Y ante la multiplicidad de demandas que reciben, surge la voluntad, la solidaridad y el compromiso de decenas de hombres y mujeres que ponen el hombro para tratar de cambiar una realidad que apabulla.
A propósito de un proyecto del concejal Ariel Cozzoni que impulsa capacitar a profesores y referentes de esas entidades para otorgarles herramientas que los ayuden a detectar y asistir situaciones propias de la vulnerabilidad social, La Capital consultó a referentes de tres instituciones con realidades calcadas, repletas de necesidades.
El deporte, la excusa para atender ayudar
En Roullión y Aborígenes Argentinos, en pleno barrio Qom, o Toba como se lo conoce en Rosario, está el club Atletic Oeste. A diario recibe unos 350 chicos y chicas que se reparten en varias categorías de fútbol, de 7 y 11. Los nenes tienen que bordear un basural para entrar al club, repleto de agua podrida, con alimañas de todo tipo y el riesgo infecciones.
Su presidente es Juan Stragneri. Cuenta que hace cuatro años que viene pidiendo que saquen el basural. "Ya hicimos todo tipo de gestiones, pero no hay respuestas”, se lamentó mientras señalaba el sector del terreno con residuos acumulados y agua estancada, justo frente a uno de los arcos.
Rodeado de esa y otras miserias, pone el pecho y recibe de buena manera la capacitación que propone el Concejo “Trabajamos con gente del barrio Toba, Vía Honda, villa 23 de Febrero, Villa Banana. Se dan muchas situaciones, como papás que dejan a sus hijos en el club a las 13 y los vuelven a buscar a las 19. Les damos un sándwich, un vaso de agua, porque no pueden estar tantas horas sin algo en el estómago”, enumera.
Aclara que no pueden cobrar cuota porque sino los padres “no traen más a los chicos, aunque después los ves comprando un porrón. Es la triste realidad. Hay chicos que no tienen zapatillas, están con bajo peso, sucios o toda la semana con la misma ropa. Por eso ponemos algo de plata y a veces compramos en la feria, o les prestamos botines. Es una lucha constante, pero estamos orgullosos de hacerlo”.
Juan, que tiene la ventaja de ser vecino del lugar, cuenta que la gestión del club está a cargo de padres de familia. “Nos vendría bien la capacitación, para tener herramientas. El 80 por ciento de los profes son laburantes, albañiles, electricistas, que llegan a sus casas y arrancan para el club, a veces sin tomar un mate. Ninguno está capacitado para algo específico, es todo voluntad, pasa en la mayoría de los clubes de barrio”.
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Los chicos y chicas del Club Defensores de Lima le dan batalla a la violencia.
"No tenemos herramientas"
Para Vidal Ocampo, es casi idéntico. Está al frente del Club Defensores de Lima (Lejarza al 4400). “Tenemos unos 200 chicos y chicas desde los 4 años hasta adultos, en varias categorías de fútbol masculino y femenino. La verdad es que hoy vemos mucha demanda de alimentos”, explica.
Describe que el club también se ocupa de dar merienda y almuerzo los viernes, y que deben lidiar con cuestiones que a veces les cuesta tratar. “Como hay chicas, vemos discriminación. Pero más que hacerlos jugar juntos a chicos y chicas, que compartan o charlen, no tenemos herramientas para tratar esos temas y sentimos impotencia”.
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Las acciones que puedan desplegar Vidal y las seis o siete personas que lo acompañan están condicionadas por un implacable código de convivencia barrial. “Te enterás de algunas cosas y te da bronca, porque no le podés dar una solución. Simplemente decimos que vayan a lugares donde los puedan contener, porque tampoco nos podemos meter mucho, o ir al choque, hay que saber tratarlo”.
Una galleta o la pelota
El dirigente identifica “problemas de desnutrición. Es notorio, tenemos nenes de cinco años a los que les damos galletitas y un jugo. Y en vez de ir a la cancha a jugar a la pelota, se quedan al lado de la mesa, mirando. Es duro, pero de a poquito lo trabajamos. Después te dicen «chau profe», y manotean una galletita para el camino”.
Como ocurre en las zonas pauperizadas, el trabajo de las entidades no se limita al deporte, sino a atajar las profundas desigualdades. “Somos padres, ninguno es profesor, pero los chicos te dicen «profe», y por haber jugado al fútbol sabemos algo y lo enseñamos, pero más que nada hacemos una tarea de contención para sacarlos de otras cuestiones”, se enorgullece Vidal.
El patio del hospital está, desolador
En barrio Las Flores, junto a un asentamiento precario que creció detrás del proyectado Hospital Regional Sur, está el club Deportivo Amistad. Cuando a Maximiliano Acosta se le pregunta por la situación que los rodea, plantea un panorama desolador, “latente día a día, cada vez peor, como nunca antes”.
El hombre puede mirar en perspectiva porque es vecino de zona sur desde hace 30 años, además de integrar la comisión directiva del club. “Estamos en medio de casas precarias y asentamientos, hay muchísima gente en estado de vulnerabilidad, chicos que no van a la escuela, mal alimentados. Les damos contención, hacemos de psicólogos, cocineros, profesores”, enumera.
Cuenta que al club asisten unos 150 chicos y chicas desde los 5 años y sus familias, incluso gente de Villa Gobernador Gálvez. Se lamenta porque antes de la pandemia tenían el predio en condiciones, pero durante las restricciones robaron reflectores, cables, tejidos, mecheros y pelotas.
“Queremos levantarlo, pero se nos hace imposible si no es a través de un subsidio”, explica Martín sobre un espacio donde hay dos canchas de fútbol 7, una de 11 y dos de básquet, pero ahora solamente funciona el baby fútbol para chicos de 5 a 13 años.
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Como sus colegas, asume que son “cinco o seis padres al frente del club. Todos los días entregamos merienda. Queremos dar más pero no podemos. Al menos con eso sabemos que los chicos comen algo, que a veces es lo lo único en todo el día”.
Un abrazo, una sonrisa, la droga
Martín tiene más que claro que el trabajo que hacen en la club es de contención, con la mirada puesta en el otro. “Hace unos meses mataron a un adolescente que era familiar de una de nuestras jugadoras. El día del velorio ella tenía partido, estaba triste en la casa, pero la fuimos a buscar para que al menos se distrajera un poco, charlara con las amigas. La pasó bien, se rió. Esa es nuestra tarea también”.
En ese contexto gestiona las emociones como puede. Con pena recuerda que algunos adolescentes o jóvenes, atravesados por el consumo de drogas, robaron elementos del club. “Son los mismos a los que les dábamos comida. Los hablás y a veces reconocen el error, pero vuelven a consumir, se pierden, ni se acuerdan que les diste una mano. Y tampoco nos podemos meter mucho en eso”.
Con ese desborde permanente, limitaciones y sin recursos, los referentes de los clubes barriales creen que las capacitaciones son necesarias. Pero tienen una virtud que no se enseña. “Trabajamos con nenes que viven situaciones horribles, y a veces te abrazan, porque el padre o la madre no lo hacen nunca. Cuando vivís eso, uno que es padre y abraza a su hijo todos los días, se te ponen la piel de gallina”, describe Martín.
Ocho pelotas para 200 chicos
El Club Defensores de Lima (Lejarza al 4400) está ubicado en un espacio complejo, entre cortadas. “Tenemos apenas ocho pelotas para 200 chicos, no hay alambrado para contenerlas detrás de los arcos. Si pasan a una casa, no las recuperamos más. Tampoco hay luces, nuestro predio es chiquito, de 60 por 30 metros, con un salón, vestuarios a terminar y dos bañitos. Nos faltan elementos, como aros o escaleras horizontales para entrenamiento”, enumera Vidal Ocampo, presidente de la entidad.
Según el dirigente, la actividad comenzó en 2001. “Recibimos ayuda de Promoción Social de la Municipalidad, es poco pero lo volcamos al club. Hay muchos proyectos, pero cuesta concretarlos por falta de fondos. Todo lo que nos roban lo volvemos a recuperar con trabajo, porque tenemos muchas ganas de laburar”.