“Es Felipe, Felipe Pigna, con ñ”, decían a modo de chiste sobre el senador Felipe Michlig, quien en la semana explotó en la Convención de la reforma constitucional que preside y soltó, colorado y sin saber que estaba siendo escuchado, el clásico arrebato “lo voy a cagar a piñas”, en referencia a Nicolás Mayoraz, en uso de su habilidad para ser el nuevo villano.
No era el lugar ni el decoro. Fue una temeridad instintiva e inoportuna, un arrojo en falso en la jaula de los leones, un gesto cargado de consecuencias políticas. Sobre todo en un momento clave y final de la Convención que definía, por ejemplo, los determinantes cambios en el Poder Judicial.
No hubo riesgo verdadero de afectar el proceso, pero el hombre en la cima pisó en falso y, desde allí, hay que reducir el margen de error. Podría haberse defendido diciendo que más violentas son otras intervenciones hostiles de opositores, o el propio presidente Javier Milei ajustando -cuanto menos- a discapacitados. O que se crió en el campo y allí hay otros modos.
El perdón de Felipe Michlig
Se había equivocado y disfrazarlo no fue una opción. Prefirió una larga y sincera disculpa en las redes, en Labor Parlamentaria, ante el pleno de la Convención, en las redes y en los medios de comunicación.
“Éramos de agarrarnos a trompadas en la política, lamentablemente, por cuestiones de mi carácter, fuerte, firme, perfeccionista. En la actividad siempre hay inconvenientes”, se sinceró el radical en modo campechano de su Ambrosetti natal de 1.300 habitantes, que gobernó durante años.
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Michlig conduciendo la sesión de once horas que aprobó los cambios en el Poder Judicial.
Foto: Archivo / La Capital.
Luego llovieron redundantes reconocimientos de los colegas en plena sesión por la actitud de las disculpas, hasta que Amalia Granata, rival acérrima, cortó con la dulzura: “Se autofelicitan y autohomenajean. Es lo que corresponde pedir disculpas. No es sincero para nada, usted fue violento”.
Lo cierto es que Michlig se dio cuenta de que había caído, una vez más, en la trampa: el que se enoja pierde. Y en este caso se enojaba él, pero perdía todo el proyecto Unidos y el gobernador Maximiliano Pullaro.
La negociación
Felipe, como se lo nombra en la política sin necesidad de decir su apellido, tuvo la filosa responsabilidad de conducir la Convención y encaminarla a la aprobación. Tiene una experiencia casi vitalicia en el Senado, con más de 25 años de conocer los reglamentos y las negociaciones del poder real.
Radical de la vieja UCR, sabe que la transversalidad con el resto es vital. “A la hora de lograr acuerdos es clave Felipe, porque tiene ascendencia no solo en Unidos como armador sino en los senadores del PJ. Las mayorías de 2/3 se lograron muchas veces desde ahí”, apunta una fuente que lo conoce. Se le agrega la capacidad para negociar con los dispuestos transitorios y sueltos.
La reforma es uno de los pilares del proyecto de poder de Pullaro, no solo por la habilitación de la reelección y otros puntos determinantes sino por el peso de colgarse la medalla de que durante su mandato se modificó la Carta Magna.
Pero, además, porque se vende hacia afuera, algo así como la demostración de consenso institucional Made in Santa Fe en momentos en que el Congreso se planta ante los vetos de Milei y algunas bancas dan vergüenza ajena. Por eso, el presidente de la Convención sintió el golpe del error no forzado del impulso verbal pugilístico.
Lo que viene
Al margen de su capacidad negociadora, el rol de Michlig en Unidos es algo difícil de encasillar. Es el artífice del proceso político, es decir, quien armó el frente electoral imposible que terminó llevando a Pullaro al millón de votos. Un round difícil: juntar socialistas huérfanos y desorientados con el macrismo más lastimado. Y los radicales, que eran un delantero sin goles.
Una vez lograda la victoria histórica, declinó ser ministro de Gobierno, como había acordado, y dejó a muchos regulando. Se volcó al Senado que, después de 35 años, no tenía mayoría peronista y luego se convirtió en punta de lanza para negociar reformas, como la constitucional, el último gran round por ahora. Hasta sería un virtual vicegobernador cuando la actual vice, Gisela Scaglia, asuma como diputada nacional.
“Lo único que me interesa es que todo funcione, que el frente se consolide y que lo podamos replicar a nivel nacional. Eso ayuda”, se limitó a decir el senador con referencia a Provincias Unidas, el sello que impulsan los gobernadores, entre ellos el santafesino.
Es un nuevo protagónico que lo catapulta a una consideración especial en lo que viene. “No tiene ninguna aspiración personal, es un soldado”, juran. Y no se sabe si lo aclaran por si alguien pueda malinterpretar su vocación política.
Lo cierto es que resulta un as para un gobierno que no se queda quieto con lo logrado, al contrario, parece recién hacer la base de un proyecto por momentos hegemónico. Ahí Michlig es un soldado que se mueve como general.