“Nos parece que la filosofía y sus estudiantes harán un aporte muy grande al país, para que sea más justo y más federal. Filosofía, como nueva sublínea estratégica, tiene en cuenta que el trabajo conceptual reciente de la comunidad filosófica en sus diversas áreas (ética, metafísica, teoría del conocimiento, teoría de la argumentación, bioética, filosofía de la tecnología, lógica y filosofía política) ha permitido verdaderas transformaciones socioculturales en la vida de los pueblos”, destacó el ministro de Educación Jaime Perczyk, al momento del anuncio. Hasta ahora el programa incluía áreas del conocimiento como alimentos, ambiente, computación e informática, energía convencional y alternativa; gas y petróleo, logística y transporte, minería y ciencias básicas.
Con esta medida, el Estado no solo reivindica a las humanidades sino que también eleva el estatus de la filosofía, frecuentemente concebida como un área del saber que no ofrece salida laboral a sus estudiantes y que poco contribuye al desarrollo productivo de la Nación.
En el listado de las carreras beneficiarias con las Becas Belgrano figura tanto el profesorado como la licenciatura en filosofía que se dictan en la Facultad de Humanidades de la UNR, donde según el último Boletín Estadístico cursan unos 680 jóvenes. En diálogo con La Capital, docentes de esta disciplina celebraron la decisión oficial que beneficia a sus estudiantes y explicaron por qué esta es un área estratégica para el desarrollo del país. En palabra de todos ellos, el común denominador reside en destacar su contribución a la generación de pensamiento crítico, porque “pone en cuestión” saberes hegemónicos que no siempre favorecen a las mayorías.
Pensar el desarrollo
Melina Mailhou es docente de la carrera de filosofía y secretaria técnica de la Escuela de Filosofía de la Facultad de Humanidades (UNR). Dice que el principal aporte al desarrollo estratégico nacional tiene que ver con su potencia a la hora de poner en cuestión presuntas verdades o “evidencias” socialmente naturalizadas. “Aceptar acríticamente que la técnica implica progreso, que el conocimiento científico conlleva necesariamente bienestar humano y que la hiperconectividad nos vincula más y mejor con los otros, son sólo algunos ejemplos de los supuestos de los que hay que sospechar si queremos hacer conscientes los dispositivos que nos atraviesan y estructuran subjetivamente”, indica.
Para la docente, cuestionar estos supuestos es justamente una tarea filosófica que contribuye a ser más libres, en tanto brinda herramientas para desarrollar una voz propia situada en el país y la región, o lo que ella llama una “epistemología del sur”. Mailhou también aclara que la mera presencia de la filosofía en la currícula educativa no garantiza de por sí el pensamiento crítico, en la medida que se puede enseñar este saber transmitiendo el canon establecido de autores europeos, varones y blancos. La presencia de la filosofía en la escuela y su consideración como carrera estratégica para el desarrollo nacional “solo cobra verdaderamente sentido transformador si nos hacemos cargo de ejercer el pensamiento crítico incluso contra la propia filosofía. Si revisamos el canon heredado, si lo releemos y reescribimos desde perspectivas críticas, como por ejemplo las de género y las decoloniales”, explica la docente, para quien el currículum escolar es un territorio donde se ponen en tensión los saberes hegemónicos y contrahegemónicos.
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Docentes de filosofía destacaron que esta disciplina contribuye a la generación de pensamiento crítico.
En el mismo sentido se expresa Federico Donner, profesor de historia de la filosofía contemporánea de Humanidades. Sostiene que la tarea de la filosofía siempre debe ser situada y con mirada local, desde la propia comunidad. “Es estratégico que como país y comunidad pensemos críticamente con nuestros pares qué es lo que entendemos por desarrollo, y no dar por sentado que el desarrollo es un modelo importado imperial colonial, que tiene por lo menos 200 o 300 años y que supone un etapismo histórico predeterminado”, indica.
Para sostener este argumento, se refiere a la historia de la región y explica que desde la segunda posguerra se expandió en Latinoamérica un discurso del desarrollo impulsado por algunos organismos internacionales como la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), abocados a promover el desarrollo económico y social de la región. Esa jerga estaba montada sobre una serie de conceptos filosóficos modernos que emergieron en el siglo XVII y XVIII, y que estipulaba que había naciones maduras y por tanto desarrolladas, y otras inmaduras que debían seguir las mismas etapas de esas naciones adelantadas para salir del subdesarrollo, a modo de faro o referencia.
El docente de la UNR explica que existen innumerables críticas desde la filosofía con respecto a esos modelos predeterminados que suponen que la ciencia y la técnica son de por sí emancipatorias. Y apunta: “El desarrollo científico técnico no asegura de por sí ni la emancipación ni el bienestar de la gente, porque puede ser utilizado para la concentración económica, el enriquecimiento de unos pocos, la contaminación y la manipulación”. Para Donner la clave está en pensar qué tipo de desarrollo productivo quieren los argentinos y argentinas. Un interrogante donde la filosofía tiene mucho para aportar, en tanto cumple un rol reflexivo sobre los fines de la ciencia y de la técnica, y los propósitos del crecimiento y el desarrollo productivo del país. “Si vamos a dar por supuesto que esos fines son los que establece el mercado, o si el Estado responde a la lógica de la acumulación del mercado, vamos a estar en la misma situación”, explica. Y concluye que el aporte más importante de la filosofía es proporcionar una idea crítica y descolonizada del progreso y el desarrollo local.
A modo de ejemplo, el docente explica que en los últimos años el país experimentó un crecimiento económico que lejos de beneficiar a la población, fue acompañado de una gran concentración de la riqueza. “La tecnificación del campo no necesariamente impacta en el bienestar de la población, porque no implica de por sí ni mejores alimentos, ni mas baratos para la gente. Ahí tenemos una típica falacia del desarrollo”, afirma y agrega: “Cada vez que decimos tecnología o desarrollo, tenemos que pensar para qué y para quiénes. Celebro que la filosofía aparezca como un campo que tiene toda la potencialidad para pensar nuevos modos, qué tipo de desarrollo y qué tipo de vínculos queremos con el medio ambiente”.
Donner vuelve a poner su ojo crítico al modelo hegemónico occidental que pregona un desarrollo ilimitado de todas las capacidades. “Un crecimiento económico ilimitado en un planeta con recursos limitados —dice— solo puede estar en la cabeza de alguien que no está en sus cabales. Lo que estamos experimentando con el cambio climático es justamente que tenemos que pensar en un límite”.
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Por el bien común
“Desde nuestra realidad argentina contemporánea, probablemente lo más urgente sea lo que la filosofía ya viene haciendo de manera silenciosa, que es contribuir a pensar el conflicto de saberes en la educación de niños y jóvenes. Suena como una tarea menor, pero si logramos pensar cómo se configura el saber y el poder en las instituciones, y contribuimos a su democratización interna y sobre todo con la comunidad, creo que estamos haciendo muchísimo”, dice Juan Manuel Viana, profesor de filosofía en las facultades de Humanidades y Ciencia Política de la UNR, y en la de Trabajo Social de la Universidad Nacional de Entre Ríos (Uner).
Viana afirma que cuando una persona ingresa a la carrera de filosofía en una universidad pública nacional ya tiene alguna voluntad de cuestionamiento de la realidad social y de su propia existencia. Esa voluntad tiene que habituarse a un desarrollo curricular clásico, en la medida que tiene que leer y comprender debates y textos de autores de distintos períodos e idiomas, la mayoría de ellos varones europeos. Un hecho que actualmente está en cuestión. Para el docente, este tránsito por la universidad trae aparejado la formación de sujetos que comprenden una infinidad de marcos conceptuales y que conviven con una multiplicidad de concepciones de la realidad, la verdad, el ser humano y la comunidad. Lo que para algunos puede ser una debilidad y para otros un plus de riqueza interpretativa y política.
“Creo que este reconocimiento de la carrera como estratégica valoriza el esfuerzo que implica graduarse en filosofía, y a la vez trata de capitalizar para lo público a profesionales acostumbrados a pensar la diferencia”, afirma el profesor, y avizora que este paso adelante para la filosofía quizá comprometa más a los docentes a repensar qué perfiles están contribuyendo a configurar y a recuperar el gesto de proponer el “cómo puede” o “cómo debe” organizarse la pluralidad humana en favor de un bien común.
Una práctica política
A la pregunta acerca de qué puede aportar la filosofía al desarrollo estratégico nacional, la profesora Malena Pontelli responde, entre otras cosas, que brinda herramientas para defenderse. Docente universitaria en la UNR y la Uner, además de enseñar en el nivel terciario y medio, dice que la filosofía, como actividad no solamente crítica sino también creativa, “puede procurarnos instrumentos para defendernos de la doxa (como dirían los antiguos), del barullo que generan los medios hegemónicos de información, la cultura de la imagen, la exigencia de hiperactividad e incluso de bienestar”. Y que frente a esos discursos de poder “que hacen de nosotros sujetos de obediencia, la filosofía, al igual que la democracia, es una práctica política cuyo fin es la autonomía, la capacidad de dictarnos la propia ley como ciudadanos libres y como comunidad soberana”.
Para la profesora, sin dudas el mayor potencial de la filosofía es su capacidad de dotar de herramientas que favorecen el desarrollo del pensamiento crítico y la deconstrucción de verdades naturalizadas. Desarmar y discernir, al tiempo de construir, proyectar y pensar otros escenarios posibles. Aquí reside, a su entender, la potencia de la filosofía como saber situado, posibilitador de pensamiento crítico y de nuevas proyecciones.
“Voy a parafrasear mal a Marx”, avisa Pontelli, y prosigue: “La filosofía ha interpretado al mundo pero también se trata de transformarlo. Como sujetos culturales estamos atravesados por representaciones simbólicas e imaginarias, y por lo tanto nuestras prácticas están constituidas por relatos del sentido común. Entonces, interpretar de otra manera es una estrategia para producir nuevas simbolizaciones, aunque esto implique entrar en un campo de batalla. En este sentido, los modos en que interpretamos el mundo guían nuestras acciones, consciente o inconscientemente. Por lo tanto, si no pensamos las ideas (o las zonceras, como diría Jauretche) que nos atraviesan y hablan por nosotros, permanecerán impensadas e indestructibles”.