese momento de expulsión o caída del paraíso de la inocencia por algún mal recibido o infligido. La culpa y los secretos son otros de los ejes que vertebran el libro.
-Algunas de las citas que abren varias de las historias hablan sobre la naturaleza y también sobre los cuerpos, y creo que de algún modo amplifican el sentido de las historias. ¿Cómo llegas a esas citas? ¿De qué manera decidís qué cita abre un cuento?
-Tengo un cuaderno donde voy copiando algunas frases o versos que me gustan porque creo que ahí hay historias escondidas o porque cifran muy bien cosas que siento. El cuerpo siempre está presente en lo que escribo: es el campo de batalla del placer y del dolor. Hablando puntualmente de las citas, la de Faulkner (“Ella olía como los árboles”), por ejemplo, me inspiró el personaje de Clap, del cuento Donde mueren las perras. Las citas pueden ser también una orientación o un sentido de lectura. El relato Las comisiones puede ser interpretado de diversas maneras, pero para mí es importante señalar que una de sus lecturas tiene que ver con nuestra paradójica relación con el trabajo: lo necesitamos para vivir, pero a la vez nos roba tanto tiempo de nuestra vida.
-Creciste en Rosario pero vivís en Madrid. Muchos de los relatos de este libro están situados en Rosario o en su zona. ¿Cuánto de esta escritura movió tu propia historia?
-Nada de lo que escribo es autobiográfico, pero sí es verdad que recurro mucho a la memoria, a lo conocido para hibridarlo con otros elementos y así generar algo nuevo. Me gusta pensar que un escritor es como el doctor Frankenstein: trabaja con los despojos, con los restos y construye con ellos un nuevo cuerpo, un corpus, la obra literaria.
-Te propongo un pequeño juego que vengo planteando desde notas pasadas, y es traer la voz de otro escritor hacia esta entrevista. En este caso le pedí a Marcelo Scalona que me comentara qué quisiera preguntarte y él propone saber sobre tu deseo de la escritura. Es decir, cuál fue el deseo auténtico, profundo, que te llevó a escribir. Y, además, preguntarte cómo se ha ido manifestando a través del tiempo ese deseo de escritura y cómo es actualmente.
-Estoy convencida de que nunca habría escrito si me hubiera quedado en Argentina. Yo soy esencialmente una lectora. Quien escribe -como el náufrago que lanza un mensaje en una botella- está buscando hablar, está buscando interlocutores; y en Argentina, yo ya los tenía. Cuando la vida no te alcanza, nace el deseo de escribir. La escritura une lo que está desperdigado, recupera lo perdido, lucha contra el olvido y da cuenta del misterio que somos. Y es un modo de pensar y de pensarte. Cuando advertís que lo único permanente lo instaura la palabra no podés parar de escribir.
-Estuviste en Rosario en el marco de la última Feria del Libro ¿Cómo viste a la ciudad en tu visita?
-Regreso a Rosario todos los años; amo esta ciudad y su gente. Más allá de visitar a la familia y a los amigos, hay algo en Rosario que no sólo conecta con mi parte afectiva sino también con mi fuerza creativa. Presentar Hubo un jardín en la FILRos fue una experiencia muy emocionante. Fue la primera vez que asistía a la Feria como autora y sentí eso tan conmovedor de ser un poco profeta en tu tierra.
-En una entrevista sobre “La condición animal” decís que la gente te dicta cosas todo el tiempo. El trabajo con la oralidad es bastante impresionante también en estos cuentos. Por ejemplo el primero que abre “Hubo un jardín”. Es como tener una especie de radar. ¿Seguís pescando expresiones en la calle? Y, sobre todo, ¿cómo haces ahora, que estás fuera de Argentina? ¿Las expresiones del español de España funcionan como materia de escritura?
-Para mí un escritor es un inventor de lenguajes. Que el habla de los personajes “suene” coloquial es esencial para este libro; de lo contrario, se arruinaría la verosimilitud de muchas de mis historias. Construyo el lenguaje oral a partir de pequeños giros o palabras puntuales. Tengo cuentos y poemas en los que trabajo con el español de España, de Cuba o de Miami. El lenguaje es un personaje más para mí, una arquitectura de tinta que tiene que sostenerse y sentirse vivo.
-“Un amor imaginario” y “El invernadero de Eiffel” son como respiros dentro de las demás historias que comparten un tono inquietante. ¿Cuál es el germen de esos cuentos?
-Para mí la inquietud también está presente en esos cuentos. Es cierto que las tramas son menos desasosegantes que otras del libro y que el tono es más amable, incluso cómico en Un amor imaginario. Sin embargo, creo que las preguntas que nos dejan esos dos cuentos (¿se puede hacer el bien a cualquier precio?, ¿la educación familiar forma y deforma?) son quizá peores que la del resto de las historias.
-Laura Forchetti escribe en Tolvanera, su libro de crónicas: “Confío en la gente que sabe de pájaros, sigue en conversación con su infancia”. ¿Podemos hacer un link entre plantas e infancia en tu caso? ¿O entre naturaleza e infancia? ¿De qué manera esa relación puede aparecer en este libro?
-Qué hermosa frase la de Laura Forchetti. Para mí es muy poderosa la imagen de mi abuelo materno cuidando de su jardín, de sus árboles frutales. El olor a jazmín o azahar siempre me lleva al patio de la casa de mis abuelos, un Edén doble perdido: mi infancia, esa casa. También los personajes de este libro son expulsados del jardín (espacio racional de orden y cuidados que cuando se abandona puede devenir jungla o desierto, dependiendo del terreno donde esté emplazado) de su inocencia.
-La edición de Páginas de Espuma de tu libro es muy bella. Se nota un trabajo muy cuidado desde el arte de tapa hasta el colofón mismo, un texto que aporta su cuota de poesía a la edición. Es tu segundo libro publicado en esta editorial. ¿Qué sentís al respecto?
-Páginas de Espuma es la única editorial especializada en el cuento en España y tiene una excelente distribución en todos los países de habla hispana. Hasta hace unos años yo era una lectora devota de todos sus libros. Y, de pronto, me encuentro formando parte de su catálogo. Me siento muy agradecida al respecto. También me acompaña un sentimiento de extrañeza: soy como Alicia cuando cruza del otro lado del espejo.
-¿Tenés alguna especie de ritual al momento de escribir?
-Me encantaría tener rituales, pero escribo cuando puedo y donde puedo. La literatura no alcanza para vivir, salvo que vendas como Stephen King o J. K. Rowling. Doy clases de escritura, coordino clubes de lectura, viajo mucho por todo ese trabajo que está en la periferia de la escritura. El orden y la rutina serían un lujo para mí. Ojalá los alcance pronto.