Las memorias de un experto
Cuenta Schavelzon que comenzó su carrera, casi de casualidad, a fines de los 60, en la librería y editorial de Jorge Álvarez, el lugar donde publicaron sus primeros libros nada menos que Ricardo Piglia, Juan José Saer, Quino, Manuel Puig, Rodolfo Walsh, Paco Urondo, Germán García, David Viñas, Eliseo Verón y Oscar Masotta, entre otros, y en el que -con un criterio comercial temerario- su fundador construyó una red cultural que incluía a la revista Primera Plana y al Instituto Di Tella, y que encontró en una clase media ilustrada, junto con sectores de la izquierda progresista, a sus naturales interlocutores.
Fueron los años del boom, que le permitieron a Schavelzon ser testigo activo de un momento histórico que tuvo como centro a la Cuba revolucionaria, donde conoció a muchos autores que con los años se transformaron en best sellers, de algunos de los cuales se convirtió en amigo y más tarde en agente, como Mario Benedetti, el ya nombrado Saer, Osvaldo Bayer y el propio Quino.
Tres años después se independizaba para fundar la librería y editorial Galerna, donde continuó dándoles lugar a grandes escritores latinoamericanos hasta que la publicación de Los vengadores de la Patagonia trágica y Severino di Giovanni, el idealista de la violencia, ambos de Bayer, le valió una bomba en la editorial y otra en su casa, y el posterior exilio tanto del autor a Alemania como el suyo rumbo a México.
En ese país fundó la editorial Nueva Imagen, donde durante una década abrió el mercado azteca a los autores de su catálogo.
Con el regreso de la democracia, Schavelzon volvió a la Argentina para integrarse a los grandes sellos que comenzarían el camino de la concentración, en los que vivió momentos bizarros como el premio Planeta que a último momento no le pudieron entregar a Federico Andahazi por la novela El anatomista pero que, gracias a un acertado golpe de timón, se convirtió en un best seller internacional.
Muchas son las anécdotas que relata nuestro entrevistado en sus memorias, donde desfilan personajes rutilantes de la escena literaria a los que vio brillar y apagarse. Hoy continúa tomándoles el pulso a las preferencias de los lectores y apostando por el surgimiento de nuevos autores -algo que los algoritmos jamás lograrán- desde Barcelona, la ciudad donde vive e instaló su agencia literaria y el lugar donde más le gusta estar: cerca de los escritores.
-“He acabado viviendo de mis habilidades”, dice el epígrafe del libro y habla de un oficio que como tal, sólo se aprende haciéndolo. ¿Qué le dieron a este oficio, casi artesanal, las carreras académicas que existen hoy? ¿Se puede enseñar la intuición, el olfato, la experiencia?
-No se pueden enseñar, pero se pueden aprender. El desarrollo de estos sentidos se adquiere de manera indirecta, leyendo, estudiando cosas que en el colegio nos parecen absurdas, como matemática, geometría, y aprovechando las experiencias de la vida. Cuando hay suerte, teniendo un buen maestro, como lo fue, para la generación de editores en la que me formé, Javier Pradera, el editor de Alianza.
-A fines de los recordados sesenta, cuando comenzaste tu carrera, Argentina era el primer exportador de libros en español. Después de décadas de gobiernos militares, crisis económicas, neoliberalismo extremo, la industria editorial nacional, milagrosamente, logró sobrevivir al exterminio. Hoy existen alrededor de dos centenares de editoriales pequeñas o independientes que se alimentan de un público culto y exigente. ¿A qué se debe esto, según tu opinión?
-A la masividad y calidad de la educación pública, sin duda: la conciencia de la importancia de leer, la insistencia de los padres en leerles a los hijos. De todos modos, debemos reconocer que el daño ha sido enorme, hace cincuenta años el tiraje medio de un libro en Argentina era de diez mil ejemplares, hoy, con las grandes dificultades que las pequeñas editoriales afrontan, no llega a dos mil.
-Publicaste a lo largo de tu vida a muchos autores latinoamericanos y argentinos…
-La literatura latinoamericana es excelente, se renueva, es imaginativa, hay muchísima gente que escribe. Sí, en esto tenemos mucha suerte.
-En algún momento del libro contás que fuiste editor de la revista “Los libros”, que en los 70 dirigían Beatriz Sarlo, Carlos Altamirano y Ricardo Piglia. ¿Cómo fue aquella experiencia?
-Fue extraordinaria, en una época en que la lucha por un mundo más justo estaba muy generalizada. El fundador y principal director de Los Libros, y a quien se deben sus méritos, fue Héctor (Toto) Schmucler, a quien no hay que olvidar.
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Schavelzon, historia viva del libro argentino.
-Vos señalás cómo los intelectuales españoles republicanos exiliados nutrieron la industria editorial, tanto mexicana como argentina. A partir de tu experiencia en Argentina, México y España, ¿se puede decir lo mismo de los intelectuales argentinos exiliados respecto de la industria editorial de aquellos dos países?
-Los argentinos hicimos y hacemos aportes en todos los países, no hay editorial en España sin argentinos adentro, pero no es comparable con el aporte del exilio español de hace ocho o nueve décadas. Nuestra industria no existía, estaba en pañales, con buenas editoriales, pero nada comparable con el saber que nos trajeron brillantes traductores que trabajaban con los mejores autores del mundo como Freud, Marx, Proust o Joyce, todos publicados por primera vez en español en Argentina, de la mano de los españoles. Hasta las novelas de Beatriz Guido y Marta Lynch eran revisadas a fondo por editores españoles. La importancia de los editores republicanos que fundaron las editoriales Sudamericana, Losada o Siglo Veinte es una muestra.
-Una de las tantas anécdotas del libro tiene que ver con la sorpresa que te produjo la falta de interés en el libro de cuentos de Edith Aron, la mujer en quien se habría inspirado Cortázar para construir el personaje de la Maga. Si en los años sesenta o setenta todas las jóvenes querían ser la Maga, hoy parece no despertar el interés de los lectores (y lectoras). ¿Esto tendrá que ver con el posible envejecimiento de la narrativa de Cortázar?
-Yo diría que tiene que ver con el envejecimiento de los lectores, mejor dicho, con la no renovación de buenos lectores, con cambios de valores, con lo que cuesta leer hoy un texto en el que un personaje busca una cabina pública para hacer una llamada.
-El último capítulo, el más largo de todos, está dedicado a Piglia, del cual fuiste agente, amigo y admirador. A medida que la enfermedad lo iba acorralando, Piglia armó un plan de escritura frenético, con el fin de dejar terminados aquellos libros que habían quedado pendientes. El plan, que se cumplió casi en su totalidad, incluía: La forma inicial; Diarios 1, Años de formación; Diarios 2,- Los años felices; Diario 3, Un día en la vida; Las tres vanguardias; Diálogos con Saer (Por un relato futuro); Escenas de la novela moderna; Los casos del Comisario Croce; Cuentos completos, Teoría de la prosa y el “Diario en China, 1973”, que no llegó a publicarse. ¿Este libro está pendiente de publicación o no lo terminó de escribir?
-No tuve ninguna información sobre este proyecto por parte de Piglia, que dejó este trabajo (y otros) en manos de su colaboradora Luisa Fernández, a quien en los Diarios de Emilio Renzi llama “su musa mexicana”. Ella consideró que Piglia no llegó a trabajar este texto como él quería hacerlo, y que por lo tanto no estaba en condiciones de publicarse.
-Después de medio siglo de trabajo en la industria editorial, ¿el oficio de editar sigue siendo un enigma?
En realidad, quise referirme especialmente al oficio de agente literario, y sí, sigue siendo un enigma para mí. Editoras y editores son quienes deberían decir qué piensan al respecto de su tarea y, la verdad, no lo tienen fácil.
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RogerChartier en Rosario en 2017.
Pequeño Chartier ilustrado
A partir de una visita de Roger Chartier a la Universidad Austral de Chile, dos de sus investigadores le propusieron armar un libro que fuera un manual de los conceptos más gravitantes de este historiador de la cultura que renovó su forma de hacerla, integrando al estudio de los documentos escritos, los modos en que los lectores se apropian de sus materiales, junto con sus condiciones de producción.
En un homenaje al Pequeño Larousse lustrado, armaron un diccionario donde las voces y las imágenes de cada una de las entradas (pequeñas perlitas del diseño gráfico) conviven para transmitir las ideas que su autor viene elaborando acerca del mundo del libro y la lectura.
El concepto de apropiación, en sintonía con las formulaciones de Michel de Certeau, ilustra la letra A y en la B, el de biblioteca -desde la de Alejandría hasta su mutación en la biblioteca digital- junto a Jorge Luis Borges (una de sus referencias centrales que volverá a aparecer en varias de las entradas). La historia de la censura en la C y sus diferentes funciones según las épocas; los cambios históricos en la edición en la E; y en la F, los formatos como identificadores del texto que en el mundo digital han desaparecido, tanto como la idea de fragmento en relación a una totalidad que, de ser inseparables en el ámbito de la cultura escrita, pasaron a ser autónomos en el mundo digital.
La Ilustración, en la I, ese movimiento cultural surgido junto con la Revolución Francesa, que pensó la distancia entre lo público y lo privado que hoy se reformula en el mundo virtual. Los jóvenes, en la J, denominados wreaders, aquellos que leen para escribir y escriben para ser leídos en la inmediatez de las redes sociales. Una nueva forma de abordar la figura del lector, abordado en la letra L, que ha pasado de relacionarse con los libros en forma lenta y atenta a otra rápida, fragmentada e hipertextual, denominada translectura.
La memoria, en la M, y aquellos que mejor la ficcionalizaron, como el propio Borges o Cervantes. En la O, el medio a través del cual se lee, para sí mismo y para otros, los ojos. En la N, la narrativa, nuestra forma de conocer el mundo. Otro término de este campo semántico es el concepto de plagio, en la P, que recién apareció en el siglo XVIII cuando se estableció la cuestión de la propiedad, desconocida en tiempos anteriores, donde los textos se escribían a partir de historias ya narradas. En la R la representación, abordada tanto por la filosofía como por la literatura a partir de ese mismo siglo. Y en la S, Shakespeare, cuyas obras fueron publicadas con su nombre siete años después de su muerte. La traducción, en la T, el primer oficio profesionalizado del campo de la edición que recibió un pago y la universidad, en la U, el lugar donde se transformó para siempre la relación con los libros.
En la V, la voz, el vehículo que une la oralidad con lo escrito, en uno y otro sentido y en la W, la forma contemporánea de apropiación de los textos con el wreader, cuyas consecuencias cognitivas todavía no han sido medidas. La literatura del yo, en la Y, un género ficcional con muchos siglos de vida; la xilografía, en la X, el antecedente de los tipos móviles, para terminar en la Z con la zoología, una rama de la filosofía natural que fue la reina de las publicaciones durante el Renacimiento.
Un verdadero diccionario de consulta para todos los que aman los libros.