“Ayer en el colegio una nena me dijo que yo era una negrita cara despintada y el otro día a mi compañero de banco le gritaron gordo salame, nos hicieron doler el corazón, ahí me di cuenta que hay palabras y palabras”, se puede leer en la introducción de Palabras semilla, el nuevo libro álbum de Magela Demarco, ilustrado por Caru Grossi y publicado por La brujita de papel. Una obra infantil que aborda la problemática de la discriminación, la burla y el acoso escolar que sufren muchos chicos y chicas.
La historia parte de la metáfora de que las palabras son como semillas que se plantan en los otros, y apela a variedad de imágenes para ilustrar el poder que tiene lo que se dice: “Hay palabras cargadas con flechas, hay frases que pegan piñas en la boca del estómago, hay gestos que lanzan granadas y risotadas que se mueven en patota y astillan el alma”, dice parte del relato, que también reconoce que hay palabras, miradas y gestos capaces de acompañar y ayudar a crecer, como aquellas palabras “que tejen abrigos para atravesar el invierno”.
La autora de este relato poético es Magela Demarco, una periodista que en sus producciones literarias suele abordar problemáticas sensibles para las infancias, como la violencia doméstica, el abuso sexual infantil y las ausencias. Los títulos Sola en el bosque y Un papá intermitente, dan cuenta de ello. Demarco dialogó con La Capital sobre Palabras semilla, su nuevo libro al que define como un llamado a la toma de conciencia sobre el poder que tienen las palabras y “una invitación a pensar qué semillas estamos plantando en los otros”.
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Portada del libro “Palabras semilla”.
Palabras que dan frutos
Demarco escribe sobre cosas que la convocan, y muchas veces desde las propias vivencias: “Recuerdo que cuando era chica no me daban bola en la escuela, yo lo había borrado de mi cabeza pero mi mamá me hizo acordar que cada vez que llegaba a mi casa de la escuela, la abrazaba y lloraba mucho”. En su adolescencia, la autora también tuvo que enfrentarse a la discriminación y la burla a causa de su peso: “Me he ligado el clásico gorda”, cuenta. Un tema que la llevó a vivir un mal tránsito hasta sus 20 años, cuando pudo superarlo con terapia, trabajando la autoestima y poniendo el foco en aquellas cosas que le gustan.
Magela considera que estas situaciones dolorosas, en mayor o menor medida, afectan a todas las personas. “De grandes cuando decimos esas cosas es doblemente jodido, porque ya somos conscientes, pero de chicos no tenemos conciencia del efecto que tienen algunas palabras o gestos, por eso está bueno charlarlo”, indica. El título del libro es toda una metáfora y tiene la finalidad de explicar que las palabras siempre tienen efectos en los otros. “Cuando uno le dice algo a otro está plantando algo, que puede ayudarlo a crecer y desarrollarse, o lo puede cercenar”, dice la escritora, y alerta: “Hay que ser conscientes de lo que decimos, porque las palabras se materializan en el otro. Esas palabras que son como semillas dan frutos, que pueden ser frutos de amor o plantas carnívoras”.
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Ilustración de Caru Grossi.
Mirar el discurso
Más allá de sus propias vivencias, Demarco apela a datos concretos para hablar de una problemática a la que considera debe mirarse de frente. Según los datos estadísticos que aporta Unicef, uno de cada tres estudiantes en el mundo sufre acoso escolar, discriminación o burlas. Según un estudio de la ONG internacional Bullying Sin Fronteras, realizado entre enero 2021 y marzo de 2022, los casos de bullying en la Argentina continúan en aumento. De acuerdo a este informe, 7 de cada 10 niños sufren todos los días algún de tipo de acoso o ciberacoso en el país. Lo que coloca a la Argentina entre uno de los países con altos índices de acoso escolar, totalizando 14.800 casos, lo que muestra un aumento del 20 por ciento con respecto a 2019, cuando se habían registrado 12.300 episodios.
Algunas preguntas habrá que hacerse y Demarco se anima a ellas: “¿Nos pusimos a pensar qué palabras usamos y cuál es el impacto que tienen, qué crean nuestras miradas, qué amasan nuestras bocas?”. Para la escritora es importante el abordaje de este fenómeno en las escuelas, por eso el libro ofrece una guía de actividades a la que se puede acceder desde un código QR que se encuentra en la contratapa. Se trata de una batería de propuestas para trabajar en las aulas, que cuenta con el aporte y la supervisión de la licenciada en educación Ivana Rugini.
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Ilustración de Caru Grossi.
La escuela se presenta como el espacio clave, porque allí los niños y las niñas pasan varias horas de su día. Una estadía ideal para profundizar en el ejercicio de la empatía, la solidaridad y el aprender a ponerse en el lugar del otro. Pero eso no significa que la escuela sea el lugar excluyente: “A veces les pedimos milagros a las escuelas y es importante trabajar también en las casas”, afirma la autora, y aclara: “Muchas veces la escuela tiene que reparar situaciones que vienen de otro lugar, por eso este libro es una oportunidad para trabajar también en el seno familiar, como cuando tu mamá te cuenta algo que le pasó, eso tiene otra recepción”.
Poner el ojo en el tenor de las palabras que circulan en la mesa familiar permite repensar cuáles son los discursos que se legitiman en cada casa y en la sociedad en general. “Hay mamás que les dicen a sus hijas «estás gordita, dejá de comer», o «¿sos tarado?». Hay que tener cuidado con lo que se dice, porque se generan altos niveles de violencia que sufren muchos niños y niñas. Y esta es una violencia que repercute, se amplifica y se reproduce en otros espacios”, señala Demarco. La autora hace un llamado a no mirar para otro lado y a asumir la responsabilidad social de involucrarse para frenar la violencia en sus distintas formas, y dar el primer paso hacia la reparación. Afirma que siempre se puede elegir qué semilla se va a plantar, qué palabra se va a decir y quién se quiere ser. Y deja una pregunta para pensar: “Vos, ¿qué semilla vas a sembrar?”.