La precaria vida de las islas
En esos años los medios de comunicación no eran la manera más efectiva de comunicar los sucesos. El Penguin News era por entonces una publicación mensual y muy rudimentaria; la radio pertenecía al gobierno y no había televisión. Así que esa misma noche los trabajadores escribieron a mano una carta con la decisión de ir a huelga y le enviaron el papel a las autoridades. La semana anterior, el gobernador Hunt había dado su discurso anual frente a la Asamblea General del pueblo en un salón repleto de isleños preocupados. Hunt mostró un balance desalentador. Dijo que la economía se seguía contrayendo, que no se iban a poder construir las barracas planeadas para ese año, que los niños todavía no podían utilizar el nuevo edificio escuela –construido con desperfectos– y que estaban "perdiendo la batalla por la nacionalidad británica".
Muchos isleños habían comenzado a emigrar. Algunos intentaban irse a Inglaterra pero no lograban obtener el permiso. Hunt siguió: "Sin embargo, no todo es oscuro: hace doce meses en mi discurso anual dije aquí que íbamos a tener un déficit de medio millón de libras para mediados de este año, pero gracias a la buena administración, y el esfuerzo de todos para ajustarse los cinturones, el déficit será de menos de la mitad de esa cifra", dijo con retorcido optimismo. Acto seguido, anunció el recorte salarial.
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Foto: Ernesto Picco / Docente e investigador de la UNSE
El gobernador de sonrisa fácil
Rex Masterman Hunt era un ex aviador retacón, de cejas peludas y sonrisa fácil, que después de retirarse de la Fuerza Aérea había recorrido el mundo como miembro del Servicio Colonial Británico. Pasó gran parte de la década del cincuenta como comisionado en Uganda, luego en Turquía y más tarde en Vietnam. En 1975 fue el último diplomático en dejar la embajada británica en Saigón tras el triunfo del Vietcong. Vivió la segunda mitad de los setenta en Malasia, donde hervía un conflicto étnico entre los locales y los inmigrantes chinos.
En 1980, después de ese raid y ya con 54 años, fue enviado a las solitarias islas sudamericanas. Allí estaba cuando los soldados argentinos tomaron Puerto Stanley. Murió en Inglaterra en 2012. Al día siguiente el Daily Telegraph publicó un obituario poco amable que lo describía como un funcionario insignificante y obediente. Decía allí que Hunt había sido enviado a Malvinas con la expectativa de convencer a los isleños de que lo mejor para ellos era pasar a depender del gobierno argentino, un plan que el Foreign Office negociaba con discreción desde la década del sesenta con la resistencia abierta de los habitantes de las islas.
Después de servir en algunos de los lugares más calientes de Europa, Asia y África, Hunt se encontró en una isla fría y olvidada, lidiando con una economía en bancarrota y un grupúsculo de sindicalistas rebeldes que se habían convertido en una amenaza real. Uno de los principales problemas era que el grupo incluía obreros y estibadores portuarios: en los próximos días debía arribar el barco que traía periódicamente las provisiones a las islas y otro que debía cargar el stock de lana para exportación; ambos anunciaron que si no estaba garantizado el funcionamiento del puerto no atracarían. Ese solo desencuentro podía hacer colapsar la vida cotidiana de Puerto Stanley y las granjas del interior, llevando rápidamente al desabastecimiento y al caos.
Medidas de emergencia
Sin los trabajadores portuarios, Hunt salvó la situación poniendo a los empleados administrativos del gobierno a hacer las descargas de los barcos. Así la situación no pasó a mayores. Siete días después, el sindicato y el gobierno llegaron a un acuerdo para reducir el monto del bono al cincuenta por ciento de su valor en vez de eliminarlo como se había anunciado en un primer momento.
Hunt había advertido: «Nadie gana en el largo plazo si el precio del trabajo se va de las manos y terminamos con desempleo, mas inflación y recesión».
Al mismo tiempo que el panorama económico oscurecía la vida, era inminente la celebración por los ciento cincuenta años de la colonización británica, que se cumplirían el 3 de enero de 1983. Hasta entonces, aquella era la fecha histórica más importante para los isleños. Un comité oficial preparaba los festejos con casi un año de antelación. El plan era dar siete días feriados para que la población participase de las celebraciones, que incluían un desfile, carreras de motos, muestras de artesanos y filatelistas, un té para los jubilados, torneos de deportes infantiles, exhibición de perros pastores y un concurso para elegir a la mejor oveja de las islas.
Los isleños no imaginaban que el festejo sería diferente, porque antes del aniversario su vida iba a dar el vuelco que lo cambiaría todo.
El periodista de las islas
Graham Bound escribió e imprimió el primer número del Penguin News el 3 de octubre de 1979. Tenía veinte páginas mecanografiadas y una sola imagen, Plato El Pingüino, dibujado a mano en la portada y acompañado por una tierna nota en un costado: "El pingüino va a estar presentando todas las ediciones porque aunque su alegre chillido pueda ser inapropiado para alguna de las noticias tristes o difíciles que presentamos en el interior, no lo vamos a cambiar porque es un optimista y los optimistas son difíciles de encontrar por aquí".
Graham era un flaco de pelo castaño y rasgos suaves, que en 1979 acababa de cumplir 22 años. Sus padres, Nat y Joan Bound, tenían un comercio que comenzó vendiendo revistas y libros, para luego expandirse a otros rubros: ropa, perfumes, artículos de pesca y campamento. La mercadería llegaba por barco desde Europa, Uruguay y Argentina.
Cuando Graham empezó a publicar el Penguin News, en el negocio de sus padres todavía podía comprarse la revista Gente, enviada mensualmente desde Buenos Aires. Los Bound además se habían convertido en los primeros operadores turísticos de las islas. Su oferta más tentadora era un ticket de salida de aquel mar muerto: un paquete a Londres. Era una época en que viajar era casi una proeza para los isleños, y conocer Londres era tanto un modo de salir del aislamiento como de acercarse al centro del poder británico, que hasta entonces les seguía negando la nacionalidad.
Los medios de comunicación
A inicios de los años ochenta, los medios eran bastante primitivos en las islas. Graham publicó el Penguin News con ayuda de su padre y la colaboración de un grupo de amigos que tomó a su cargo el reparto. Pero la precariedad superaba al periódico. Para ver una película, los isleños debían esperar a que se proyectara en la iglesia, el único salón con equipos de audio.
Había también un rudimentario sistema de telefonía que funcionaba con aparatos a manivela: las familias giraban la suya en el teléfono de casa y una operadora levantaba el teléfono al otro lado, preguntaba con quién querían hablar y conectaba un cable en una central pequeña para llamar al destinatario.
En 1929 se habían realizado las primeras comunicaciones entre radioaficionados de las islas y del continente. A fines de la década del cuarenta se estableció el Falkland Islands Radio Service, que en 1955 se instaló en un edificio de John Street, donde aún funciona su sede. Durante muchos años operó mediante un sistema de cableado en circuito cerrado que llegaba a las casas, equipadas con lo que los isleños llamaban la caja, un pequeño parlante que reproducía la transmisión, que sucedía de manera ocasional, cuando había algo que informar.
Como en los antiguos sistemas de propalación usados en los campos, se transmitían avisos sobre las personas y las mercaderías que llegaban al puerto y una vez por semana se emitía el programa de la BBC World Service, Calling to the Falklands. La radio transmitía además lecciones de español que daban dos maestras argentinas, en vivo, desde la estación.
No fue difícil, en ese contexto de herramientas de comunicación tan primitivas, que el Penguin News se ganara un lugar. Aunque con sus particularidades.
Cuando conversamos en 2018, John Fowler me explicó algo que, por el juego de palabras, se entiende mejor en inglés que en español:
—We are not a newspaper, we are a paper of record.
El Penguin News nunca fue un periódico con noticias, sino un periódico de registro: lo que hizo y hace es validar o no lo que la gente sabe que ha sucedido.
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Una historia que anticipó la violencia
A principios de 1982, Graham Bound comenzó a seguir una historia sobre la que los isleños aún no habían tenido mayor novedad. En el número del 23 de marzo de ese año aparecieron las primeras noticias sobre la crisis de las Georgias del Sur: el 16 de marzo un grupo de chatarreros argentinos empleados por el empresario Constantino Davidoff había desembarcado en el puerto de las islas para desmontar los restos de algunas instalaciones balleneras. En medio del trabajo izaron la bandera celeste y blanca en un remo. Científicos del British Antartic Survey que estaban en el lugar informaron a Inglaterra, y rápidamente comenzó a escalar la tensión.
Londres protestó por la acción de los chatarreros y el gobernador Rex Hunt mandó al submarino Endurance con un grupo de marines de la guarnición de Stanley a custodiar el lugar. Por su parte, el gobierno argentino, que en diciembre había empezado a pergeñar su plan para recuperar las Malvinas por la fuerza, envió un comando de elite a proteger a los chatarreros.
En las islas, el desplazamiento de tropas y las discusiones diplomáticas eran apenas letras en la prensa y comentarios de boca en boca en el pueblo. Las Georgias del Sur, 1.700 kilómetros al sudeste, estaban muy lejos de Malvinas, de manera que los isleños no imaginaban lo que se avecinaba. Sin embargo, el Penguin News criticaba la falta de respuesta británica. El joven Graham Bound escribió en esos días:
"Cuando comenzó el episodio la mayoría de los isleños pensaba que Inglaterra se aseguraría de inmediato de que los argentinos fueran removidos [de las Georgias]. Sin embargo, a la fecha, nada de eso ha pasado y los movimientos argentinos dificultan cualquier acción británica que pueda tomarse. Crece un sentimiento de disgusto a la falta de atención de Gran Bretaña hacia las Falklands. Esta crisis podría desencadenar en violencia".
Treinta años después, ya radicado en Londres, Graham Bound dijo en una nota al Daily Mirror: "Teníamos una historia enorme, habíamos estado corriendo para tener la edición. Sacamos la primera [del 23 de marzo] y comenzamos a trabajar en la segunda, pero nos perdimos la gran historia, que fue la invasión".
"This crisis could erupt into violence". Esas fueron las palabras de cierre que Bound escribió en aquel texto de las islas Georgia del Sur, mientras perdía de vista la llegada inminente de las tropas argentinas al pueblo. No imaginaba el sentido que luego adquiriría aquella oración que puede leerse en la página final del Penguin News del 26 de marzo de 1982. Ese fue el último número que publicó el periódico durante los dos meses y medio siguientes.
(*) Ernesto Picco, es docente e investigador en la Universidad Nacional de Santiago del Estero. Colabora como cronista en distintos medios del país. Es Investigador Invitado del Programa MyAS (UNR) Fue ganador de la Beca Michael Jacobs, y viajó dos veces a Malvinas para escribir el libro Soñar con las Islas: una crónica de Malvinas más allá de la guerra (Prohistoria, 2020)