Se trata de una trampa que busca censurar la denuncia de las sistemáticas violaciones a los derechos humanos por parte de una potencia colonial ocupante que desoye sistemáticamente, desde hace ocho décadas, las resoluciones de Naciones Unidas y que continúa transgrediendo los artículos de la Convención de Ginebra y los Acuerdos de Paz de Oslo firmados en la década de 1990.
Esta trampa consiste en la utilización por parte del discurso político israelí del trauma que experimentaron los judíos europeos durante el genocidio nazi para justificar el despojo de tierras a los palestinos, su segregación, su expulsión, y su actual genocidio. Para el relato sionista, los judíos somos víctimas eternas, que debemos luchar contra nuestros enemigos que buscan exterminarnos. Como todo mito, se sirve de experiencias históricas verdaderas, como el antisemitismo sufrido por los judíos en la Europa moderna, fundamentalmente a partir de la Reconquista española de Al Andalus y de la Inquisición hasta la Solución Final.
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Los palestinos caminan y conducen junto a los edificios destruidos durante los bombardeos israelíes en el sur de la Franja de Gaza en medio del conflicto entre Israel y el grupo militante palestino Hamas, Khan Younis, Gaza. Fotografía: Eyad Baba/AFP/Getty Images
Sin embargo, la historia judía en Medio Oriente poco tiene que ver con esa narrativa, que busca “nazificar” a los palestinos y mostrarlos como opresores, cuando en realidad son víctimas de una violencia colonial que desde hace 100 años busca despojarlos de su tierra.
El libro fue primero presentado en el Centro Cultural de la Cooperación, en Buenos Aires, y una semana más tarde en Rosario. Unos diez días después, el profesor Jaime Katz, asiduo articulista de La Capital, publicó una nota en la que desmerece al libro con el título “¿Genocidio en Palestina? ”.
Afirma el profesor Jaime Katz: “Cuando uno se encuentra con un título de un libro que se aleja de la realidad, debe suponer que es realismo mágico, ficción o deliberadamente elegido para provocar una reacción que impulse a leerlo. Lo que no es creíble es que un intelectual tilde de genocidio a aquello que está ocurriendo en Gaza y Palestina”.
Katz parece referirse a otro libro. Su texto es una colección de especulaciones deductivas a partir del título del mismo, pero lamentablemente no cita ningún artículo, no polemiza con ninguno de los autores. No discute ninguna idea planteada, no refuta ningún dato. La mera lectura del título parece bastarle, como si allí encontrara la prueba suficiente de que se trata de un libro poco serio, de un ejercicio de la imaginación poética o de un intento inmaduro de provocación de un autor (no se hace eco que hay más de un autor).
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Franja de Gaza en ruinas. Imagen de la ciudad Khan Yunis, la semana pasada.
Existen en las tradiciones teológicas judía, cristiana o islámica, corrientes dogmáticas, pero por lo general uno se encuentra con que los modos de interpretación de los textos sagrados, la hermenéutica, están repletos de polémicas y de disputas. Por más que lo nieguen, la filosofía occidental y la ciencia modernas son herederas de esas ricas tradiciones de lectura y de discusión entre pares. El intercambio de ideas y argumentos, la discusión apasionada pero respetuosa por el esfuerzo de reflexión del otro, fundamentalmente en el desacuerdo, a veces se ven interrumpidas cuando una de las partes no está dispuesta a someter a examen sus propios supuestos.
Es una pena que el profesor Katz se prive de leer (y discutir) a autores como la filósofa política Judith Butler, cuyo capítulo cierra el libro. Butler posee una vasta obra reconocida mundialmente, fundamentalmente sobre cuestiones de género y de prácticas de poder. Sería interesante que se topara con el capítulo escrito por Silvana Rabinovich, investigadora de la UNAM, que se especializó en el estudio de las escrituras hebreas y en la ética inspirada en la tradición judía.
Rabinovich es traductora, entre otras cosas, de los escritos políticos de Martin Buber sobre Israel-Palestina. Invito al profesor Katz a recorrer las inquietantes páginas que plantea Rodrigo Karmy sobre el Shahid, el mártir, una figura clave para comprender la tenacidad de la resistencia palestina más allá de los prejuicios occidentales que consideran irracionales y fanáticos a todos los árabes, particularmente a los musulmanes. Karmy es un filósofo político chileno, de origen palestino, que desarrolla su actividad en el Centro de Estudios Árabes de la Universidad de Chile, desde donde trabaja temas tan diferentes como la biopolítica, las prácticas de resistencia o el pensamiento de Averroes.
Ojalá pudiera el profesor Katz dedicar su valioso tiempo a la lectura de esos tres textos mencionados, así como a cada uno de los capítulos escritos por Pablo Abufom, Varsen Aghabekian, Patricio Brodsky, Federico Donner, Ariel Feldman, Dalal Iriqat, Daniel Jadue, Lina Meruane, Yakov Rabkin, Fred Ritchin, Nicolás Slachevsky, y Odette Yidi.
¿Qué dicen los académicos israelíes sobre el genocidio y el apartheid?
Katz no leyó nuestro libro. En su artículo tampoco se hace eco de toda la producción crítica sobre el sionismo que los académicos israelíes vienen publicando desde hace casi 50 años. A fines de la década de 1970, Israel desclasificó sus archivos oficiales, lo que permitió que los investigadores tuvieran acceso a una vasta documentación. Los nuevos sociólogos israelíes de la década de 1980 demostraron entonces que la narrativa oficial israelí en la que ellos mismos creían era una falacia. La versión oficial decía que en 1948 Israel era un pequeño David frente a un conjunto de grandes Goliaths: los ejércitos de los países vecinos como Siria, Líbano Transjordania y Egipto. Estos ejércitos pensaban vencer fácilmente a los sionistas, y los palestinos, habitantes originarios, se retirarían estratégicamente para facilitar una nueva masacre de judíos, tal como había sucedido recientemente en Europa.
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Voceros de Unicef explicaron que las escuelas en Gaza están "repletas de civiles, niños, madres y familias que se refugian en cualquier espacio vacío".
Foto: AP
Al encontrarse 30 años después con la documentación oficial (archivos, correspondencias, telegramas, etc.), los investigadores israelíes, formados en universidad israelíes que estudiaban documentación israelí quedaron perplejos con su hallazgo: en realidad, durante la guerra de la independencia (como la llaman los israelíes) o la Nakba (la catástrofe, para los palestinos), las fuerzas militares sionistas llevaron adelante una limpieza étnica expulsando a más de la mitad de la población palestina nativa (unas 800 mil personas) sembrando el terror a través de masacres de civiles desarmados y de dinamitar aldeas. Deir Yassin, Tantura, son algunos de los nombres que resuenan en la memoria palestina. La limpieza étnica de Palestina del historiador israelí Ilan Pappe, se ha convertido en un texto clásico insoslayable. Pappe demuestra que los sionistas habían sido entrenados y armados por la ocupación británica, y que los ejércitos de Siria, Líbano y Egipto estaban mal equipados y peor entrenados, mientras que el ejército transjordano, el único con chances de derrotar a las fuerzas paramilitares sionistas, firmó rápidamente el armisticio con los sionistas, que estaban al tanto de su poderío.
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Los estudiantes hacen los deberes después de las clases en su escuela de campaña, construida sobre los escombros de la casa destruida del profesor, Khan Younis, Gaza. Fotografía: Anadolu/Getty Images
Sin embargo, a pesar de la contundente documentación y a pesar incluso que los historiadores sionistas más nacionalistas como Benny Morris aceptan que la campaña de 1948 fue una limpieza étnica, los judíos sionistas siguen percibiéndose como víctimas de un enemigo que los quiere exterminar y no perciben su rol de colonizadores europeos que despojan a una población indígena de su tierra. De hecho, uno de los lemas del sionismo es “una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra”. Aquí en Argentina sabemos muy bien que la metáfora del desierto es una estrategia de invisibilización de las comunidades indígenas cuyas tierras eran deseadas por el Estado naciente, que finalmente los exterminó.
El despertar de un sueño dogmático siempre resulta doloroso. La certeza inmutable de ser una víctima eterna es una especie de ceguera que oculta lo más evidente. La ocupación israelí de Palestina, el despliegue de un sistema de apartheid que imposibilita la vida de los palestinos, que les impide ver a sus familiares, atenderse en hospitales, ir a trabajar a sus propios campos, las detenciones ilegales, las torturas, las ejecuciones sumarias de líderes políticos y culturales, la demolición de viviendas, el racismo y la segregación permanentes se han vuelto invisibles para los israelíes, que ya no los consideran humanos.
En nuestro libro, no se habla de genocidio ni de apartheid a la ligera. El sistema israelí de apartheid fue descrito en un informe en 2022 por el entonces Relator Especial de la ONU para los Derechos Humanos en los Territorios Palestinos Ocupados Michael Lynk: “Existe hoy en los Territorios Ocupados Palestinos un sistema legal y político profundamente discriminatorio que privilegia a los 700 mil colonos judíos israelíes que viven en los más de 300 asentamientos ilegales en Jerusalén Oriental y en Cisjordania”.
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Muhammad al-Durra, un palestino cuya casa fue destruida en un ataque israelí y que perdió a su esposa, rompe el ayuno con sus hijos, Rafah, Gaza. Fotografía: Anadolu/Getty Images
Desde hace décadas, la prensa israelí habla de apartheid, del mismo modo que los sociólogos y politólogos israelíes radicados en Israel-Palestina y en el extranjero, utilizan esta categoría analítica. En 1987, el académico israelí Uri Davis publicó Israel: An Apartheid State, y en 2004 escribió otro libro: Apartheid Israel: Possibilities for the Struggle Within. En el 2001 fundó el Movimiento contra el Apartheid Israelí en Palestina (MAIAP). Para no abundar con referencias, sugiero dos lecturas iniciales: Apartheid Israel. The Politics of an Analogy, un libro de autores varios editado por Jon Soske y Sean Jacobs, con un prólogo imperdible del filósofo político camerunés Achille Mbembé, conocido por sus libros Crítica de la razón negra y Necropolítica. Y recomiendo también una guía para principiantes: Israeli Apartheid. A Beginner’s Guide, de Ben White, cuyos artículos se pueden leer en la prensa británica como The Guardian, The Independent, o en el Newsweek Middle East.
Todos los genocidios modernos son precedidos por la estigmatización de un grupo, su separación física del grupo social que “merece una vida plena” los deshumaniza aún más. Una vez que el grupo estigmatizado ha sido segregado de la comunidad política, su expulsión o su exterminio se tornan inminentes.
La segregación normalizada del apartheid de los palestinos se articula con campañas militares que utilizan bombas de fósforo (prohibidas por la Convención de Ginebra) que queman vivas a las personas y que arrasan con barrios enteros.
A partir de octubre del año pasado todo esto se profundizó, y la retórica de la violencia política del apartheid se transformó en incitación al genocidio. El escritor israelí Alon Mizrahi lo refleja perfectamente al recopilar lo que circula en las redes, los mass media y el discurso de todo el arco político: “matar, destruir, exterminar, reducir a escombros; arrasar. No hay inocentes”.
Con excepción de partidos muy minoritarios que sí consideran a los palestinos sus interlocutores, los ministros del gobierno israelí afirman públicamente que los palestinos son animales humanos, y no esconden sus intenciones: “haremos una nueva Nakba”, “los expulsaremos al desierto”, “los hambrearemos”, “los exterminaremos como a Amalek”.
Es una pena que nada de esto se refleje en las columnas de opinión de Jaime Katz. Resulta difícil procesar todo esto cuando uno tiene el hábito cultural de considerarse una víctima y que los hechos no se dignen a acomodarse a las propias creencias.
Invito también al profesor Katz a leer el análisis de algunos académicos israelíes sobre la destrucción de Gaza y el asesinato de más de 40 mil palestinos, la mayoría mujeres y niños, atacados en sus casas o refugios mientras duermen. Raz Segal es un profesor universitario israelí especializado en el estudio de los genocidios modernos y calificó recientemente al ataque de Israel a Gaza como un caso de genocidio de manual. Segal señala que Israel racionaliza la violencia que ejerce a partir de un “uso vergonzoso” de la memoria y de los aprendizajes del Holocausto.
El profesor Amos Goldberg, investigador de la Universidad Hebrea de Jerusalén, es especialista en estudios sobre el Holocausto, y considera que Israel está cometiendo indudablemente un genocidio.
Omer Bartov, historiador israelí sobre genocidios, sostiene que a partir del ataque del ejército israelí a Rafah el 6 de mayo de este año, “ya no es posible negar que Israel está involucrado en crímenes de guerra sistemáticos, crímenes contra la humanidad y acciones genocidas”.
El israelí Neve Gordon es profesor de Derechos Humanos en la Universidad Queen Mary de Londres y es vicepresidente de la Sociedad Británica para Estudios sobre Medio Oriente. Gordon escribió junto a Muna Haddad, una abogada palestina que se especializa en Derechos Humanos, una columna historizando la utilización del hambre por parte de Israel como arma de opresión contra la población palestina. La amenaza genocida del General israelí Yoav Gallant de dejar a Gaza sin agua, sin electricidad y sin comida, se inscribe sin dudas en una larga historia de deshumanización de los palestinos, a quienes los ministros israelíes llaman “animales humanos”.
Naciones Unidas y ONG israelíes de derechos humanos
A fines de marzo de este año, dos meses después que los editores Faride Zerán, Paulo Slachevsky y Rodrigo Karmy convocaran a los autores a formar parte de este proyecto llamado "Palestina. Anatomía de un genocidio", la relatora especial de Naciones Unidas para los Derechos Humanos en los Territorios Palestinos Ocupados, Francesca Albanese, publicó un informe en el que sintetiza el horror:
"Después de casi seis meses de implacable ataque israelí a los territorios ocupados de Gaza, es mi deber solemne informar sobre lo peor de lo que la humanidad es capaz de hacer y presentar mi conclusión: ‘’La anatomía de un genocidio”".
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Palestinos llevan a un muerto para ser sepultado en el cementerio en Deir al-Balah, Franja de Gaza, el 9 de agosto del 2024. (Foto AP/Abdel Kareem Hana)
Sobre el uso del término genocidio, el artículo del profesor Katz hace algunas afirmaciones llamativamente imprecisas:
“Lo que está ocurriendo hoy en Gaza está muy lejos de ser tildado de genocidio. Ni siquiera La Haya usa ese término que se acuñó después de la Segunda Guerra Mundial para ponerle nombre a lo que aún no había sido denominado: la matanza nazi del pueblo judío.”
La Corte Internacional de La Haya no participó de los juicios de Núremberg en los que se condenó a los jerarcas nazis, por lo tanto no pudo haber dictado sentencia sobre esos terribles crímenes. Dichos juicios fueron llevados a cabo por el denominado Tribunal Militar Internacional, integrado por jueces de Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y la Unión Soviética
Además, la creación del término genocidio por parte del jurista judeopolaco Raphael Lemkin data recién de 1948, cuando ya habían finalizado. Por lo tanto, el Tribunal Militar Internacional no pudo nunca haber utilizado un término en 1946 que aún no existía. Mucho menos la Corte Internacional, que ni siquiera se ocupó de esa investigación. Es más, Lemkin acuñó este nuevo tipo penal precisamente a partir del exterminio de los judíos europeos, el caso que oficia de paradigmático para la mayoría de los especialistas en estudios sobre genocidio en el mundo occidental.
Tampoco se hace eco el artículo del profesor Katz que en enero de este año, la Corte Internacional de Justicia emitió su primer veredicto ante la demanda interpuesta por Sudáfrica en relación con delitos de genocidio cometidos por Israel en la Franja de Gaza. Entre los puntos más relevantes del fallo de la corte, está que se permita la entrada de asistencia humanitaria. Además, dice que Israel debe garantizar que sus fuerzas no comentan posibles actos de genocidio.
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Soldados israelíes se encuentran afuera de un edificio durante la ofensiva terrestre en la Franja de Gaza en Khan Younis, el sábado 27 de enero de 2024. (Foto AP/Sam McNeil)
Por último, la valiosa labor que vienen realizando desde hace años una decena de asociaciones y organismos de derechos humanos israelíes e israelí-palestinos en los territorios ocupados dan por tierra con la mayoría de afirmaciones desplegadas en el artículo del profesor Katz.
El portal de B'tselem (Centro Israelí para los Derechos Humanos en los Territorios Ocupados), tiene una entrada llamada “escudos humanos”, donde muestra que esta es una práctica que el ejército de ocupación israelí ejecuta desde hace décadas, acusando cínicamente a sus víctimas palestinas en un caso más de proyección. En estos días, B'tselem denunció que los miles de palestinos detenidos ilegalmente en prisiones israelíes son sometidos a tal nivel de torturas, que prefieren morir para evitar el sufrimiento (ver el informe Bienvenido al infierno. El sistema penitenciario israelí como red de campos de tortura). También denunciaron las violaciones sexuales sistemáticas contra los presos palestinos. Los acusados fueron apoyados por un nutrido grupo de manifestantes israelíes.
La organización de exsoldados israelíes Breaking the silence (rompiendo el silencio), recoge las confesiones y los testimonios de miles de excombatientes israelíes que declaran frente a cámara las atrocidades cometidas por ellos mismos contra la población palestina: asesinato de niños, secuestros, torturas, ejecuciones al voleo, destrucción de hogares. Estas confesiones jamás tuvieron consecuencias judiciales debido a la impunidad que reina en una sociedad que ha deshumanizado por completo a los palestinos ocupados.
La invisibilización de los palestinos
El artículo del profesor Katz refleja el paradigma sionista de invisibilización de los palestinos. Para el proyecto colonial sionista resulta difícil hablar del pueblo palestino, el pueblo que habita una tierra que debería estar vacía para ser poblada por judíos europeos. La narrativa sionista de inspiración socialista, que fue hegemónica hasta hace muy poco, tampoco tenía un lugar para los palestinos, ni siquiera como población subalterna. En la últimas décadas, este pueblo fue invisibilizado mediante el muro de la vergüenza construido en Cisjordania y mediante la falsa desconexión de Gaza a la que alude Katz, esto es, el retiro de la población colonial israelí de Gaza para facilitar el bloqueo total de sus fronteras y las campañas militares de bombardeos recurrentes que la convirtieron desde hace casi 20 años en una de las prisiones a cielo abierto más grandes del mundo.
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Un palestino en el hospital bautista al-Ahli sostiene el cuerpo de un pariente muerto en ataques israelíes, Ciudad de Gaza. Fotografía: Anadolu/Getty Images
Los israelíes creen que es posible y deseable la “desconexión” de ese otro palestino indeseable al que consideran peligroso. Precisamente, en nombre de ese temor, reproducen muchas de las técnicas de segregación que habían sido aplicadas contra los judíos en Europa y otras que aplicaron los europeos en su etapa colonial del siglo XX: muros, ghettos, bantustanes, racionamiento de calorías y de agua siempre por debajo de las necesidades, represión extrema de toda forma de organización y resistencia, aún si esta fuera pacífica.
Katz decide rápidamente que Hamas es un movimiento islamista, extremista, fanático y terrorista que sólo busca la violencia y que no valora la vida de los palestinos.
Esta apreciación sionista es producto de una mirada repleta de racismo cultural, que no permite comprender la lógica política de esa organización, ni su prestigio entre los palestinos, sobre todo entre los palestinos laicos o cristianos. Hamas no es financiado por Irán (como sí es el caso de Hezbollah), sino que lo es por Qatar, como en algún momento fue financiado por Israel para combatir a la OLP (hay muchísimos artículos en la prensa israelí que reflejan esto, comprometiendo al propio Netanyahu).
Además de su brazo armado, Hamas cuenta con una organización política y con un ala solidaria. Recordemos que según la ONU, Israel es una potencia ocupante que debe cuidar de la población ocupada, y que el pueblo colonizado tiene derecho a la resistencia, incluso armada. Palestina no es un Estado, ni siquiera tienen moneda propia ni control de las fronteras. Es un campo, en el sentido del filósofo Giorgio Agamben, una zona de exclusión donde los sujetos son reducidos a mera vida biológica sin ningún tipo de ciudadanía o régimen jurídico claro.
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Efectivos del ejército israelí en medio de una zona urbana de la Franja de Gaza totalmente destruida.
Foto: AP
A pesar del terrible dolor infligido por la ofensiva israelí contra toda la población civil de Gaza sin ningún tipo de distinción entre blancos civiles y militares, el apoyo popular a Hamas crece, mientras que Al Fatah, el partido mayoritario de la OLP a cargo de la gobernación de Cisjordania, es percibido como el carcelero de la ocupación sionista.
La agenda política de Hamas desde hace algunos años se ajusta a los parámetros de la política occidental: cese de de la lucha armada a cambio de todos los prisioneros políticos palestinos (alrededor de 6 mil permanentes) y de la erección de un Estado Palestino en la fronteras previas a 1967. Desde su triunfo en las elecciones parlamentarias de 2006, la persecución israelí a Hamas alcanzó su clímax. Veedores internacionales avalaron la elección, que careció de objeciones. Desde entonces, Israel desconoció el resultado, secuestró a varios diputados electos, y comenzó una campaña criminal de asedio y bloqueo de Gaza, que parece entrar en su etapa final, mientras los pogromos de colonos y soldados aumentan en Cisjordania donde la excusa de Hamas no puede esgrimirse.
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Palestinos desplazados por la ofensiva aérea y terrestre israelí en la Franja de Gaza huyen de la ciudad de Hamad, tras una orden de evacuación del ejército israelí para abandonar partes de la zona sur de Khan Younis, el domingo 11 de agosto de 2024. (Foto AP/Abdel Kareem Hana)
La ocupación y el apartheid son un problema político, que requiere que la sociedad y la política israelí comiencen a ver a los palestinos como pares con iguales derechos. Mientras sigan creyendo que se trata sólo de un problema “técnico” de seguridad, los ataques como el efectuado por Hamas del 7 de octubre de 2023 continuarán, porque la pretensión de que un pueblo acepte la humillación, el despojo y la deshumanización y el exterminio sólo puede ser una pretensión racista y colonial, que considera a los pueblos nativos como salvajes que deben ser exterminados para realizar el proyecto de una nación moderna.
Las marchas israelíes pidiendo la destitución de Netanyahu son prometedoras pero no suficientes. Exigen un alto al fuego y la recuperación con vida de los rehenes, pero nada dicen del genocidio en Gaza ni mucho menos de los pogroms perpetrados por colonos en Cisjordania, donde no existe la excusa de que gobierna Hamas. No se ven los movimientos de objetores de conciencia (como sí hubo durante la Guerra del Líbano de 1982) ni los potentes movimientos pacifistas, como los que fueron sensibles a la Intifada de 1986, que derivó finalmente en la llegada de Rabin y en los Acuerdos de Oslo (a pesar de su fracaso, fue un momento fugaz de reconocimiento del otro colonizado).
Las cosas parecen transcurrir ahora del modo en que las describe la escritora india Arundhati Roy “la único moral que aparentemente pueden hacer los civiles palestinos es morir”, mientras que, para quienes denuncian el genocidio, “la única acción legal que el resto de nosotros puede hacer es observarlos morir. Y permanecer en silencio. De lo contrario, arriesgamos nuestras becas de estudio, nuestras becas de investigación, nuestros honorarios y nuestros salarios”.