La agencia de noticias canadiense-británica Thomson-Reuters organizó hace unos años en Nueva York un seminario que reunió a ex funcionarios norteamericanos y europeos de inteligencia y a una veintena de periodistas de todo el mundo. El tema central del encuentro fue cómo manejar información clasificada que pone en riesgo la seguridad de los países involucrados y de qué manera evitar la difusión de noticias, de dudosa verificación, que son funcionales a las políticas oficiales y que deliberadamente se dejan filtrar a la prensa.
En ese momento la atención mundial seguía centrada en Medio Oriente y Afganistán, pero en el seminario, que demandó tres días de intercambio y debate, también se habló de hechos históricos, como la decisiva participación de la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos, (CIA) en el derrocamiento de Salvador Allende en Chile en septiembre de 1973. Cuando, presente en el lugar, se le preguntó a un ex miembro de la inteligencia norteamericana de la administración de Richard Nixon si tenía que hacer algún comentario autocrítico sobre el apoyo explícito o encubierto al golpe de Estado, se limitó a decir que todo lo actuado en Chile había sido aprobado por el Comité de Seguridad del Senado de su país.
Hubiese sido interesante llevar a ese seminario sobre terrorismo internacional el análisis de la reciente publicación del The New York Times sobre un informe del Mossad, la agencia de inteligencia israelí, en relación a las responsabilidades por los ataques a la embajada de Israel y la Amia en la Argentina. Según ese documento del Mossad, Irán fue el autor intelectual de ambos atentados y ejecutados por su brazo armado, el grupo libanés Hezbollah. Sin embargo, revela que no hubo participación en el terreno (es decir en Buenos Aires) de iraníes o argentinos como parte de una conexión local.
Para el diario norteamericano lo más importante es que la información no fue desmentida (no siempre es así, como se verá más adelante) y que el informe del Mossad existe porque oficialmente el Estado de Israel lo ha confirmado a la prensa, aunque le bajó el perfil al señalar que no hay nada demasiado nuevo, a excepción de cómo fueron traídos al país los explosivos que hicieron volar ambos edificios: en envases de champú y cajas de chocolate.
Una rápida y superficial lectura política de ese “nuevo” informe del Mossad, que contradice a anteriores, a la CIA y a la Justicia argentina, es que se intenta desvincular a varios ex funcionarios y diplomáticos iraníes acusados de haber dado apoyo logístico local y sobre los que pesan pedidos de capturas internacionales, las famosas alertas rojas de Interpol.
¿La intención de la administración de Joe Biden de volver a traer a Irán al acuerdo nuclear abandonado por Donald Trump tiene algo que ver en la filtración del la investigación del Mossad?
Los iraníes siempre han tratado de desvincular a los acusados por los atentados y de haber tenido participación activa o intelectual. El memorándum de entendimiento con la Argentina, que nunca se llegó a aplicar y que ni siquiera había sido ratificado por el Parlamento iraní, estaba orientado en la misma dirección pese a que no hay ninguna condena ni prueba contundente sobre los autores.
La misma situación subyace en relación a la complicidad argentina. No hay detenidos, no hay condenas y la investigación judicial no avanza. Según el informe del Mossad, entonces, un miembro del Hezbollah libanés habría ido a buscar la camioneta Trafic blanca que el ex reducidor de autos y ahora abogado Carlos Telleldín le habría entregado para volar la mutual hebrea. Telleldín fue absuelto de pertenecer a la célula terrorista del ataque.
Si bien The New York Times salvó su reputación porque el informe existe y fue ratificado, no está exento de haber sido el vehículo de una operación política internacional. Eso es difícil de saber con certeza porque pese a los controles profesionales sobre la calidad y rigurosidad de lo que se publica (la Argentina no está en el podio de los mejores), la confidencialidad de las fuentes no siempre permite a los editores de los medios de comunicación tener la seguridad absoluta de lo que ofrecen a sus audiencias en sus distintas plataformas.
El propio diario estadounidense lo sufrió en carne propia en 2003 con el periodista Jaison Blair, quien de pasante se convirtió rápidamente en editor por las buenas notas que producía. Sin embargo, se descubrió que muchas de ellas eran falsas, por lo que tuvo que dejar el periodismo.
También sucedió algo similar en la revista alemana Der Spiegel en 2018. Su periodista estrella, Claas Relotius, ganador ese año a la mejor nota del país, fue desvinculado de la publicación porque se descubrió que inventaba parte de sus historias, en particular la última que publicó sobre un joven sirio en medio de la Guerra Civil. Der Spiegel pidió disculpas a sus lectores por la falsificación de sus notas y dijo que fueron manipuladas pese a que cuenta con una sección especialmente dedicada a verificar todos los textos. “Fue mi presión por no fracasar a medida que fui teniendo más éxito”, explicó el periodista cuando se le preguntó por qué había falseado las notas.
El diario The Washington Post tampoco se salvó de un escándalo cuando la periodista Janet Cooke inventó en 1981 una nota sobre un drogadicto y tuvo que devolver el premio Pulitzer que había ganado precisamente por ese artículo.
Sucede que la tarea intelectual de escribir notas periodísticas está ligada muy estrechamente a la honestidad de quienes las producen porque para un medio de comunicación es casi imposible verificar absolutamente todo, más teniendo en cuenta que las fuentes pertenecen al periodista y no está obligado a develarlas.
Pero también, como en el caso del informe del Mossad publicado el viernes pasado en The New York Times, el medio de comunicación no puede fácilmente discernir si la filtración de ese documento clasificado formó parte de una operación mediática de la inteligencia de Estados Unidos y su estrecho aliado Israel para dejar margen y justificar en parte las negociaciones con Irán, una teocracia.
Al menos, el informe existe y no fue inventado por quien lo escribió y ofreció a los editores del Times para su publicación. La intencionalidad de filtrar el documento por parte del Mossad, que seguramente no deja que se conozca lo que no quiere, se verá en un futuro no muy lejano en base a cómo se mueva Estados Unidos en relación a sus intereses geopolíticos en el golfo Pérsico.
Todo está por verse, aunque es bueno recordar que no hay un solo detenido por los dos atentados que segaron la vida de más de cien personas.