Serú saca el disco debut en el 78, en un año cuya primera asociación es el Mundial que Argentina ganó mientras se mezclaban los gritos de gol y los de quienes picaneaba la Dictadura. Esa rareza, en la que convivía la represión cotidiana con las ganas de sacar la cabeza debajo del agua, generó un sentimiento de resistencia y de búsqueda, que se plasmaba en lo artístico como una suerte de refugio y placebo.
En ese contexto hubo una explosión creativa comandada por un tal Charly García, un pelilargo de bigote bicolor de tan solo 27 años, que cranea en Buzios una banda con tres bestias: el ex Pescado Rabioso y Polifemo David Lebón, a quien lo convenció la mañana en la que cayó con unas facturas para el mate; Pedro Aznar, un pibe que recién había pasado los 18, venía de Madre Atómica y Alas y ya se lo comparaba con Jaco Pastorius; y Oscar Moro, un baterista versátil, de una potencia que evocaba a John Bonham y un tiempista como pocos.
Ya desde la tapa del disco se notaba que esto era otra cosa. Una foto en blanco y negro de un vagón de tren con una palabra inventada y números al azar, y una ventanilla que mostraba una vía con destino al infinito. Para algunos era una imagen surrealista, para otros era minimalismo, pero todavía había que escuchar el vinilo para poder descifrar realmente esas pistas.
Nadie te decía si el disco tenía millones de reproducciones, ni había un corte de difusión, ni mucho menos un video por donde pispear por dónde iba la cosa. Había que poner el disco en el Wincofón y ver qué te devolvía ese sonido, ese momento, pero por sobre todo esas canciones.
“Eiti Leda” ya se conocía como “Nena” en la época de Sui Generis, pero nunca se grabó en un disco oficial hasta que Sony lo lanzó en “Adiós Sui Generis III”, en 1996, con lo que no había entrado en el doble de “Adiós Sui Generis” de 1975. Desde ya que la versión de Serú es insuperable. No sólo porque el tema de Charly tiene una belleza melódica abrumadora sino porque funciona como opus de apertura de un disco conceptual, capaz de mixturar orquestaciones cuidadas, en las que conviven la impronta sinfónica que se respiraba en aquel rock de la época -con Pink Floyd, Genesis, Emerson, Lake and Palmer y Yes a la cabeza- con ese pulso de rock rioplatense, en el que entraba desde la híbrida frialdad del jazz rock hasta la calentura del candombe, la música disco y el samba brasilero.
Todo eso tenía este Serú Girán y “Eiti Leda” era la puerta de entrada. Pero a Serú le costó que lo entendieran. Fue silbado y abucheado en la presentación del Festival de la Genética Humana en el Luna Park, en el que varios grupos sufrieron el mal sonido de un encuentro pésimamente organizado por la esposa de Videla, nada menos. Y también recibió el rechazo de quienes asistieron a la presentación oficial de este disco el 3 de noviembre de 1978 en Obras en un recital en el que “el despliegue fue impresionante, con 23 músicos de orquesta en escena y una pantalla gigante de TV color, pero al público le cayó mal un par de bromas irónicas de sus integrantes”, según detalla el libro “50 años de rock en la Argentina”, de Marcelo Fernández Bitar.
La ironía era parte de la frecuencia creativa de la banda, que también se respiraba en sus letras. Se notaba en la festiva “Autos, jets, aviones, barcos”, cuando Lebón cantaba “se está yendo todo el mundo”. Era una pintura del exilio de sus compañeros de ruta, desde Litto Nebbia, Gustavo Santaolalla y León Gieco hasta los pibes Pino Marrone, Aníbal Kerpel y José Luis Fernández. Ellos también eran parte de ese vagón que se iba por una vía hacia tierras infinitas, como mostraba la tapa del disco.
“Serú Girán” era una palabra inventada y el tema del mismo nombre también tenía palabras que no estaban en ningún diccionario. “Parastana, nesari eri desi oia, seminare narcisolesa desi oia, serilerilán”, cantaban en el estribillo en uno de los momentos cumbre. No decía nada y era una manera de decir todo.
Y si le faltaba algo a este disco era un gran hit: “Seminare”. “Esas motos que van a mil, sólo el viento te harán sentir” cantaba Lebón y remataba con “porque estamos en la calle de la sensación, muy lejos del sol, que quema de amor”.
Hoy una remasterización del Inamu (Instituto Nacional de Música) le hace justicia a un disco clave en la historia del rock argentino, simplemente porque ajusta la calidad de sonido, que era la única deuda que tenía esta obra maestra, a la que muchos le bajaron el precio simplemente “porque se escuchaba bajito”. “Serú Girán” está de nuevo en la calle y en el aire. Hoy suena más fuerte que nunca y hay muchos y muchas que recién ahora lo ponen en valor. Pero vaya una aclaración: cuando se dice algo a bajo volumen y bien clarito, el mensaje llega mejor que cuando se dice cualquier pavada a los gritos. Serú siempre cantó fuerte y claro. Sólo hay que volver a caminar por esa calle de la sensación.