“Nunca ponderamos bastante la inteligencia de un animal querido, pues no podemos citar una frase que haya dicho o escrito memorablemente; para alabarlo contamos solo con las manías o los gestos íntimos de cariño que tuvo y que van perdiendo fuerza con el tiempo”, reflexiona con una gracia inquietante y conmovedora la narradora de Nueve perros, un cuento publicado por primera vez en 1970 por Silvina Ocampo. Como estacas clavadas sobre una porción de tierra, unidas todas ellas por un hilo, el recuerdo de los animales que acompañaron distintos tramos de una vida -la de Silvina junto a Adolfo Bioy Casares en la estancia pradense Rincón Viejo- la definen y, en el relato, la cercan. En medio de aquel recorte crece, nueva, una sensibilidad, una forma del amor y de la empatía. Hacer los días con otros, observarlos al detalle, con audacia, cuidadosamente -más allá del lenguaje, más allá de la especie-, dejarse interpelar por la diferencia, develar las marcas indelebles que deja el recuerdo de ciertos seres, son algunos de los tópicos sobre los que se funda el cuento pero también los que replica el gesto de la editorial rosarina Beatriz Viterbo que, con ilustraciones de Daniel García, acaba de reeditar el cuento de Silvina Ocampo dentro de la colección Ficciones/Álbum. Un proyecto que impulsó la editora y crítica literaria Adriana Astutti (1960-2017) -fundadora de la editorial junto a Marcela Zanin y Sandra Contreras- y que se ve realizado en su ausencia, como otra de sus ofrendas a la cultura rosarina en el aniversario número treinta del sello al que aportó brillo, lucidez y una impronta curatorial fuera de serie.
Lo que añade aún más interés al cuento de la menor de las Ocampo en esta edición tan peculiar son los dibujos de Daniel García, reconocido artista visual de la ciudad y creador de las tapas del sello editorial durante mucho tiempo. Casi treinta años y decenas de publicaciones después, no deja de resultar llamativo el gran hallazgo de Beatriz Viterbo: sumar a la selección desafiante, incómoda, erudita y provocadora de títulos y textos un arte de tapa que brilla por sí mismo, que sorprende por su encanto y que vuelve al libro un objeto que interpela tanto por su contenido como por su aspecto, toda una dimensión comunicativa que tiende un puente con quien lee mucho antes que la primera palabra de quien escribe. En conversación con La Capital, Daniel García comenta algunos detalles en torno a este curioso proceso creativo de diálogo entre distintas formas del arte que llevó adelante junto a la editorial durante tantos años: “Mi forma de trabajar es comenzar por leer los libros. A veces es suficiente solo con un fragmento, otras veces solo con la contratapa si ya está escrita (aunque después los lea por placer o curiosidad), pero en algunos casos debo leerlos completamente antes de que surja alguna idea. Busco una imagen que yo sienta que empatiza con el libro, con su temática, con su tono, con su estética. Es un procedimiento muy intuitivo y subjetivo, pero en general ha funcionado. A veces no, y tengo que repensar la propuesta. Si tengo muchas dudas presento un boceto previo, pero en general pinto directamente la imagen que se me ocurre para la tapa, luego la escaneo y presento a la editorial la maqueta de cómo quedaría”.
Por otra parte, García señala que su vínculo con la editorial data de sus mismísimos comienzos: “Las futuras tres editoras, Marcela Zanín, Sandra Contreras y Adriana Astutti, vinieron a consultarme acerca de un logo para la editorial, y una propuesta de diseño para las tapas. Me conocían de la facultad, había cursado unos años de Letras y había hecho las portadas de un par de publicaciones de la carrera. Yo diseñé el logo de la muñequita lectora, el formato de las colecciones e ilustré las tapas de los dos primeros libros. A partir de allí, hasta hace un par de años ilustré casi todas las tapas de los libros de la editorial. Hubo unas pocas excepciones, a veces por pedido de algún autor en particular, como por ejemplo Tununa Mercado, que quiso ilustrarlos con obras de León Ferrari, o en alguna ocasión que yo estaba de viaje y le pasé la tarea a algún otro artista, como Claudia del Río, por ejemplo. Hace un par de años decidí que ya era tiempo de dejar de ser el ilustrador oficial de los libros de Viterbo, y ahora solo lo hago por algún pedido especial”. Una de esas excepciones por las que decide volver al ruedo es Nueve perros, una edición para la que no solo realizó el arte de tapa sino toda una obra, una serie de dibujos y pinturas que proliferaron como pequeñas crías caninas, en cantidad y en belleza.
Según él mismo escribe en la galería de la revista cultural Bazar Americano -donde se pueden ver varias de las obras que inspiró el trabajo para el que fue convocado-, a fines de 2015 Adriana Astutti le propuso ilustrar dos cuentos de la misma autora -Nueve perros y La liebre dorada- para una nueva colección de Beatriz Viterbo. Pero, por encontrarse demasiado atareado, García decidió comenzar por el primero y luego verían cómo continuar. Fue así que, desde comienzos de 2016, empezó a llenar papeles, libretas y cuadernos con decenas de dibujos de perros: “Como algunas descripciones de los perros de Ocampo son detalladas, me sentí obligado a que mis dibujos se correspondieran con ellas, así que me puse a investigar, y encontré algunas fotos, de no muy buena calidad, de algunos de ellos”. Por aquellos años, los intercambios con Astutti y su entusiasmo por llevar adelante el proyecto fueron frecuentes, e incluso realizaron juntos una primera selección del vasto material que había producido el artista. Sin embargo, la enfermedad de la editora comenzó a avanzar implacablemente y todo quedó suspendido, hasta que, de la mano de Carolina Rolle, la actual directora de la editorial, y Marta Pereyra, su diseñadora, la idea -tanta vida y tanta muerte mediante- retomó su marcha.
Carolina Rolle comenta: “Este es un proyecto que, debido a la enfermedad de Adriana, no pudimos llevar a cabo en aquel entonces, pero también es un proyecto que ella tenía en la cabeza, que deseaba mucho y que fue, para nosotras, un momento de muchísimo disfrute y juego y placer en un contexto complejo. Esto generó que no se pudiera llevar a cabo pero que se imaginara en muchos de sus aspectos: el formato, las ilustraciones, la idea de un libro-objeto, cosido, con otros cuidados, otro presupuesto y otras condiciones por fuera de las estándar. Todo eso iba a implicar un tiempo que no tuvimos, por eso el proyecto quedó ahí, en suspenso. Para mí era muy importante levantar el guante y llevarlo a cabo. Ernesto Montequín, el albacea de los herederos de Ocampo, me cedió amorosamente los derechos y de la misma manera participó del proceso de edición. Tanto Daniel García como Marta Pereyra se reunieron y juntos definieron cuestiones que aún faltaba resolver: dónde ubicaríamos los perros, cuál sería el modo en el que presentaríamos la interacción entre dibujos y texto…”. Además, Rolle adelanta: “Si todo va bien, estamos proyectando sacar a la luz en marzo el libro hermano de Nueve perros, La liebre dorada”.
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Entre 2001 y 2004, Adriana Astutti dirigió una revista cultural cuyo título, Nueve Perros, define en el tiempo, de algún modo, su filiación con el cuento de la Ocampo, pero también con toda su obra y con esos animalitos tan particulares. En 2001, Astutti había escrito Andares clancos: fábulas del menor en Osvaldo Lamborghini, J. C. Onetti, Rubén Darío, J. L. Borges, Silvina Ocampo y Manuel Puig, un libro en el que la producción de Silvina y su figura forman parte del corpus y de sus intereses como crítica literaria. En 2010, por otra parte, tradujo para Viterbo Mi perra Tulip de J. R. Ackerley, una suerte de texto autobiográfico en el que el vínculo entre especies se transforma en un modo del amor perfecto y a partir del cual, según cuenta Rolle, Astutti adoptó a su perro, al que llamó Moreira. Y es que todos aquellos que recuerdan a la editora y crítica literaria fallecida en 2017 destacan sus pequeñas obsesiones, su mirada amorosa sobre las cosas, su gusto por la lectura inquietante, por poner a circular potencias conmovedoras. Hoy, su refinamiento en la selección de títulos que guardan en su interior algún tipo de joya apenas perceptible -quizás- a primera vista, se corona con esta nueva publicación de Beatriz Viterbo. Nueve perros irrumpe en el panorama cultural actual como un homenaje a la audacia de quienes apostaron y aún apuestan por el diálogo plural, interdisciplinar, y por la alegría de mostrar, de una manera novedosa y con un profesionalismo y un cuidado insoslayables, lo que producen y produjeron las plumas más sobresalientes de América Latina y el mundo. Los textos de Beatriz Viterbo no son solo textos sino libros-objeto, invitan a la lectura como un acontecimiento. Esos contactos sensibles entre el lector y lo que tiene entre sus manos se transforman en experiencias que, como escribe Silvina Ocampo en Nueve perros, “no hay motivos para que uno las recuerde, salvo la belleza que emana de ellas”.