Si en 1985/6 le hubieran planteado a Mitterrand, Felipe González, Helmut Kohl, etc. si deseaban el colapso de la URSS o si preferían que siguiera el reformismo dentro del modelo soviético de Mijail Gorbachov, se puede estar seguro de que todos hubieran optado por la segunda alternativa, la reformista. Ronald Reagan y Margaret Thatcher, en cambio, hubieran apoyado con entusiasmo la alternativa "radical", el colapso de la URSS, dado que eran líderes doctrinarios, ideológicos, antes que pragmáticos formateados en la convencional "clase política".
Salvo esas excepciones, los hombres de Estado y los diplomáticos profesionales les tienen un miedo congénito e irremontable a las erupciones de la Historia, porque son eventos imprevisibles, que ellos no pueden manejar ni conducir y que se los devoran (como le ocurrió a Gorbachov). Esto es lo que pasa hoy con el caso de Putin y Rusia y su brutal invasión de Ucrania: Macron y Scholz hacen fuerza por la continuidad del dictador ruso de manera explícita, aún sabiendo que pagan un costo de imagen. Su última conversación del sábado 28 de mayo con el zar ruso es más justificable, pero sus anteriores intentos llegaron, en el caso de Macron, al respaldo explícito a Putin: se debe evitar "la humillación de Rusia", dijo el presidente francés. Traducido a los hechos, eso significa ahorrarle la derrota a Putin.
El instinto conservador de estos gobernantes es más fuerte que sus valores democráticos, que los tienen, pero evidentemente muy condicionados por la "realpolitik". Que no es otra cosa que ese reflejo condicionado de miedo a lo desconocido racionalizado como "realismo", o sea, como doctrina de las relaciones internacionales (RRII). Por eso la escuela de pensamiento realista en RRII se pronuncia también por la no ruptura del statu quo y el arreglo con Putin (Measheimer). El más famoso Kissinger acaba de declarse en idéntico sentido "realista".
Por supuesto la victoria de esta alternativa "realista" implicaría un pesado costo para Ucrania. Como dice su presidente Zelenski los "falsos pacifistas a lo 1938" comprarían una ilusión de seguridad para hoy y una certeza de conflicto para mañana, cuando Putin volvería a exhibir su irrefrenable carácter "zarista" (o los nacionalistas radicales que lo sucedan).
En la vereda de enfrente de este falso realismo, la secretaria de Exteriores británica, Liz Truss, declaró en su reciente visita a República Checa: "Ahora no es el momento de ser complacientes. No hay que hablar de alto el fuego ni de apaciguar a Putin. Tenemos que asegurarnos de que Ucrania gane, de que Rusia se retire y de que no volvamos a ver este tipo de agresión rusa."
Por esto hay que terminar con la pretensión de "realismo" de estos apaciguadores falsos realistas. No es realista dar oxigeno a un dictador tal vez agonizante, como es hoy Putin, invocando el "quién sabe qué vendría en su lugar". Se cita, inevitablemente, el caso de Libia y la caída de Kadafy, por cierto una mala experiencia. Pero se olvida la exitosa experiencia democratizadora del vecino Túnez, que inició la Primavera Arabe en 2011. Al traicionar a Ucrania, Scholz y Macron también traicionan a los demócratas rusos, que no son tan pocos como pretende el aparato de falsa información de Putin (RT Today, Sputnik, Tass, en el exterior; todos los medios de comunicación dentro de Rusia). Por algo a Navalny lo envenenaron, primero, y lo sepultaron vivo en una prisión, después. Si Putin tuviera el voto de los rusos en el bolsillo no reprimiría a sus opositores y a los casi ya casi extintos medios de comunicación independientes como lo hace, algo que tiene un alto costo de imagen internacional.
De hecho, la fallida aventura militar en Ucrania puede tener su explicación por este lado. Putin sabe que no podría afrontar otro examen electoral, no al menos uno que fuese mínimamente creíble. Ya el anterior no lo fue, todo el mundo lo tomó como una farsa. Hay así, tal vez, un "factor Galtieri-Malvinas" en la violenta aventura de Ucrania, cuya aparición súbita como plan concreto e inminente en noviembre/diciembre de 2021 no deja de sorprender cuando se toma todo el asunto en su adecuada perspectiva. Ya nos habituamos a la guerra en Ucrania y olvidamos el crescendo gradual de descreimiento inicial ("es un bluff, una boutade de Putin para conseguir algo en la mesa de negociación") a despertarnos el 24 de febrero con la violentísima invasión rusa de Ucrania hecha una terrible realidad. Algo falta en el cuadro explicativo de esa súbita decisión de Putin, gravísima, que rompió el equilibrio europeo de un modo tan brutal que obligó a sus amigos alemanes a condenarlo a sanciones severas que apenas unos días antes ni consideraban y a votar un aumento del presupuesto de Defensa que, también, poco antes era inimaginable.