Un chico de 14 años está viviendo con otros dos en una casa de Villa Gobernador Gálvez. Repentinamente en la cocina de la vivienda uno de esos dos lo apunta con un arma. No es un juego, no hay azar, no será accidente. Es un acto intencional con un propósito escogido y un anuncio claro del inminente final. El chico solo puede mirar lo que le espera y lamentar su insuperable desventaja. Qué momento el momento en que alguien entiende que lo van a matar. A corta distancia, a quemarropa, entre cuatro paredes, le disparan un tiro a la cara y otro a la columna vertebral. El chico se derrumba. Cuando llegan los médicos está muerto.
Esto pasó el sábado a las ocho de la mañana. El chico se llamaba Derian Varela. Poco tiempo antes había estado del otro lado. En la Unidad de Homicidios de la Fiscalía de Rosario ubicaron a Derian como el responsable de matar a un chico de una manera propia de la criminalidad adulta. En el juzgado de Menores Nº 3 coincidieron con ese enfoque fiscal. En compañía de otro chico de Puente Gallegos, donde vivían todos, Derian llamó a Milton Gordillo, de 17 años, para encontrarse a orillas del arroyo Saladillo. Allí lo mataron de seis balazos. Cuatro meses después a Derian le llegó la hora.
¿Conocemos a alguien de 14 años? Todos tenemos algún vecino, o hijo o sobrino, propio o de un amigo, de esa edad. Nos vinculamos con ellos, conversamos, nos internamos en los matices luminosos de la sensibilidad, del ingenio, de los conflictos, del humor de sus tempranas vidas. ¿Podemos imaginar que esos chicos que conocemos de esa edad empiecen a usar armas de fuego a los ocho años? ¿Somos capaces de pensarlos ejecutando a tiros a alguien? ¿O imaginarlos enfrentándose a la inminencia de la muerte como le pasó a Derian?
Derian representa no a esos chicos de 14 que conocemos sino a todo lo que está lejos de nosotros. ¿Es casualidad esa lejanía? ¿Qué vida le tocó a este chico para tener incorporada a su subjetividad la posibilidad de matar y también de morir a la edad de estar en primer año de la secundaria?
Un especialista en niñez que trabajó a nivel judicial el asesinato de Milton Gordillo, el 21 de abril pasado, estaba asombrado por un matiz de la conducta homicida. Lo que está escrito en el sumario de boca de un testigo deja sin respiración. Derian se arrima a Gordillo con un arma en cada mano y le dispara a sangre fría. Ya baleado, este chico se arrodilla y como pidiendo ayuda murmura: "Mi mamá". Son sus últimas palabras. Derian se va, retoma sus pasos y le vuelve a disparar.
"En ese acto tremendo asoman los rasgos de una criminalidad adulta y afianzada", analizó el especialista. "No aparece la pura impulsividad y la agresividad desbocada que caracteriza la conducta de los niños envueltos en hechos violentos. Un chico que convoca a otro a un encuentro donde hay un propósito meditado, que en ese lugar sin salida le dispara seis tiros y que se marcha caminando, lo que muestra es que tiene incorporado un patrón mafioso".
Este tipo de homicidio no es ni por lejos representativo de la mayoría de los eventos. Pero no solo dejó de ser un caso aislado, es además potente símbolo de una novedad sociológica. En 2015 la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (Cidh) compiló reportes en las ciudades de mayor incidencia criminal en América Latina en países como México, Brasil, Colombia, El Salvador y Honduras. Se tituló "Violencia, niñez y crimen organizado en América". El documento alude a la inseguridad y la violencia contra menores de edad, principalmente de grandes urbes de zonas periféricas, tradicionalmente excluidas, con escasa presencia del Estado y de otras instituciones, y negativamente discriminadas. Países en donde la acción de grupos delictivos armados precariza aún más la situación y donde se sigue priorizando la respuesta punitiva del sistema penal y la privación de la libertad en detrimento de programas de reinserción social.
¿Y qué pasa con los niños y adolescentes de esos lugares críticos? Pasa que viven en contextos con presencia abrumadora de grupos criminales en sus zonas, donde sufren presiones, amenazas o engaños para colaborar de parte de grupos violentos, a los que también se acercan ellos en búsqueda de oportunidades, reconocimiento, protección y sentido de pertenencia. "Leyendo ese informe de la Cidh sobre casos de violencia extrema ocurridos en esas ciudades reconocí lamentablemente acciones de chicos que ya vemos en Rosario y que llegan a mi juzgado repetidamente", dijo Alejandro Cardinale, juez de Menores Nº 3.
El vértigo
Rosario está atravesada por una criminalidad vigorosa que en apenas una década renovó sus métodos y diversificó sus propósitos. El miedo es el insumo más utilizado para lograr metas económicas y de predominio entre facciones que no son, todavía, de la envergadura que tienen los grupos criminales cuando se vuelven expertas en lavado de dinero. Pero que utilizan el miedo para neutralizar reacciones de la sociedad civil. Las extorsiones a todo tipo de rubros comerciales en la ciudad ya se volvió de una masividad de la que hay referencias cotidianas en la Unidad Fiscal de Balaceras. En algunos casos se denuncian porque hay resistencias. Cuando no hay denuncias, como dicen los fiscales intervinientes, es también porque hay comerciantes que para seguir optan por pagar.
En 2018 espacios que nunca fueron tocados en ningún lugar del país, como los edificios de la Justicia Penal, empezaron a ser atacados en Rosario. Esto también fue una novedad que no desapareció aún cuando hubo autores identificados y condenados. Este miércoles, aunque la dimensión sea distinta, el edificio de la Justicia federal en Oroño al 900 fue baleado. En general entre los planteles de tiradores en casos de extorsión a comerciantes aparecen chicos muy jóvenes. Como Derian, que pertenecía a una familia que fue víctima de la usurpación de su casa y que luego, en esas dinámicas dramáticamente móviles, adoptó la misma modalidad delictiva.
Y sembrar el terror va ganando validación en la ciudad. La muerte este sábado de Virginia Ferreyra, la bailarina de danzas árabes baleada en Parque del Mercado, fue noticia nacional. A ella y a su madre Claudia Deldebbio, de 58 años, asistente escolar que falleció en el lugar, las balearon hacía un mes mientras esperaban el colectivo. A menudo mal usada, la noción de inseguridad más ajustada es cuando acciones violentas se despliegan en forma recurrente en un territorio y pueden ocasionar víctimas aleatorias. Claudia y Virginia murieron porque estaban allí por casualidad. Pero la dinámica que las mató no es ni aleatoria ni casual. Se debe a un problema grave inscripto en un largo proceso pero en el que el gobierno de Omar Perotti ha mostrado niveles de improvisación y de falta de gestión asombrosos.
Hay un dato muy significativo sobre esta aleatoriedad cada vez más acentuada. El último informe del Observatorio de Seguridad muestra que en los 195 homicidios en Rosario al 31 de agosto once fueron víctimas no escogidas como blanco. Estas muertes, a las que no podría llamarse por error sino a pesar del error, superan a los homicidios en ocasión de robo. En delitos de esta clase es cada vez más común ser ajeno a los incidentes o a los conflictos que suprimen la vida. Y vuelven a bajar las edades de ofensores y víctimas. Como señala el informe de la Cidh en Rosario, como en las ciudades latinoamericanas más violentas, las niñas, niños y adolescentes constituyen uno de los grupos más afectados por diversas formas de violencia y de vulneraciones a derechos, así como por el actuar del crimen organizado.
Una ciudad sin sol
Hace una semana en el Foro Regional Rosario disertó Arturo Luján Olivas, director de una fundación de empresarios del estado mexicano de Chihuahua orientada a implementar proyectos de pacificación ciudadana. Al intervenir contó que en las dos mayores ciudades del estado, Ciudad Juárez y Chihuahua, empezó a verificarse hacia 2008 una problemática similar a la criminalidad urbana que hoy estremece a Rosario a una escala como no se ve en ninguna otra del país.
Lo calificó como el desborde de un nuevo tipo de delincuencia tomadas por el fenómeno predominantemente narco. "Se comenzaron a convertir nuestras ciudades en ciudades fantasmas después de que bajaba el sol. La vida nocturna y la actividad de restaurantes fueron dejando de existir. Las calles empezaron a quedar vacías a las seis de la tarde. Se iniciaron las extorsiones generalizadas y los secuestros. Para 2009 los homicidios treparon a la cifra impresionante de 90 muertes cada 100 mil habitantes", contó.
Luján Olivas reportó que la criminalidad se vio reflejada en la inactividad de los negocios y deprimió la disponibilidad de mano de obra porque los migrantes de otros estados, corridos por la violencia, regresaron a sus lugares de origen dejando a menudo sus casas abandonadas. La violencia se vio en el terror comunitario pero también en los bolsillos. "Los empresarios dejaron de tener utilidades en general. La extorsión y el secuestro fueron los delitos generados que más golpeaban al sector empresarial y producían un pánico, me atrevería a decir, mayor que el homicidio. Eso implicó que parte del empresariado se fuera de Chihuahua y otros empezaran a contratar seguridad privada o a armarse".
Pero sostuvo también que el auge de la violencia hizo que empresarios mexicanos comenzaran a buscar en Colombia experiencias sobre cómo se habían defendido sus pares allí de los mismos delitos. El principal consejo que se trajeron de Colombia fue que se armara un observatorio ciudadano de lo que estaba pasando para intervenir con método. "Una molécula cambia a través de la información. Y nos ha servido en la prevención, seguridad y justicia. Eso derivó en la propuesta de subir los impuestos a empresarios para aplicar a la seguridad, lo que debía ser monitoreado, porque se entendió que sin seguridad no habría prosperidad.
En una provincia que el año pasado dejó sin ejecutar importantes partidas del presupuesto de seguridad eso puede ser una parte del asunto. El eje más opresivo y alarmante son todos estos signos de una criminalidad nueva, que presagia realidades no transpolables automáticamente desde otras geografías, pero a las que sería necio no tener en cuenta cuando hechos ocurridos en ellas están afianzándose aquí. Suben los delitos de sangre, trepan las balaceras extorsivas, se disparan los chantajes a los comercios y crecen las edades tempranas de ofensores y víctimas. Que muchas veces juegan roles que cambian a mucha velocidad. Ninguno de los chicos que tiran suelen ser esos chicos de 14 años con los que tenemos contacto. Esos son siempre los otros, los lejanos, aquellos de los que sabemos poco y a los que nunca vimos sufrir.
Estos cambios extraordinarios que postulan tiempos más oscuros exigen acciones extraordinarias. Eso debería incluir búsqueda de información, consultas a experiencias externas que hayan tenido éxito relativo, fuerza de imaginación y voluntad, y vocación de acuerdos duraderos. Hoy la Argentina de la inflación desbocada y del bajo desempleo ofrece en el mejor de los casos trabajo precario con salarios pulverizados a los que provienen de segmentos que pudieron mantener la cultura laboral. Ni pensemos qué les da a los de los sectores populares de donde viene Derian. Frente al arraigo de acciones de un cultura criminal nueva hay una pregunta inquietante y no capciosa: ¿es capaz de dar la política, la de la representación usual, la que conocemos, una respuesta distinta a la que ofreció hasta hoy? ¿Tiene la política que incluye a los tres poderes la posibilidad de hablar, como dice el periodista Diego Genoud, de aquello que tenga que ver con las preocupaciones sociales? ¿O será que las discusiones que cruzan chicanas o buscan el primer culpable hasta los tiempos de Adán significa la aceptación, sin estas palabras, de que a esta realidad la política de hoy no tiene forma de revertirla?